domingo, 29 de mayo de 2011

Los tambores del desierto

Me atrae el exotismo, utilizar este verbo es incongruente, hay algo que tiene que ver con un más allá que arroja su viento a los castillos de arena del entendimiento, algo que se hace carne y sombra, contemplándome en la escritura que intenta retener una brisa, donde cruzan las palabras en los vaivenes de la memoria.

Leí recientemente de un buscador de historias (no recuerdo ahora su nombre) que recorre con su cámara y su mochila los rincones más remotos del planeta, cuenta que estuvo en el tren de hierro, aquel que cruza buena parte del Sahara, en Mauritania, profanando el desierto como una daga, donde los viajeros deben convivir en penumbras, con velas pálidas y tambores gastados por el tiempo. De haber estado allí, hubiese querido guardar el sonido hipnótico de los saharauis que parecen imbricar las marcas de los médanos bajo la forma de plegarias. Creo escuchar esa música del desierto, creo ver lo amarillento oxidarse entre tempestades de arena, buscando un lugar para soportar un tiempo exiguo, de metales pesados que aplastan el largo camino sin sed.

Parece que todas las noches son largas, lo herrumbroso fatiga los rieles cansados, haciendo crujir soledades y silencios. Entonces siento que solo allí, en medio de la metafísica más absoluta e inconcebible que se pueda imaginar, tenga verdadero sentido ejecutar esos tambores, significando un estado de trance, de comunión, por formar parte de algo que va más allá de toda comprensión.

Esto me recuerda otras instancias, la de quienes, al son de las percusiones, recitan sus versos recurriendo a la memoria. De alguna manera ha sido testimoniado por Arthur Rimbaud en una de sus cartas, mientras se abría camino en el África profunda, mediante la redacción de un informe geográfico publicado en 1884 por la Sociedad de Geografía.

Se trata de la “Relación sobre el Ogaden” donde el poeta francés, que si bien abandona la literatura pero no así la escritura, refiere sobre algunos herreros ogadinos que “deambulan entre las tribus, fabricando hierros para lanzas y puñales. En su comarca, estos hombres no conocieron, al parecer, ningún mineral”.

Sobre estas tierras de hierbas altas, con zonas pedregosas recorridas por exploradores y aventureros, Rimbaud testimonió como pocos sobre aquellos hombres. Por lo general se trataba de “musulmanes fanáticos. Cada campamento tiene su Imán, que canta la oración en las horas debidas. En cada tribu se encuentran los wodads (letrados); conocen el Corán y la escritura árabe y son poetas improvisadores”.

No hay que olvidar que el escenario de las actividades de Rimbaud en Abisinia es el del colonialismo de las potencias europeas y el de los conflictos políticos internos entre las etnias. Tensiones que modifican y dirigen su actividad en aquellos años.

Estuve allí, desde aquí, donde intento arrojar estas naderías.

Bibliografía consultada: 

El nómade: cartas de Jean Arthur Rimbaud en Abisinia / Jorge Monteleone. Buenos Aires : Adriana Hidalgo Editora

Abyssinia: revista de poesía y poética / Eudeba, Universidad de Buenos Aires, noviembre de 1999.


martes, 24 de mayo de 2011

Diálogos con Leucó


HESÍODO. ...Las cosas que tú dices no tienen en sí mismas ese fastidio de lo que acontece todos los días. Tú das nombres a las cosas que las vuelves distintas, inauditas, y sin embargo queridas y familiares como una voz que desde hace mucho tiempo callaba. O como el verse de improviso en un espejo de agua, lo que nos hace decir: “¿Quién es este hombre?”
MNEMOSINE. Mi querido, ¿no te ha sucedido nunca ver una planta, una piedra, un gesto, y experimentar la misma pasión?
HESÍODO. Me ha sucedido.
MNEMOSINE. ¿Y has encontrado el porqué?
HESÍODO. Es sólo un instante, Mélete. ¿Cómo puedo detenerlo?
MNEMOSINE. ¿No te has preguntado por qué un instante, semejante a tantos otros del pasado, te vuelve repentinamente feliz, feliz como un dios? Tú mirabas el olivo, el olivo sobre el sendero que has recorrido cada día durante años; llega el día en que el fastidio te deja y tú acaricias el viejo tronco con la mirada, como si fuera un amigo reencontrado y te dijera justo la única palabra que tu corazón esperaba. Otras veces es la mirada de un transeúnte cualquiera. Otras veces, la lluvia que insiste desde hace días. O el chillido estrepitoso de un pájaro. O una nube que dirías haberla visto antes. Por un instante el tiempo se detiene y sientes la cosa banal en tu corazón, como si el antes y el después no existieran ya. ¿No te has preguntado el porqué?
HESÍODO. Tú misma lo dices. Ese instante ha vuelto la cosa un recuerdo, un modelo.
MNEMOSINE. ¿No puedes imaginarte una existencia sólo hecha de estos instantes?
HESÍODO. Puedo imaginármela, sí.
MNEMOSINE. Entonces sabes cómo vivo.

