viernes, 30 de abril de 2010

Desde la alternancia de la escritura

“No te pronunciaré jamás, verbo sagrado,

Aunque me tiña las encías de color azul,

Aunque me ponga debajo de mi lengua una pepita de oro,

Aunque derrame sobre mi corazón un caldero de estrellas

Y pase por mi frente la corriente secreta de los grandes ríos”…

Olga Orozco

Cuando empiezo a escribir siento que algo llama de pronto, como si estuviera alguien cerca de mi casa, luego el tiempo discurre su tardía hora. En ese momento creo que tengo el comienzo de una idea, algo que toma forma en la palabra. Es como si hubiera abierto una puerta…al final de una especie de corredor veo otra puerta un poco más oscura, y esa puerta es la que va a ser donde cruce el poema. Entonces sé cómo cierra y cómo abre; el camino que tengo que recorrer es totalmente ignorado, va alternándose; hay elementos subconscientes, pero siempre reviso. No sé si es surrealismo, he leído sobre la canalización de elementos oníricos y sobre la creencia en otras realidades que no representan el aquí y ahora, la exaltación de valores como la justicia, el amor, la libertad. Pero nunca hice automatismo como los surrealistas. Si lo hiciera, no terminaría en poema sino en plegaria.

Olga Orozco no deja de representar a una vidente que atraviesa malezas entremedio de entuertos oníricos, una suerte de madre-guía para muchos poetas, como pitonisa ha sido parte de una corriente estética que ha albergado lo inescrutable y lo profuso, y lo ha hecho desde el hechizo y el encantamiento. Pero para qué hablar inútilmente, mejor es leerla, a vuestra salud:

“Mis poderes son escasos. No he logrado trizar un cristal con la mirada, pero tampoco he conseguido la santidad, ni siquiera a ras del suelo. Mi solidaridad se manifiesta sobre todo en el contagio: padezco de paredes agrietadas, de árbol abatido, de perro muerto, de procesión de antorchas y hasta de flor que crece en el patíbulo. Pero mi peste pertinaz es la palabra”.

Nota: El relato fue extraído de una entrevista realizada por Soledad Costantini de Muniz Barreto y Mariana Bozetti, publicada en el libro “Literatura en el Malba: encuentro con escritores”


miércoles, 21 de abril de 2010

Lo imposible de prever...

"¿Qué es la poesía? Nadie lo sabe"...

                                                           Juan Gelman

Para Juan Gelman, el momento de la creación literaria "es imposible de prever", considera incluso que el proceso poético es comparable a experiencias místicas porque, en él, "el individuo sale de sí mismo".

Este acto, donde el poeta intenta desbrozar aquello que ha visto, constituye un descenso hacia los abismos que le permiten la posibilidad de "una expresión más verdadera de uno mismo y del mundo".

Tal vez pueda inferirse que el poeta se encuentra detrás de lo no pensado en el momento de crear poesía, y que quizás, en algún instante impreciso, le es otorgado "ver" el cuerpo del poema, pero no así comprenderlo, es allí que debe ilustrarlo del modo más elevado y espantoso posible. Después, analizar lo ocurrido, tal vez no sea su tarea, pero puede llevarlo a otras orillas, a desmalezar hacia adentro el relámpago de la creación, aquello "imposible de prever" que nos deja tiesos, esperando imbuirnos de la prosa para no ser incomprendidos, como cuando llueve una lluvia ajena y no hay expresión más verdadera que un paraguas destartalado

sábado, 17 de abril de 2010

Los tiestos de la razón


Buscamos en la interioridad los mendrugos de nuestra inconciencia, para luego ofrecer bosquejos de una subjetividad carcomida por los lobos del poema. Luego, lo visto, resignifica la parca tesitura, tiestos conjurados donde se repliegan los tiestos de la razón.
Todo esto lo ofrece el poeta, en la mesa de los humanos títeres.
Ellos aplauden, hacen de cuenta que entienden, beben taciturnamente un vino fuerte, se saben fuera del engranaje y parte del tiempo, después se irán a caminar en sus cornisas, a ser otros.
El poeta calla, lo que escribe parece un viento que no nace, arrastra consigo la reiterada quejumbre, la noche donde se guarda lo musitado, la noche que a todos pertenece. Pena que habremos de habitar.

domingo, 11 de abril de 2010

El deleznable almíbar...

