sábado, 24 de septiembre de 2011

Lo que no se sabe

En 1948, en Salta,
fuimos de noche a cazar vizcachas y ranas,
y la conversación se apagó con el fuego del asado,
abrumados como estábamos por el cielo negro
y estrellado.
Nerviosamente encendíamos y apagábamos las linternas
hasta quedarnos sin pilas.
Tampoco puedo explicarme por qué sueño con pilas de linternas,
con pilas para radios a transistores.
Ni por qué sueño con lamparitas de luz,
delicadamente guardadas en sus cajas respectivas.
Ni por qué me sorprendo mirando el filamento roto
de una lamparita quemada...

De “La gran Salina”, Ricardo Zelarayán

El asunto es simple, estaba divagando en algo parecido a una rutina, hasta que me encontré con un poema que hace tiempo había entrevisto, esta vez lo leí, y me detuve.
El poema es extenso pero eso no importa, trasciende la idea del tiempo en el relato, como si los hechos fueran contados en un jardín intemporal, bajo un árbol de manzanas, preguntando porqué no podemos explicarnos todo, y que sin-sentido sería poder explicarnos todo. Y “todo” lo que es esto, sucede en la Gran Salina, habla de algo que está ahí, de algo que no se sabe, y que forma parte de la vida del poeta. Mudo asombro de las cosas, inevitable perplejidad de aquello que es en tanto circunstancia, mientras pasa o se detiene, porque la vida misma pasa o se detiene, porque la Gran Salina está ahí y a la vez no está, porque abruma no saber que hace ahí, o tal vez se sabe y eso solo apesadumbra, y no se puede hacer nada con eso, ni siquiera duele.

Lo que intuyo que puede ocurrir con la lectura del poema es descubrir que lo que dicen sus versos, en algún punto, en algún momento o circunstancia, nos sucedió. No importa dilucidar qué.
Otra cosa que sentí con este poema, es darme cuenta de la enorme influencia que proyectó Zelarayán en la poesía argentina “de los 90”, se encuentra allí, indeleble, en cada verso, en cada palabra, a la vuelta de cada esquina.

Porque en realidad, tal como lo dice el poeta, no se sabe nada, de lo que es mientras somos,
junto a lo que ya se sabe
Y no se sabe.

Aquí, el poema.