Cuando Cesare Pavese decidió poner fin a su vida, un libro abierto estaba al lado de su lecho, era “Los diálogos con Leucó”, considerado por el autor como “la cosa menos infeliz que yo haya escrito”. La insatisfacción de Pavese, luego de consumar una obra, era el vacío posterior, la incapacidad de volver a colmarlo o el temor de no poder hacerlo. A ese vacío aludió como uno de los motivos de su suicidio, a los 42 años de edad, cuando se podía afirmar que no estaba completado como artista, que tanto tenía por hacer.

Vayan como remiendos estos simbólicos lamentos, estos crepusculares diálogos.

jueves, 19 de mayo de 2011

Sobre lo que se corrige

Corregir sobre lo corregido. Muchos poetas pueden dar fe de esta disyuntiva. Hay poemas que se guardan en un cajón por años, y luego se intenta ver algo que va más allá de la comprensión.

No existe el ente platónico en el que las llamas de la creación fraguan sus entelequias disolutas, en detrimento de las palabras que estallan, allí donde los posibles horizontes son fulgurados, mientras el poeta se abreva en torno a una idea, pretendiendo con el acto un único cielo, una única meseta. Esta situación, que a la vez sitúa al poeta en los márgenes de su propia disociación -interviniendo con la palabra para alcanzar una evidencia-, no deja de representar una candente tarea.

Sabemos que existe el tono en el poema, el asunto es qué hacer con el tono cuando el tiempo del silencio ha sido demasiado extenso ¿se lo imbrica? ¿se lo licua? ¿se lo reformula? ¿se lo prolonga? Cabe señalar que el poeta, antes del planteo, tiene en claro (o cree tener en claro) que busca completar una unidad que a su vez justifique la publicación de un libro.

Siguiendo el caso, es probable, aún con la corrección, o quizás a causa de ella, que la esencia del poema, en tanto unidad, permanezca, que tal vez el esbozo de ideas actuales, bajo el barniz de sucesivas construcciones poéticas, puedan convivir sin conflicto con el plano instaurado del poema nacido como manuscrito, el poema que espera ser arrojado a los lobos, el poema que ya es y sin embargo no.

Cuántas veces habrá ocurrido, una escisión no advertida por el lector, un proseguir cuya tinta apenas ha variado en intensidad, en coloratura, en musicalidad (pienso en el destierro del Dante, aquella fracción de tiempo en que tuvo que abandonar momentáneamente la escritura de la Comedia, para luego retomarla desde otro contexto).

Tal vez debamos reconocer que todo poema nunca termina, que las palabras no son suficientes, que los círculos no alcanzan para imbricar una esfera, que apenas puede el poeta apresar levemente un puñado de versos que lo justifiquen.

Pienso si será posible conceptualizar los límites de la materia, la idea que concibe un acto creativo cuando, en su ejercicio irresoluto, trata de indefinir el estado de tensión y de sentido, los necesarios puntos suspensivos que el lector nunca podrá ver.

viernes, 13 de mayo de 2011

Poesía espectacular o la poesía como espectáculo

Años 80. Unos jóvenes escritores realizan perfomances poéticas que bautizaron "Poesía espectacular", agotando en esas presentaciones todas las posibilidades del lenguaje, el sonido, el ritmo, la cadencia, el tono, la musicalidad. Voces como cascadas, voces como piedras rodantes, voces que, en las voces de Martín Pietro, Daniel García Helder y Oscar Taborda se ovillan para desovillarse, subiendo y bajando, descascarando resonancias, susurros, intemperancias... Quiso la buena fortuna que aquellos registros fueran filmados por un tal Carlos Essmann en el año 1995. Se tituló "Poesía espectacular film". Que lo disfruten.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Las variaciones del poema

A veces pienso en las construcciones que suponen una fragmentación. Inherencias de una obra que oculta tiestos del poeta, algo que es y que sin embargo se encuentra disperso. Pasan los años y el poema, en el atardecer de su propio día, espera ser revisado nocturnamente, para hallar su sentido, su tono, su forma.

Hay quienes el desaliento los lleva a olvidar, porque han corregido compulsivamente, y lo escrito en el papel no los han representado. Enormes poetas han pasado por ese trance, algunos no han sido contemporáneos de su suerte, la posteridad les reservó un lugar que tuvo el sentido de una reparación, pero no lo supieron. Brindaron sosiego con cada palabra, con cada verso, sin embargo, fueron poemas que los propios poetas no se animaron a publicar.

El poema se abandona, no se termina”, afirmaba un tal Paul Valery, quizás los pormenores de su "Cementerio marino" reserven un buen lugar para la discusión casera.  Si esos versos llegaron al público lector, se debió al interés del editor de Gallimard, quien finalmente logró que el poema "abandonado" pudiera imprimirse y darse a conocer. Vaya a saberse si hubo resignación en el poeta francés, si terminó aceptando la inmortalidad de lo creado, el extraño destino de toda escritura.