Aunque lo intente, este lord noble y relamido, quien levanta su pluma, vehemente, creyendo que puede escribir…No puede, pues ¿quién escribe bien cuando está aburrido?. La mente ociosa solo puede ser trivial. Este fino caballero, quien levanta débilmente su espada contra su inevitable fracaso en infructuosa estocada, es frustrado por lo que su noble cuna provee sin restricciones: perros, perros, más perros y demasiadas habitaciones. Así que la fortuna les sonríe a quienes de la tierra se han apropiado, y desaprueba las trivialidades de mano de un aficionado

                                                                                  De “Orlando” (1995)

En esta escena de la película, el poeta deja al descubierto el deleznable almíbar (en la figura de Orlando) que suele escurrirse de aquellos que “escriben”, mientras hablan en una mesa frutal de lo “excelso” de la poesía broncínea. Escuché alguna vez charlas semejantes, “poemas” en la línea de “espero que mueras mil muertes” y cosas por el estilo. Hasta que alguien –el tiempo tal vez– le arroja la escupida que debería encerrar su ego en un cajón (el que esto escribe recuerda la cinematográfica meada de Rimbaud a un poeta insulsamente romántico). Sin embargo, algunos resisten los embates, y persisten en la reiterativa aventura de la escritura significativa.

Otros se convierten en críticos literarios (feroz el ejemplo en el cuento La Luna roja, de Roberto Arlt), para sentir el placer de destrozar cada obra que llegue a su escritorio, con el fin de dinamitar todos los cerebros que osen convertirse en escritores.

Algunos simplemente no se dan cuenta…


domingo, 4 de abril de 2010

A veces...

A veces no entiendo por qué persisto, porqué dedicar un mínimo tiempo a las encrucijadas deshabitadas por la razón, porque quedarse después quieto, hasta otra inercia arrojando muérdagos hacia lo que emerge, porqué este porqué, y hasta cuándo.

No hago de este texto una melancólica abulia intentando preconizar sobre lo que se aprecia, no pretendo eso.

Pienso en la inutilidad de tanta escritura, que en los blogs a veces se encuentran mirillas desde donde observar un mundo detrás de las cosas, pero lo que sigue después es una lenta declinación de las ideas y es entendible, la producción es abrumadora, no nos podemos detener, y si algo significa algo, el tiempo se encarga de poner cal a la peligrosa significación, y la significación se olvida, se desestima casi automáticamente, y volver a intentar un darse cuenta, un valer la pena…

La bipolaridad puede aquietar lo agitado del intelecto, a la vez trauma desde su vértigo, desasocia lo hallado, desintegra desde los lentos engranajes del tiempo, donde nos tornamos poleas mecánicas construyendo movimientos ajenos, nos osificamos, somos como muñones de carne y acero, y nos habituamos a estar dormidos con los ojos abiertos. Tiempo después, estamos institucionalizados con la idea de aceptar nuestras limitaciones. Entonces la quietud, la atroz y banal quietud, y los versos que representan lo apagado de nuestra condición, como un tránsito lateral hacia un horizonte purpúreo.

Sigo insistiendo cuando tengo en claro que esto no se trata de insistir, “esto” es preexistente a la tarea de otorgar significado, escribimos brevemente sobre lo escueto y acontecido del devenir de la escritura, y ese instante, alumbrado con precariedades, sin explicación aparente, en que nace lo que nace, termina arrancando lo candente de nuestro inconsciente acto, para saciarnos con mendrugos y darnos cuenta que no se trata de darse cuenta, de que no hay razones para persistir, que todo esto no es más que escritura, nada más efímero y disoluto y aparente, nada que no hayamos visto antes.


viernes, 2 de abril de 2010

El atavío de las ideas


Alguien enciende una computadora nocturna, bebe un trago blanco, acaso sin saberlo buscará configurar una tesitura que tendrá partículas de una entidad subjetiva, impertérrita, absorta, callada, la suya propia…
Entonces buscará espejos bajo los cuales verse reflejado, bastarán unas pocas escrituras arrojadas a una pantalla, por algún desconocido, para saberse conjeturado en prosa ajena. Bastará incluso el encantamiento de un seudónimo para ingresar a un espacio sin contraseñas ni ventanas, con la intencionalidad de un deseo de pertenencia bajo parámetros estéticos que nunca serán esclarecidos o explicitados. Este anónimo acto hará que, momentáneamente, sea parte de algo que intentará comprender.

Esto ocurre cada vez que alguien se conecta en el espacio virtual. Ahora, si lo que esa sombra evoca es su propia poesía lo que se abren son esclusas del pensamiento que los demás intentarán desmenuzar, mutilando su propia literatura para sostener un diálogo prosaico.
En este juego de simulaciones se deja al margen el contexto, la atención se encuentra dirigida a un hilo tensado cuya altura se desconoce (alguien lo sabrá, los ocasionales visitantes nadarán en el supuesto de las ideas).

Tal vez haya cansancio, o una botella a medio terminar, hasta que la sombra parecida al títere que la sostiene se deja abatir por el sueño, olvidando anotar la dirección donde proseguir el compartido hallazgo. Los demás caen, tomados de una cuerda que los arrojará a una meseta inerte, la de sus propias computadoras esperando vanas respuestas.

Al otro día, un cuerpo sin su sangre se pondrá a cumplir una rutina, y no podrá tener el don de volar, para ver desde los techos su vida previsible, su cuadriculada conjetura.