martes, 27 de octubre de 2009

Lo que no está en papel


Cuando se habla de la lectura en Internet, los libros electrónicos, el hipertexto (esa especie de lectura arborescente), la compra de libros mediante una pantalla, la escritura online y demás apriorismos, pienso y hallo consuelo en mi pequeña biblioteca.
Una vez Umberto Eco dijo más o menos lo siguiente:
“si el libro se hubiera inventado después del ordenador, ciertamente para muchos hubiera sido una evolución”.
Se trata de aprovechar herramientas en este mundo digital sin olvidar acaso el más significativo invento del hombre, testigo de nuestras miserias y nuestros aciertos, de nuestros inabarcables tratos con la belleza: el libro

sábado, 24 de octubre de 2009

Hallazgos

Cuando algo se pierde para siempre solo queda el silencio, hasta que el azar conecta un hallazgo con un desamparo.

Pienso en aquel que encontró los ejemplares de “Una temporada en el infierno” cuando se creía que el gran Arthur los había destruido, pienso en los “papeles encontrados” de Julio Cortázar, mismo los rollos del Mar Muerto, fabulosa literatura que un viejo mercader comerció ingenuamente. Pienso en los manuscritos de Tombuctú, aquellos que los vientos del Sahara no pudieron ocultar.

Que vicisitud la de quienes pueden compartir, tiempo después, aquello que por elección o decisión estaba destinado al olvido o al fuego, al oscuro encierro de un cajón. Luego ocurre un extraño e inquietante mecanismo: el texto rescatado de profundas arenas pasa a las manos de alguien que estaba destinado a comprender sus símbolos, luego ese alguien convence a un editor de publicar el hallazgo, que se creía perdido. Meses después, otro alguien lee, desde un suburbio de un país perdido, aquello que tal vez condicione su sistema de pensamiento.

Alguien teje, y a su vez, es tejido por una inextricable cadena de construcciones deletéreas, la infinita trama de la lectura, el precario derrotero del desvaído manuscrito.


miércoles, 21 de octubre de 2009

Desbrozando malezas

Leo un reportaje realizado a Juan Gelman y entonces me pregunto:

¿Qué hace que en algún momento el trabajo del poeta -ese sumergirse en sí mismo- encuentre en su propia maleza la expresión necesaria para descifrar lo calcinado que en él habita?

Intentar una respuesta me dejó en la periferia de una pesadumbre.

Ahora bien, lo que viene después, si es que viene, es un completo silencio. Tratar de enhebrar una coexistencia (la persona que se es y aquel que escribe), así como intentar sobrellevar una condición, pueden acarrearnos infinitos desasosiegos que la mera poesía mitigaría con dolor, al sabernos parte de un rebaño que marcha a ciegas buscando comprender…

A este angustiado discurrir Gelman lo llama obsesión.

Otros prefieren hablar de inspiración, una visita crepuscular o creer que se trata de un dolor agudo y zumbante.

En lo personal nunca pude calmar ese estado, cada vez que ocurría lo que ocurría, parado como un insomne en el horizonte de lo creado, acaso un letargo poblado de pájaros.

Digamos que solo me limito a exponer esta incapacidad, siendo consciente de la inutilidad de mi gesto.

Y que las máculas estallen...


lunes, 19 de octubre de 2009

El tiempo

El tiempo que pasa, predestinado a cumplir rigurosas cronologías, a enmendar fragorosas profecías urdidas en dogmáticas sentencias, a cubrir con el manto del olvido los pies fríos de la nostalgia.

Alguna vez no fue así, el tiempo no importaba, “pero recuerdo cuando éramos jóvenes” cantó alguna vez Ian Curtis.

Entonces contemplaba un barquito de papel flotando en un estanque, el sordo silencio de la tarde y la brisa tenue, apenas perceptible...

Un sol blanquísimo en la infancia que aletarga la tibieza del atardecer, como quien traza un puente en el crepúsculo de una existencia.

Eso sería el tiempo.

Solemos agregarles años a esas lloviznas

y lo único que ciertamente anhelamos es estar en casa.

Traigo a la memoria aquel barco ebrio de Rimbaud...

Si yo deseo un agua de Europa, es la de la charca

negra y fría donde hacia el crepúsculo embalsamado

un niño en cuclillas lleno de tristezas, suelta

un barco frágil como una mariposa de mayo.

Yo ya no puedo, bañado por vuestras languideces,

oh olas, seguir la estela de los cargueros de algodones,

ni atravesar el orgullo de las banderas y los gallardetes,

ni nadar bajo los horribles ojos de los pontones.


miércoles, 14 de octubre de 2009

Evocando atisbos

Encontré esto en una carpeta:

Vemos el mundo desde un ente ficticio, y sin embargo hay en esa representación una suerte de abstracción objetiva, en donde quebramos inconscientemente la estructura, pero terminamos creando dentro de sus límites y reglas.

Escribo poesías para exaltar la palabra, pero no es esta la única razón, suelo aferrarme como un demente a la belleza, encrucijada en la cual trazo una extraña relación, tanto desde la injuria como desde la evocación. El resultado me deja como un náufrago, a la orilla de algo que apenas puedo comprender, mientras veo alejarse otro barco ebrio.

Creo que mi escritura es un jardín algo descuidado que trato de preservar de ciertas inclemencias incomprendidas, como si el tiempo arrojara los pájaros no correspondidos de la posteridad.

Siempre me ha sido revelador observar el hilo de agua moribunda que atraviesa un bloque de cemento, extendiéndose hacia algo que debe nacer, algo sin nombre ni memoria, algo que no se puede razonar.

Así ha sido mi comprensión de la literatura, un “atisbo de entendimiento” en medio de absurdas conjeturas, un viento atravesando un campo de grosellas bajo un cielo plomizo.