Esta disyuntiva ha sucedido con grandes escritores: Kafka, Mallarmé, Pessoa…

Probablemente se trate de correcciones obsesivas, donde el poeta no ha logrado discernir la parábola del abandono, hecho que muchos poetas han aceptado sin angustia. Si el poema ocurre, como bien dice Rodolfo Alonso, así tal vez deba abandonarse a su suerte, como quien pretende cerrar un círculo con delicado hilo, buscando, en la aparente calma, finalizar lo creado.

Tal vez Giuseppe Ungaretti (representante del hermetismo según algunos críticos) haya ofrecido una respuesta simple y certera, justamente él, que ha escrito variaciones de un puñado de poemas, exponiendo de algún modo las construcciones paralelas que intentaron evidenciar, en diferentes planos, las tachaduras y los silencios que no fueron desestimados.

La respuesta es acaso su poema más breve, constituido por un solo verso:

M’illumino d’immenso

(Me ilumino de inmensidad)

Cuántos hubieran extendido el verso, para después corregir sobre lo corregido, para finalmente abandonar lo escrito en un cajón.

El poema que no precisa más palabras, solo las necesarias, para significar la luminosa interioridad de quien ha fraguado las sombras de todas las probables variaciones, donde se esconden las serenas exclamaciones, nacidas vaya a saberse bajo qué circunstancias.

En este sentido, el caso de Pessoa es llamativo; se armó una “industria” para corroborar la cronología de sus textos (incluyendo estudios paleográficos realizados sobre sus manuscritos), mientras la vida gris de Pessoa, el melancólico Pessoa, se dejaba ir entre la lobreguez y el desasosiego.

En un rincón de su plena existencia quedaba desechada una obra indeleble, resignificada en el tiempo a través de críticas literarias y estudios biográficos.

Pienso cuánto de laboratorio encierran algunos blogs de poesía, en especial aquellos poetas que han utilizado la variable de exponer su vida familiar con fotografías, opiniones o anécdotas, mientras una obra dispersa va justificando su tránsito terrenal. Se tratan de relatos que tienen sentido en el contexto de una bitácora. A veces es posible encontrar escrituras, y de tanto en tanto, algún poema.

A veces se trata, simplemente, de la hoja en blanco.

jueves, 5 de mayo de 2011

La noche del poema

En ocasiones, creemos que detrás de lo hollado no hay realmente una obra, solo tiestos de un “nosotros” que se desvanecen sin arrancar lo despojado de la poesía, sin arrancar la cáscara o la hojarasca, la “nocturnidad” de lo creado, del cual están embebidas las escrituras parciales.

Son poemas que no llegan a completarse, y se abandonan.

Es criterio del escritor suponer una unidad, y por ende publicar el libro.

En algunos casos hay una producción dispersa, pero un manto de misticismo recubre al poeta. La noche ha sido su morada, los versos nacen mutilados, acercando una noción de barroquismo y ruptura que tal vez sea representativa de un contexto particular, de una estética que, concurrida por múltiples voces, provoca una empatía colectiva. Esos lectores, que comulgan con escrituras fragmentadas -y comprenden a través de dichas prácticas la instauración de ciertas construcciones- suelen advertir, como en un relámpago, destellos de sus propias limitaciones, pero sin reconocerlo. Cierto es que mucho más válido es el trabajo consecuente con la escritura, la plena lectura y los matemáticos ejercicios mentales, plagados de contrapuntos y candentes periferias. Eso exige un sacrificio, un recorrido que abruma imaginarlo.

Creo que la conectividad arborescente de Internet teje laberintos donde ciertas almas se pierden, diagramando en ocasiones pequeños bloques de ideas, motivadas por grados de pertenencia a discusiones perentorias. Lo paradójico es encontrar significado en una limitación, abordado generalmente desde una periferia, para después analizar conceptualmente dicho sobrevuelo.

Esto me hace acordar a una escena cinematográfica del Marques de Sade interpretado por Geoffrey Rush, cuando en la cárcel, el escritor les va recitando a los reclusos fragmentos de su obra, para que ellos, de boca en boca mediante agujeros en las paredes, hagan llegar cada palabra a la única mujer que tiene papel y que puede escribir los versos precariamente memorizados por los presos. De este tipo de construcciones estamos hablando, y tal vez, por qué no aventurarlo, la obra quede mejorada.

Traslado estas divagaciones a ciertas tertulias literarias, donde el almíbar es derramado “poéticamente” en escenarios solitariamente concurridos, para así generar los más extraños “cadáveres exquisitos”, en el cual melancólicos corazones tal vez aprecien semidormidos sus entelequias, sin analizar las aliteraciones ni los vértigos comunes, pero suponiendo que, propio del contexto donde fueron creados, algo puedan representar esos versos, algo puedan esconder esas coordenadas, como un ciego guiando a los ciegos

En este juego de interpretaciones, el arte ciertamente sucede. Algunos lo pueden ver, y otros simplemente forman parte.