La Gran Salina
La locomotora ilumina la sal inmensa,
los bloques de sal de los costados,
los yuyos mezclados con sal que crecen entre las vías.
Yo vacilo....
y callo....
porque estoy pensando en los trenes de carga
que pasan de noche por la Gran Salina.
La palabra misterio hay que aplastarla
como se aplasta una pulga,
entre los dos pulgares.
La palabra misterio ya no explica nada.
(El misterio es nada y la nada no se explica por sí misma.)
Habría que reemplazar la palabra misterio
(al menos por hoy, al menos por este "poema" )
por lo que yo siento cuando pienso en los trenes de carga
que pasan de noche por la Gran Salina.
La pera trepida en el plato.
La miel se desespera en el frasco cerrado,
para desesperación de las moscas que le acechan posadas al vidrio.
Pero yo no me explico
y hasta ahora nadie ha podido explicarme
por qué me sorprendo pensando
en la Gran Salina.
El hombre de chaleco del salón comedor
se ha quitado los anteojos.
Los anteojos trepidan sobre el mantel de la mesa tendida.
Todo trepida,
todo se estremece,
en el tren que pasa a mediodía por la Gran Salina.
Yo me he sorprendido mirando
la sombra del avión que pasa por la Gran Salina.
Pero eso no explica nada.
Es como una gota que se evapora enseguida.
Hay que distraerse, dicen.
Hay que distraerse mirando y recordando
para tapar el sueño
de la Gran Salina.
Un piano colgado como una araña del hilo
se ha detenido entre los pisos doce y trece...
Un camión pasa cargado de ventiladores de pie
que mueven alegremente sus hélices.
En 1948, en Salta,
fuimos de noche a cazar vizcachas y ranas,
y la conversación se apagó con el fuego del asado,
abrumados como estábamos por el cielo negro
y estrellado.
Nerviosamente encendíamos y apagábamos las linternas
hasta quedarnos sin pilas.
Tampoco puedo explicarme por qué sueño con pilas de linternas,
con pilas para radios a transistores.
Ni por qué sueño con lamparitas de luz,
delicadamente guardadas en sus cajas respectivas.
Ni por qué me sorprendo mirando el filamento roto
de una lamparita quemada.
Nunca he visto...
nunca he podido imaginarme
la lluvia cayendo sobre la Gran Salina.
Yo no tengo objetivos pero me gusta objetivar.
Desde chico intenté cortar una gota de agua en dos
(con una tijera).
Aún hoy intento,
apartando las cosas de la mesa
o ahuyentando amigos,
imitar, imaginarme, la lluvia sobre la Gran Salina.
Tomo una plancha caliente y le salpico gotas de agua.
Pero aunque pueda imaginarme todo,
nunca podré imaginarme
el olor a salina mojada.
Anoche llegué a mi casa a las tres de la mañana.
En la oscuridad, tropecé con un mueble...
y allí nomás me quedé pensando
en lo que no quería pensar...
en lo que creía bien olvidado!
Pero en realidad me estaba escapando
del sueño estremecedor de la Gran Salina.
Y ahora me interrogo a mí mismo
como si estuviera preso y declarara:
"La Gran Salina o Salina Grande
está situada al norte de Córdoba,
cerca (o dentro, no recuerdo)
del límite con Santiago del Estero."
Estoy mirando el mapa...
pero esto no explica nada.
La caja de fósforos queda vacía
a las cuatro de la mañana
y yo me palpo a mí mismo, desesperado,
con el cigarrillo en la boca...
Habría que inventar el fuego, pensarían algunos.
Yo en cambio pienso en los reflejos del tren
que pasa de noche junto al río Salado.
No puedo dormir cuando viajando de noche
sé que tengo a mi derecha
el río Salado.
Paro aún así sigo escapando del gran misterio...
del misterio de la sal inagotable de la Gran Salina.
Recuerdo cuando arrojábamos impunemente naranjas chupadas
al espejo ciejo y enceguecedor de la Gran Salina.
A la siesta, cuando la resolana enceguece más que el sol.
Esperábamos llegar a Tucumán a las siete
y a las dos de la tarde tuvimos que cambiar una rueda
junto a la Gran Salina.
Un diario volaba por el aire...
el sol calcinaba las arrugadas noticias del mundo
del diario que caía sobre la Gran Salina.
Y vi pasar varios trenes
y hasta un jet...
Los pasajeros de los Caravelle
o de los Bac One-Eleven,
no saben que esa mancha azulada,
que a lo mejor están viendo en este mismo momento,
desde ocho mil metros de altura,
esa mancha azulada que permanece durante escasos minutos,
es la Gran Salina,
la Salina Grande.
Pero el jet anda muy alto.
La Gran Salina no conoce su sombra que pasa.
Los pasajeros del jet duermen...
se sienten muy seguros.
En el jet no hay paracaídas.
Los jets no caen. Explotan.
Hace unos años,
un avión que no era un jet volaba, creo, sobre Santa Fe.
De pronto se abrió una puerta
y una camarera tuvo que obedecer calladita
a las sagradas leyes de la física,
y demostrar su inequívoco apego a la ley de la gravedad.
Una ley dura como las piedras metidas en la boca de Demóstenes
que, según dicen, hablaba mucho.
Aquí hay que hacer un minuto de silencio.
Primero, por la dócil camarera sin cama del avión.
Después, por las palabras muertas,
muertas por no decir nada...
misterio, por ejemplo,
que sirve para no explicar lo inexplicable,
lo que yo siento cuando pienso en la Gran Salina,
lo que traté de no pensar un día que caminaba por la Gran Salina
tratando de distraerme y de no pensar dónde estaba,
escuchando una canción de Leo Dan
que pasaba LV12 Radio Aconquija
y el Concierto en sol de Ravel por la filial de Radio Nacional.
¿Qué pensaría Ravel, el finado,
si caminara como yo en ese momento
por la Gran Salina.
Ravel, púdico sentimental,
te imagino tocando el piano que hoy vi colgado
entre el piso 12 y el piso 13.
Sí, pobre Ravel de 1932
con un tumor en la cabeza que ya no lo dejaba componer.
Ravel tocando solo,
de noche (pero eso sí, absolutamente solo)
los "Valses nobles y sentimentales" en medio de la Gran Salina.
Estoy seguro que se hubiera interrumpido
al escuchar el silbato lejano de la locomotora,
para ver el haz de luz a la distancia
y la penumbra sobre la Gran Salina.
Días pasados fui al Hospital.
Hace años yo andaba por allí,
despreocupado y con mi guardapolvo blanco.
Pero ahora, de simple paciente,
sentí el ruidito angustioso
!Trank!
de la máquina de sacar radiografías.
!Y que pase otro! gritó el enfermero.
Pero el otro no podrá explicarme
por qué tengo sed,
por qué voy detrás del agua cautiva de la botella
y de la sal capturada en el salero,
yo, tan luego yo,
capturado en el sueño de la Gran Salina.
Un amigo, alto funcionario estatal,
me ofreció su pase libre para viajar por todo el país.
Total, me dijo, es un pase innominado,
cualquiera lo puede usar...
si se lo presto.
El pase sin nombre me deslumbró
como la marca de la cubierta que leí y releí
cuando cambiábamos la rueda junto a la Gran Salina.
Pero después pensé en Tucumán
(mi segunda provincia)
y en las vértebras azules del Aconquija
horadando las nubes blancas.
Ahora me entero que mi amigo,
el del pase sin nombre,
se separó de la mujer.
Aquí me callo...
Pero el silencio me hace pensar ahora
en lo que no quise pensar cuando miré el pase sin nombre que me ofrecían,
en lo que dejé de pensar hace un momento...
cuando vi pasar el ascensor con una mujer silenciosa
que no me quiso llevar.
Olvidemos el ascensor perdido
y pensemos de nuevo, de frente, en la sal
(cloruro de sodio)
y en el misterio...
Pero como nada es misterio
hagamos una traducción de apuro:
miss Terio
o miss Tedio
o chica rodeada de teros asustados
o algo por el estilo.
Pero no hay distracción que valga.
El ayudante de cocina del vagón comedor
se rasca la cabeza de tanto en tanto
pero sigue pelando papas sin distraerse
en el tren que se acerca a la Gran Salina.
Y el ascensor perdido con la mujer silenciosa
sigue recorriendo kilómetros entre la planta baja
y el piso quince.
El sastre de enfrente que ya comió
se asoma a tomar aire con el metro colgado en el cuello.
Yo pienso en comer, como se ve...
Son exactamente las 14 horas, 8 minutos, 30 segundos.
Y también, no sé por qué,
pienso en el acorazado de bolsillo Graf Spee
que en los comienzos de la última guerra
se suicidó antes que su capitán
frente a Punta del Este.
El Graf Spee yace a treinta metros de profundidad.
Ya nadie se acuerda de él.
Ni siquiera los hombres-rana
que bajaron a explorar sus entrañas.
Pero hasta los hombre-rana
salen a comer a mediodía.
Y a veces, para comer,
sólo se quitan las antiparras y los tubos de oxígeno.
Todavía hay gente que se asombra viendo comer a esos hombres...
con patas de rana.
Los hombres-rana reclaman al mozo la sal que se olvidó!
Dale!... Dale!
Hoy almuerzo con amigos
(si es que no se fueron).
Miraré de costado la sal y pediré pimienta en vez,
porque tengo miedo de quedarme callado,
ya se sabe por qué.
No quiero quedarme callado
ni distraerme,
ya se sabe por qué.
En realidad no se sabe nada
del sueño de la pilas,
de la lluvia sobre la sal,
de la chica del ascensor,
del sastre asomado con el metro colgado
o del tren que pasa de noche indiferente
junto a lo que ya se sabe
y no se sabe.

