viernes, 30 de julio de 2010

Sobre el plano de inmanencia...

Abordando un capítulo sobre los personajes conceptuales, se lee este texto de Deleuze-Guattari

"cuánta fuerza en esas obras con los pies desequilibrados, Hölderlin, Kleist, Rimbaud, Mallarmé, Kafka, Michaux, Pessoa, Artaud, muchos novelistas ingleses y americanos, de Melville a Lawrence o a Miller, cuyos lectores descubren con admiración que escribieron la novela del spinozismo (para Deleuze, Spinoza es el cristo de los filósofos, toda una declaración) ciertamente, no hacen una síntesis de arte y de filosofía. Se bifurcan y bifurcan sin cesar. Se trata de genios híbridos que no borran la diferencia de naturaleza, no la colman, pero emplean por el contrario todos los recursos de su "atletismo" para instalarse precisamente en esa diferencia, acróbatas desgarrados en un perpetuo más difícil todavía"…

Estas elucubraciones me obligan a repensar algo que permanecía oculto, y qué a la vez, subsumido en estructuras, me traslada a la enorme necesidad de crear conceptos, y examinarlos críticamente, simplemente se trata de un devenir en tanto llamado (si hubiera una ilusión de trascendencia en este acometido mencionaría el destino o lo destinado, prefiero aplicar ecuaciones y representar los movimientos infinitos desde un sobrevuelo)

Pero en este caso me ocupa la poesía y sin embargo esta permanece oculta, tal vez allí no haya necesidad de elaborar conceptos sino de algo mucho más complicado: utilizar el discernimiento filosófico para el proceso de creación literaria, intentar aquella síntesis expresada por Deleuze, entender el mecanismo que ovilla un plano de inmanencia.

Pero lo inquietante resulta cuando Deleuze habla del "idiota" que busca en lo que no comprende una bifurcación que lo haga creer que lo creado es literatura. Enorme desafío implica saber, desde una profunda interioridad menoscabada y en base a un genuino discernimiento, que aquella construcción -que debería estar exenta de erróneas percepciones y pueriles trascendencias- logre hacer un tránsito que permanentemente oscilará entre lo que creemos entender y aquello que por naturaleza surge desde lo candente de nuestra conciencia.

Creo que el plano de inmanencia es algo que intentamos captar, como cuando vemos un pavo real segundos después de perderse en la espesura, allí ocurrió el poema no escrito, tal vez será posible circunscribir aquella fugacidad, pero no podremos apresarla, hay en todo esto una atmósfera que no es tal, un ente aparente desde el cual fluctúan erupciones de poemas que nacen y trastabillan desde el propio recurso “atlético”. Pero Deleuze afirma que “no podemos soportar los movimientos infinitos ni dominar estas velocidades infinitas que nos destrozarían…” en este caso ¿se trata de detener el movimiento para alcanzar a esbozar esa síntesis de filosofía y de arte?.

En todo caso, pienso lo que implica la noción de caos en esta conjetura, ya que el poeta corre el riesgo, al crear en su ensimismado desasosiego, de hundirse en el propio caos por intentar dilucidar su arquitectura, ilustrar su vórtice o representar escuetamente sus volcánicos componentes.

¿No debemos los poetas revisar estas cosas?

Es probable que el plano de inmanencia se trate de lo no creado en el momento de transcribir la palabra, advertir la penumbra de lo ocurrido, aquello “que tal vez será”, lo presupuesto habitando el contexto subjetivo del poeta (se sabe que ha ocurrido, pero no se ha escrito aún). Cuando el poema comience acabará en el acto con la idea del plano, el poeta intentará comprender ese hálito-ente, en vano lo dilucidará, será considerado pensamiento abstracto, como una pintura que encierra una idea, acaso una brisa imposible de ovillar en la palabra. Entonces el poeta quedará desahuciado por ver, al final del poema escrito, que nada de aquello ha sido apresado, que el plano ha mutado, o se habrá tornado bosquejo, horizonte, tal vez absurda polisemia.

sábado, 24 de julio de 2010

Sobre las citas falsas

Existe un caso emblemático, citado hasta el hartazgo por selectas minorías, hablo de la famosa “ladran Sancho…”
Basta recorrer el ancho espacio virtual para constatar que algunos sitios citan esa frase como perteneciente a Cervantes. Hay hasta quienes dicen que es la frase más significativa que ha pronunciado el Quijote.
El asunto ilustra la ausencia de verificación de la fuente al momento de simbolizar una representación o realizar un análisis, cierto es que existen herramientas para corroborar estos improperios, por causas variadas no suelen aplicarse, dejando la aseveración en un terreno sinuoso.
Esas prácticas, propias de bibliotecarios y hombres de letras, no encuentran eco en quienes suben contenidos en blogs de literatura.
Lo que ocurre es que alcanza con que alguno lo haya escrito y subido en la Web como para legitimizar su uso y aseverar su origen.
Me recuerda un texto medieval en donde el representante de un rey exige las tierras para su amo exhibiendo un dudoso título de propiedad:
“Lo que yo exijo es legítimo”
¿Por qué?
“Porque está escrito”
La ignorancia teje un terreno propio, que la desidia embadurna con fango.

martes, 20 de julio de 2010

Más de un año ya...

