domingo, 28 de febrero de 2010

Sobre la poesía y la conciencia del lenguaje


“La belleza es el grado de lo terrible que todavía podemos tolerar”Rainer María Rilke
En un artículo, María Negroni, poeta y ensayista, dice lo siguiente:
“En la poesía hay una contra comunicación, porque es el lugar en donde la conciencia del lenguaje es más alta y donde lo que no sabemos es más importante que lo que sabemos”La conciencia del lenguaje…
Intuyo que muchos poetas no tuvieron en cuenta hacia dónde los llevaba el poema, y que probablemente esa incertidumbre no los haya preocupado más que la temblorosa posibilidad de no poder seguir “viendo”, con lo cual el poema finalizaba estéticamente en ese tránsito hacia lo desconocido.
Hay en esa conciencia un lugar calcinado desde donde se vislumbra lo que en ocasiones no se comprende, para eso llegarán los críticos –aquellos horribles trabajadores- que harán un puente desde complejos promontorios para hacer menos salvaje la vida del poeta.
La autora asevera que “La poesía tiene que ver con las imágenes, pero también tiene que ver con las ideas y, sobre todo, con el lenguaje en su materialidad más absoluta. A veces es como si la lengua -no el poeta- hubiera vuelto a la infancia. Aparecen palabras que nos colocan en estado de asombro. No lo entiendo, no sé que me quiere decir, pero algo me pasa con esto. Hay que poder tolerarlo”.

Probablemente haya otro tipo de “intolerancia”, la que ocurre con la distribución que las editoriales y librerías les asignan a los libros de poesía, aunque tal vez haya cierta correspondencia entre los jardines artificiales donde nace lo que asombra, y los polvorientos rincones donde se esconde la belleza.
“siempre se trata del mismo hilo” escribió alguna vez Benedetti en un poema.
Quien sabe para cuántos tipos de ovillos estén destinados estos versos.

jueves, 25 de febrero de 2010

Aquellos fulgores del Simbolismo


"Por qué cantáis la rosa, oh poetas / hacedla florecer en el poema...".
Vicente Huidobro

Es probable que el simbolismo francés del siglo XIX haya ofrecido las uvas más dulces en contra del anquilosamiento mezquino de buena parte del romanticismo, ya Baudelaire ofrecía jardines artificiales bajo la forma de sonidos, colores, perfumes y sensaciones, tal como aparecen en un soneto. Ya Rimbaud testimoniaría en su célebre carta del vidente la fatuidad de la vieja forma, adoptada casi por inercia por los intelectuales de la época: "todos han hecho su rolla, escrito su rolla"

"hacer florecer la rosa", o como diría Ruben Darío "hacer rosas artificiales que huelan a primavera: he ahí el misterio", desde algún intersticio del simbolismo, arrancaría las gasas a lo preestablecido y convencional, dejaría sin ornamento la linealidad y la estructura, nacerían otras "reglas" y otros modos de "ver".

Lo demás es un viaje tumultuoso en múltiples y azoradas direcciones.

martes, 23 de febrero de 2010

Lo dado...

La historia prosigue bajo el pliego de una disonancia, el iridiscente canto no encuentra su puente, el cuerpo proyecta su sombra y es lo único que se aleja.

Hace poco leí un interesante artículo en torno a la escritura de Alejandra Pizarnik y su imposibilidad de escribir una novela. Probablemente se trate de una especie de martirio para ciertos escritores, la necesidad de incursionar en diversos géneros literarios y no poder hacerlo, la búsqueda de otro tono que permita alcanzar, junto con el éxtasis, una suerte de verdad y de consuelo, acaso recoger verduras luego de haber cultivado viñedos.

Con la escritura de Jorge Luis Borges tengo una desvergonzada conjetura, yo creo que supo -tuvo que saber-, que con los poemas publicados en su juventud (sus primeros libros de poesía) no había logrado el impacto que tal vez esperaba, tanto en la crítica como en el ámbito intelectual de su época, y probablemente, merced a esta percepción, haya evaluado, tal vez con cierta tristeza, dirigir sus esfuerzos hacia otras orillas, como finalmente ocurrió con sus cuentos y su narrativa.