....................................................


Hace años creía
que "después del almuerzo es otra cosa"...
es decir que las cosas son otras
después del almuerzo.
Este poema (llamémoslo así),
partido en dos por el almuerzo
y reanudado después, me contradice.
No comí postre.
!Siento la boca salada!
Pero no voy a insistir.
El domingo pasado,
en casa de un amigo poeta,
conocí a un chileno novelista e izquierdista
que se fue a Pekín y que, posiblemente,
no vuelva a ver en mi vida.
Tímidamente, entre cinco porteños y un chileno izquierdista,
metí una frase de Lautréamont
que como buen franchute es uruguayo
y si es uruguayo es entrerriano.
Una frase (salada) para terminar (o interrumpir) este poema:
"Toda el agua del mar no bastaría para lavar una
mancha de sangre intelectual"

sábado, 17 de septiembre de 2011

Sobre la evidencia como hecho poético


"Hay ambigüedades que forman parte del lenguaje porque también forman, me animaría a creer, parte indisoluble de nuestra condición humana. Y de esa ambigüedad, para mi gusto prácticamente orgánica, raigal, constitutiva, que bien puede considerarse de algún modo una carencia, hace la poesía no obstante su cantera. De esa incapacidad del lenguaje humano para decirlo todo claramente, que tanto inquietó en nuestra época a un Ludwig Wittgenstein («Si el signo y lo designado no fueran idénticos en lo tocante a su pleno contenido lógico, entonces debería haber algo todavía más fundamental que la lógica»), la poesía intenta extraer justamente su capacidad para decirlo todo".
Rodolfo Alonso

Me parece interesante este acercamiento del autor, incluyendo la cita que permite entender la idea que entre el signo y lo designado hay una imposibilidad, una escasez, una hendidura, entonces debería ir algo que va más allá de la lógica, y eso sería la poesía. Con lo que se podría reducir que la poesía trata de cubrir la carencia del lenguaje con aquello que “ve”, con el hecho concreto de la evidencia en tanto poema, en tanto relámpago fijado en un conjunto de palabras.
Ante la perplejidad de lo creado, el poeta desbroza lo aparente, allí ocurre algo, luego, con el tiempo, la idea adquiere un plano, de algún modo, finaliza en sí mismo. Detrás del acto quedan vestigios de una imbricación, un devenir encontrando significado, si tal cosa es posible.