Que cosa extraña, ya pasó más de un año de estar escribiendo con intermitencias en este blog, me lleva a pensar como cuesta percibir el paso del tiempo, ciertos aniversarios inquietan, los bollitos de papel se acumulan hasta formar barrancos de conjeturas, los relojes parecen despojarse del sentido práctico y mecánico de medir añoranzas, donde adquieren un tono solemne al dar la última vuelta del día. En esto se cuelan escrituras, divagaciones, aproximaciones, lejanías, probablemente un encuentro con la palabra.

Pero resulta que suele llover de vez en cuando, y no puedo evitar acordarme de un capítulo de Rayuela, sobre un paraguas que Oliveira no se animó a arrojar al vacío, porque vi en ese acto y en ese enmudecimiento un signo de estas tribulaciones.

He aquí el texto:

Oh Maga, en cada mujer parecida a vos se agolpaba como un silencio ensordecedor, una pausa filosa y cristalina que acababa por derrumbarse tristemente, como un paraguas mojado que se cierra. Justamente un paraguas, Maga, te acordarías quizá de aquel paraguas viejo que sacrificamos en un barranco del Parc Montsouris, un atardecer helado de marzo. Lo tiramos porque lo habías encontrado en la Place de la Concorde, ya un poco roto, y lo usaste muchísimo, sobre todo para meterlo en las costillas de la gente en el metro y en los autobuses, siempre torpe y distraída y pensando en pájaros pinto o en un dibujito que hacían dos moscas en el techo del coche, y aquella tarde cayó un chaparrón y vos quisiste abrir orgullosa tu paraguas cuando entrábamos en el parque, y en tu mano se armó una catástrofe de relámpagos y nubes negras, jirones de tela destrozada cayendo entre destellos de varillas desencajadas, y nos reíamos como locos mientras nos empapábamos, pensando que un paraguas encontrado en una plaza debía morir dignamente en un parque, no podía entrar en el ciclo innoble del tacho de basura o del cordón de la vereda; entonces yo lo arrollé lo mejor posible, lo llevamos hasta lo alto del parque, cerca del puentecito sobre el ferrocarril, y desde allá lo tiré con todas mis fuerzas al fondo de la barranca de césped mojado mientras vos proferías un grito donde vagamente creí reconocer una imprecación de walkiria. Y en el fondo del barranco se hundió como un barco que sucumbe al agua verde, al agua verde y procelosa, a la mer qui est plus félonesse en été qu'en hiver, a la ola pérfida, Maga, según enumeraciones que detallamos largo rato, enamorados de Joinville y del parque, abrazados y semejantes a árboles mojados o a actores de cine de alguna pésima película húngara. Y quedó entre el pasto, mínimo y negro, como un insecto pisoteado. Y no se movió, ninguno de sus resortes se estiraba como antes. Terminado. Se acabó. Oh Maga, y no estábamos contentos…


viernes, 16 de julio de 2010

Lo de siempre

El vaso de vino, la carga del día y sus despojos que caen al suelo, el traje maltrecho, la sombra desvariada en este inocuo ejercicio de labrar lo incierto, aún no es tiempo de cambiar estas cosas, podría decir que conmigo empieza todo lo nuevo, porque lo que creo se yergue desde el propio obstáculo que avizoro con la materia, sin lecturas previas ni atisbos concurridos, habito espacios calcinados por la palabra, me aventuro allí donde exhala el desánimo su último quejido, y sin embargo soy una sombra.

Hoy corroboré que los destinos prescinden del rutinario bosquejo, esto que no soy ha proferido nimiedades, tomé el mismo colectivo de siempre, miré como un náufrago detrás de la bufanda, conté la misma noticia tres veces, rompí mi taza y leí sin asombro las sentencias de siempre.

Pero tal vez, en alguna brisa, miré alrededor.

Tal vez estuve despierto.

viernes, 9 de julio de 2010

Los talleres de poesía frecuentados

Intermitencias y divagaciones fractales sobrevuelan en un trance, mientras un ocre atardecer va meciendo dulcemente el vaivén de la calma, como si estuviéramos oscilando en derredor de una hojarasca, mirando caer las hojas del invierno con entusiasmada languidez.

A veces creo que es momento de confrontar mis encrucijadas literarias, alguna vez pensé en un taller de poesía, de hecho, frecuenté dos en mi adolescencia, en uno me acuerdo de las correcciones de una poetisa, yo mencionaba sobre los dulces quebrantos a propósito de un crepúsculo de mi existencia, la escritora insistía con eliminar una frase desafortunada que, en mi obstinación por la idea primaria, terminó fosilizada en el poema.

Duré un mes, igualmente le agradecí.