Fabián Casas ubica en el esquivo terreno amoroso la irrupción del mejor Borges, luego de haber asistido a una velada de la mano de Norah Lange, quien finalmente se retiró de la fiesta, pero esta vez de la mano de Oliverio Girondo, enemigo estético del autor del Aleph. Casas conjetura que a partir de esta infeliz decepción nace el mejor Borges conocido. Otros citan el famoso corte con el batiente de una ventana, que lo tuvo con una septicemia al borde de la muerte, y en donde su madre diría luego que “algo cambió en su cerebro desde entonces” situando el comienzo de sus cuentos fantásticos.

Sin embargo, hay una anécdota de Borges con un taxista quien, con lágrimas en los ojos, se negó a cobrarle el viaje, Borges advirtió esto con su acompañante y comentó lo siguiente: “que raro que la gente tenga estos sentimientos hacia mí, será porque soy viejo, ciego y poeta”.

De algún modo, “Los conjurados” cierra el círculo tal como Borges lo hubiera querido, despidiéndose como un poeta. Luego la historia prosiguió.

Para Pizarnik, la poesía era lo dado, solía decir que no era ella quien la escribía, y, según lo explica Tamara Kamenszain [Revista Ñ, 20/2/2010 página 19] “el sufrimiento no consistía tanto en no poder hacerla sino en no poder sacársela de encima. Ella quería liberarse, con la prosa, de ese lastre retórico que la poesía suele acarrear”.

Vayan las razones en medio de lo calcinado.


sábado, 20 de febrero de 2010

Sinestesia y Divagaciones

“…y mientras tanto los amigos exhumaron el cadáver y lograron –no era fácil porque las manos estaban rígidas y cruzadas-, pero lograron salvar el manuscrito. Y el manuscrito tenía manchas blancas de la putrefacción del cuerpo, de la muerte, y ese manuscrito se publicó y determinó la gloria de Rossetti…”

Leía este texto (una desgrabación de una clase de literatura inglesa sobre el poeta inglés Dante Gabriel Rossetti, en los tiempos que Jorge Luis Borges era docente en la UBA, publicado en un libro bajo el título "Borges profesor") cuando de pronto empecé a sentir un fuerte olor a flores muertas, a velatorio, o como si estuviera pasando entremedio de un cementerio, pero la realidad es que estaba arriba de un colectivo en medio de una ruta, y el olor de las flores persistió…

Vaya a saberse que puede entenderse por este efecto de la lectura, en ocasiones, el acto tal vez natural de la abstracción permite una percepción “contextual” de los sentidos, algo que arroja vida propia al texto leído, algo circunstancial.

Tiene poco y algo que ver, pero pensé en quienes “padecen” sinestesia, aquella alteración de los sentidos que permite, a ciertas personas, ver colores allí donde hay palabras, o sentir que ciertas voces tienen olores, según algunas estadísticas se dan estos extraños casos en 1 de cada 1000 personas.

Se dice que Arthur Rimbaud fue uno de los que tuvo sinestesia (evidente en el tratamiento del poema de las vocales, algo que mucha crítica escrita se encargó de resaltar).

Hay quienes sienten esperanzas ante los sinestésicos, porque creen que solo ellos pueden ver lo que nosotros aceptamos ver.

No sé porque siento que un hilo apenas perceptible une estos relatos.


miércoles, 17 de febrero de 2010

Las inciertas razones

Las cosas pasan, el tiempo pasa, y en todo esto es necesario no perder el interés por seguir aprendiendo. Cuando el conocimiento no se ejerce es como un engranaje que deja de activar sistemas de pensamiento, fosiliza el acto de la razón y torna previsibles las ideas, se desencantan, se desarticulan y pierden altura sin haberse pronunciado.

¿Dónde exponer aquello que nos inquieta?

Tal vez, lo que se guarda en el éter sea el destino natural de toda desaprensión, está allí, como en una periferia de las cosas, y desde una especie de usina irrumpe en relatos, fragmentos de ideas, obsecuencias nocturnas y divagaciones, y cómo todo aquello pareciera tener el holograma de un ropaje pretérito, una certeza con su ontología a cuestas, una orfandad que a su vez permita formar una capa que se comprenda, un atisbo de entendimiento, un sistema con su estructura volátil, un modo de articular lo que se piensa...

o desarticularlo, si lo que se pretende es reinventar lo calcinado.