Tengo una imagen para este texto, es una piedrita de mar, y lo que tiene color no me pertenece.


domingo, 11 de octubre de 2009

Los que recaen


…“Un hombre puede usar de carnada para pescar un gusano que ha comido de un rey, y comer el pescado que se comió al gusano.

¿Qué queréis decir con esto?

Nada, solo demostraros cómo un rey puede seguir su camino por las tripas de un mendigo…”

Hamlet, William Shakespeare

En “me caigo y me levanto”, Julio Cortázar simbolizaba la costumbre que tenemos por recaer constantemente, y arrojaba el desarrollo de una teoría:

Hay quien ha sostenido que la rehabilitación

sólo es posible alterándose

pero olvidó que toda recaída es una desalteracion

una vuelta al barro de la culpa

perfecto!

somos lo más que somos porque nos alteramos

salimos del barro en busca de la felicidad

y la conciencia y los pies limpios

un recayente es entonces un desalterante

de donde se sigue que

nadie se rehabilita sin alterarse

pretender la rehabilitación alterándose es una triste redundancia

nuestra condición es la recaída y la desalteracion

y a mi me parece que un recayente debería rehabilitarse de otra manera

que por lo demás ignoro…

En un intento por trasladar semánticamente este entendimiento lúdico al plano de la lectura, he registrado ciertas recaídas en mi adolescencia con algunos textos de Shakespeare.

Me llama la atención, que en buena parte de la obra del genial dramaturgo inglés, la figura de la mujer no tiene por destino un buen lugar, la reina Gertrudis ilustra de buen modo el ejemplo, una figura desafortunada en su juicio y sus actos, que en el único momento en que decide obrar por sí misma, es para negarse a no beber la pócima envenenada que el rey tramó para Hamlet, su hijo bienamado y temido, es el único momento de la obra que la reina no hace caso a su marido, y termina muriendo por ello, sin alcanzar a comprender, desencadenando la tragedia.

Decía Oscar Wilde que había dos clases de personas, las que son encantadoras, y las que no. Traslado a la escritura esta aseveración, y abriendo al azar una página cualquiera, me deleito en el encanto de sus versos inmortales, prescindiendo de lugares calcinados, e imbuido del artificio y la bella arquitectura.

¡Así se rompe un corazón! Buenas noches, dulce príncipe, y que un coro de ángeles arrulle tu descanso.

martes, 6 de octubre de 2009

Añoranzas

Cuántas veces el poema debía concluir al final de la hoja mecanografiada.

Horas y horas golpeando las teclas en la cinta carbónica, corriendo la hoja hacia arriba y hacia la izquierda, escribiendo hasta rellenar el silencio, dando forma a lo que tenía forma, alguna que otra lobreguez, algún que otro trago en la noche sin luna.

El blog recrea un poco aquella atmósfera, atisbos nocturnos donde discurre lo impensado, en cierto modo las computadoras han venido a reemplazar aquellas viejas máquinas de escribir, aquellas resmas de papel A4.

Ahora no tengo más que la luz de la pantalla, una certidumbre de saber que alguien está despierto, que mañana será otro día.

Leo esto, de Juan Gelman, antes de irme a dormir…

Amarte es esto:

Una palabra que está por decir

Un arbolito sin hojas

Que da sombra


domingo, 4 de octubre de 2009

De quienes escriben en el vértigo

Hay quienes no pueden, por cuestiones impropias de analizar, “embellecer” lo que se encuentran escupiendo en el papel o en la computadora, podríamos decir “desgarrar” y al caso sería lo mismo, el asunto es que muchos autores no se molestan en corregir lo que un espasmo de creación afiebrada los movilizó a escribir durante horas o prolongados minutos, aquello que surgía mientras descendían a su propio infierno.

Andrés Caicedo, el colombiano que planeó su muerte tanto como su literatura (no solo la que escribía, también se puso en listado la cantidad de libros que según él debía leer), fue acaso un ejemplo propio de este paradigma. Calculo que la prosa de Arlt pasó por idéntico “mecanismo”, o los poemas en prosa de Alejandra Pizarnik (mismo ciertos cuentos de Cortázar, deliberadamente concebidos con arquitectura anacrónica) o las poesías de Oliverio Girondo, aquellas del lenguaje “verbal”, del uso disruptivo de las palabras, como lava ardiente o leves salpicaduras incontroladas.

Muchos de estos escritores pudieron haber sido considerados inoportunos en contextos académicos, de algún modo labraron a ciegas una literatura de volcanes catárticos, urdiendo o profiriendo, desestimando los hiatos y las fracturas rítmicas. Encontraron a la belleza sentada entre tomates podridos, y aun así la pudieron reconocer, a pesar del hollín en la cara, los vestidos arrugados y la sangre que no era.


jueves, 1 de octubre de 2009

Lo encontrado

A veces encuentro la palabra, allí donde guardamos los tiestos de lo arrancado, un recóndito áspero, poblado de muérdagos, donde algunas cosas suceden.

Acaso la tarea consiste en recoger esos devaneos de hojarascas, lograr que el viento se detenga, tratar de entender el resquemor de las alegorías, de nuestros fantasmas rondando, la incomprensión de lo que se súbitamente se abandona.

Entonces después, siempre después del después, empieza otro tipo de trabajo, penumbras que barremos con escobas de viento, en el patio amarillo de nuestra presunta calma.

Hay algo hondo en el apagado fuego de un murmullo, a veces me alejan las escamas del horizonte, busco ser absuelto, creyendo que todo se trata de percibir, pero me equivoco, siempre.

El poema surge y el día está tan quieto como una osamenta

Lo encontrado es un humano rostro de elefante, que guardo en mi morral al terminar el día.