Después estuve con un poeta muy premiado en Alemania, Bélgica y algún otro recóndito europeo que ahora no recuerdo, le llevé el libro que en ese entonces no tenía pensado quemar, me recomendó que lo tiré a la basura, pero me dijo una frase que en su estatura resultó todo un elogio: “si te sirve de algo, no escribís boludeces, pero este libro no fue acertado publicarlo”. Entonces me propuso construir versos endecasílabos y me aboqué a la tarea, al poco tiempo analizaba la cantidad de yambos y fracturas rítmicas en las que irremediablemente recaían cada uno de mis versos, pero las palabras se iban concatenando junto con la métrica, podía entrever cierta gracia, tal vez deliberada.

Estas prácticas continuaron un par de meses. Una tarde me fui a caminar y nunca más volví, me extravié en mi propio jardín, llevaba conmigo razones inciertas, la idea de que la construcción del verso rimado implicaba en cierto modo una mutilación del poema. El acto de “podar” un vértigo era, cuando menos, escabroso para mi concepción de lo creado, donde significaba un detrás y un debajo imposible de representar mediante matemáticas musicales.

Me dejé arrastrar por el verso libre, que no es otra cosa que frecuentar mi propia interioridad, mientras sentía que la noche, o lo que se supone que era mi encuentro con lo revelado, me pertenecía.

Hoy creo que es deleznable la cuestión dogmática, prefiero más bien el entrelazamiento, encontrar preguntas en vez de respuestas, abordar un espacio subjetivo de perspectivas y de estéticas, de ideas, hallazgos, reflexiones. Todo aquello que se encuentra, aquello que también nos encuentra.

Después de todo, solo soy una sombra y una idea.


sábado, 3 de julio de 2010

Lo que es

Me reitero en las selváticas teorías de la creación literaria ¿Cómo pretender dilucidar esta apariencia?. Me evado simplemente, allá las razones que ponen en movimiento este sitio de encuentro con la palabra, puede haber tanta inutilidad como descubrimiento y eso, que a la vez me asola, me permite encender una vez más esta computadora y compartir nocturnamente estos embelecos.

Probablemente se intenta dilucidar, en este acto, la antelación de lo no pensado del pensamiento, al momento en que surge lo que surge (me urgen las lecturas de Deleuze para extraviarme en estas apreciaciones, a veces mis acercamientos al pensador francés simplemente sobrevuelan un halo de comprensión que lentamente desaparece).

Poiesis, creación, videntes que han proferido lo que hubo de ocurrir (acaso Daniel, el profeta del antiguo testamento, haya sido su máximo exponente)

Detrás de todo esto hay como un desmembramiento de la apariencia, simuladores según Platón, ladrones de fuego tal cual lo escupió Rimbaud.

¿Cómo establecer variables y constantes en el proceso de creación mediante escrituras?

¿Será posible utilizar algoritmos que expliquen las fluctuaciones del poema?

¿Y aquello que se construye, no delimita en cierto modo una estructura que impide realmente comprender su sistema de pensamiento, su vertebrada arquitectura?

¿Se piensa realmente en todo esto?

Necesidad de esgrimir lo que se tiene por disperso, imposibilidad de ovillar una abstracción, el mínimo consuelo de hollar una periferia.

Hasta que podamos lograrlo, nos encontraremos ocupados en otra cosa, aun sabiendo que estaremos posados en otro horizonte, lejos de lo que es el poema, de lo que ha sido el poema.


jueves, 1 de julio de 2010

La cruda poesía de Roberto Arlt

Doy vueltas como en un campo cercado de púas, y todo por esta relectura que intento hacer de un gran escritor, entiendo que vano es conjeturar un estropajo de palabras cuando lo que se siente es el filo de un cable oxidado en el corazón. Yo creo, ya que hay que arrojar una piedra al inmenso lago, que un modo de significar a Roberto Arlt es leyendo sus aguafuertes porteñas, porque de algún modo recrea el contexto asfáltico de su literatura, textos que son como radiografías subjetivas de una sociedad que se supo reflejada en su escritura, en sus personajes marginales y desangelados, en su angustiado existencialismo. Creo que se necesita de una sensibilidad extrema para mostrarnos un mundo debajo de las cosas, como lo hizo con cada uno de sus personajes (recuerdo ahora el capítulo titulado “dos almas” de los siete locos). Cada una de sus crónicas ofrece la crudeza de una realidad candente, hechos tal vez insignificantes pero que revelan todo un mundo, como lo pautaron Erdosain y Astier a su modo).

Muchas de las intemporales aguafuertes publicadas en el diario El mundo, logran expresar esa inherencia o inmanencia de la realidad oculta, una mirada piadosa en la que suelo quedarme, cada tanto, cuando los días no son tan fáciles ni la vida tan dura. Creo que vale la pena desentrañar, con cierta atención, su callosa simplicidad para mostrarnos un absoluto.

O si no creo que es posible hallar consuelo en cualquiera de sus novelas, quizás se pudiera decir que Roberto Arlt supo hollar, mejor que ninguno, las miserias de la condición humana, y que tuvo la empatía de compartirlo nocturnamente, con descalabrada dureza, con paciencia de animal, con sed y con espanto.

En todo caso, digamos que Arlt vio demasiadas cosas. 

Saludos, estimada.