Decisiones que tomamos en silencio, basadas en elecciones que aceptamos en silencio.

y algo que descubrí con el tiempo:

Ya no enfrento lo que me asola, simplemente discierno el lugar que frecuento, con mis esquivas limitaciones, creer en una verdad será para mí, el más insustituible de los anhelos, y en todo caso siempre seré apenas un hombre que se cree destinado a ver, cuando todo lo que tengo son un manojo de inciertas razones arrojadas al vacío.

lunes, 15 de febrero de 2010

Piedritas de mar...

Una vez, fui a la orilla del mar y recogí una piedrita, parecía tener, en su materia, rasgos propios de complejas bifurcaciones que terminaron incrustadas en un tiempo sin edad.

La tengo ahora en mano, la examino con cierto cuidado, en la base se perciben sedimentos fosilizados con algunos tubérculos, parecen arrancados de alguna memoria, en la superficie perviven caracolas y conchas marinas, una de ellas semeja un cuenco de plata, como si allí estuviera representado el vaivén de las olas y el paso de los años. Todo indica que coexiste por acumulación y por un perpetuo movimiento.

Parece, a lo lejos y esbozado como un bosque en medio de una penumbra, una simple teoría literaria.

sábado, 6 de febrero de 2010

Sobre el razonamiento de la propia escritura


Coleridge sostenía que el poeta no debería hacer ningún razonamiento sobre su obra, ni mucho menos esbozar una teoría que intente explicar lo que entraña la creación de ese poema. Si prestamos atención que estas ideas fueron esbozadas en el siglo XIX probablemente nos resulten extraños los constantes escenarios que se elevaron en torno al acto de escribir poesía, desde dramatizaciones con acompañamiento de música hasta cubículos donde los poetas escriben mientras ocasionales visitantes los “espían” a través de ventanales.
Los blogs han alimentado esta necesidad de plantear espacios objetivos que intentan, en ocasiones vanamente, tornar transparente la opacidad de un trance. Creo que lo que se termina generando es una ensayística imbricación de esbozos secundarios que terminan justificando el surgimiento de nuevos géneros literarios, algo que en la multiplicación dispar de la red puede causar un anquilosamiento de la literatura o tal vez una usina en constante expansión, en especial para la poesía filosófica.
Que un escritor acepte reportearse a sí mismo es parte de la literatura anquilosada de la que hablo. Probablemente, por mero divertimento, a ciertos escritores les baste la idea de congraciarse utilizando ocasionales espejos, y de ese modo generar un acercamiento subjetivo a una obra distante de tales ejercicios.
En todo caso, la verdadera literatura, estará ausente.

lunes, 1 de febrero de 2010

El esplendor foráneo del poema

Algunos poetas deciden buscar en sus textos, lo que William Wordsworth denominó “un esplendor foráneo”, una intervención, deliberada, de un elemento ajeno al tema principal (por ejemplo cuando ciertas imágenes relativas a la naturaleza se incluyen en aspectos sentimentales del poeta) como si en el relato no fuera posible obviar el contexto espacio-temporal en el cual se encuentra imbuido el poema.

Según Jorge Luis Borges, la poesía en la que Wordsworth solía incurrir llevaba consigo una teoría psicológica que era preciso analizar en el momento de creación de la escritura. El poeta inglés decía que el poema nacía de la emoción recordada en la tranquilidad, un revivir de esa emoción pasado cierto tiempo, pero esta vez, según lo analiza Borges, el poeta es también un espectador de su yo pretérito, y es allí donde se genera el momento propicio para la escritura de esa poesía.

Hay quienes adornan los contornos subjetivos del poema cuando lo creado no es más que un horizonte llano para el poeta, algo que según su óptica analítica, precisa de un sentido estético, con el riesgo de sobrecargar con empleo de metáforas la idea de belleza que se busca alcanzar.

Tal vez se trate de persuadir al lector para tornar agradable la lectura, tal vez el oficio requiera estos concomitantes embelecos fraguados en reposo.

Quien sabe…