Podría divagar un poco más, ir hacia los recursos o licencias que el poeta se permite, mientras se deja llevar por lo que ocurre, para descubrir su propia meseta, su propia isla, su propio desierto. Esto puede darse en tiempos diferentes, en ocasiones retomando ciertos versos que fueron corregidos o incluso en aquellas escrituras automáticas que poco advierten de las reglas que sin embargo están implícitas en el poema, como cuando escribimos en verso alejandrino sin saberlo o descubrimos azorados que en todo este tiempo no hicimos otra cosa que hablar en prosa. En este caso me quiero acercar a quienes utilizan el recurso de la enumeración en el poema, palabras consecuentes que reiteradas en su conjunto, refuerzan el sentido del verso, su necesaria prolongación. Todo esto, que puede ser riesgoso, tiene su sentido.
Se describe sobre una realidad aparente, luego, como si fuera un hemistiquio, la irrupción de un elemento fantástico, surrealista o ilusorio, modifica el sentido lineal del poema, hay palabras que tal vez no tengan etimología para acompañar ese tono, pero que en su musicalidad encierran cierta belleza que se corresponde con la idea del poema, su invisible plano interior.
La utilización de ese recurso parece agotar en sí mismo la presunta idea de que el poeta no encuentra modo de finalizar una suerte de recorrido sin aparente rumbo, y sin embargo esa reiteración (no de palabras sino de sentido) refuerza el tono del que viaja hacia otro horizonte con el riesgo probablemente asumido de abandonar aquella ida por mera elección.

Como aquellas películas con finales abiertos donde solo quedan rostros que presagian lo no ocurrido, y sin embargo se trata, en ambos casos, de invisibles puntos suspensivos.

Y un poema que se lee hasta que se descubre que ya no quedan palabras.

sábado, 10 de septiembre de 2011

Un blog de poesía...


¿Qué es un blog de poesía?
¿Qué representa?
Hay poetas que escriben en estos espacios para “despuntar el vicio”, en ocasiones comparten textos que jamás incluirán en sus libros, ejercen el derecho a la opinión en tanto ciudadanos, realizando atravesamientos en planos políticos, sociales y culturales, ofreciendo respuestas desde el contexto de la literatura. Los hay quienes aprovechan las cualidades de este tipo de plataforma para difundir pensamientos, publicaciones, documentos audiovisuales que los tuvieron como eje de interés en un determinado acontecimiento. Escriben, opinan, ensayan aparatos críticos y forman una especie de catálogo literario que solo será consumido en forma virtual, con contenidos digitales que vaya a saberse si alguna vez terminan en soportes impresos.
De tanto en tanto asocian una construcción citando artículos de otras bitácoras, de tanto en tanto se dejan ver, tienen un rostro, y comulgan entre acólitos sus desventuras cotidianas.
Otros prefieren arrojar sus versos, escritos desde nocturnas computadoras en lugares sin identidad, simulando una ficción, una pertenencia hacia algo que va más allá de toda comprensión.
Es extraño el consuelo que supone escribir para alguien que del “otro lado” semeja la invisible actitud de un visitante. La distancia deja de medirse, y sorprende que un lector se tome un tiempo para tratar de entender estas falsas verdades. 

Alguien que escribe versos, alguien que los lee. Alguien que de algún modo comprende que el todo está en la parte y la parte está en el todo.

No deja de parecerme una misteriosa construcción.

sábado, 3 de septiembre de 2011

Lo que está dentro del sistema


Sabemos que es un sistema binario, qué representa, qué traduce. Trasladar a otros campos su ilimitado alcance prefigura posibilidades inauditas. Sin embargo pienso lo que significaría intentar analizar una ecuación que representa el entramado o arquitectura de un sistema, al cual no podemos acceder por nuestros sentidos. Necesitamos artefactos que nos permitan simbolizar esquemas, dilucidar sus componentes, trazar límites. Detrás de lo desconocido hay ecuaciones que permiten diagramar componentes de una realidad, como las imágenes del pensamiento que instalan un plano al intentar crear un concepto. Se puede decir que existe una interrelación de la que nada sabemos, que habilita o facilita la construcción de nodos que a su vez permitirán encriptaciones (eventuales posicionamientos), bajo la idea de una fórmula.
 
Así nacen sistemas, poblados de algoritmos, que instalan respuestas artificiales, simulando representar la realidad. Así nacen pensamientos, articulados indefinidamente, que arrojan verdades como relámpagos, semejando dígitos de un sistema no nacido. Detrás vienen las adscripciones, las estructuras, los contextos, todo aquello que hoy vemos del mundo que creamos.

Hay quienes viven mimetizados en esos laberintos, auscultando toda percepción.
¿Será así lo creado en el poema cuando ocurre?