sábado, 31 de marzo de 2012

El silencio del después


Decía Atahualpa Yupanqui que los poetas “Sienten cuando los ronda de cerca el gran silencio; cuando se les va acercando, cada día, cada semana, como una sombra amplia, amada, nunca desconocida, el silencio”. Debe ser cierto, al menos por un segundo, sentir que hay una sombra detrás del alma, y que solo un hilo de voz puede nombrarla.
Con el tiempo viene otro silencio, se construye un testamento, se intenta significar en páginas descoloridas un paso por la vida, se juntan reseñas, como si recogiéramos tierra para llenar un huerto, y luego los frutos que deberían nacer para que la rueda se complete.

Tal vez sea por esto que la otra noche, mientras fumaba un habano, me quedé mirando una única estrella desde una silla que parecía de mimbre, llegué a pensar que en ese momento podía ser la única persona en el mundo que estaba mirando detenidamente esa estrella, el hecho me consoló. Entre las volutas de humo me dejaba callar en un vaivén quieto, formado por las hebras de mi propio desasosiego.
Vaya a saberse porqué, pensé en mi abuelo, que falleció en el 2000, el había nacido en 1915 así que si no saqué mal la cuenta vivió 85 años, hubiera vivido más de no haber sido por un accidente, todo aquello que como albañil construía lo tuvo que interrumpir, quedando en cama sus últimos días, inmóvil y mirando la televisión, justo el.

Recuerdo que mi abuelo se estaba muriendo y entonces se me ocurrió preguntarle que es la vida, todavía veo su cara de sorpresa al escuchar la pregunta, un coloso de un metro noventa y cien kilos y parecía desarmado ante la ocurrencia, y entonces me dijo las palabras inmortales, que nunca voy a olvidar: “es buena”.

La vida es buena.

A la semana me invitó a su casa, nos sentamos y me dijo que yo le había hecho una pregunta y que el sentía que debía responderme de otra manera, entonces me dijo que en la vida “hay más contras que derechas”, que “todo tienes que ganártelo” y varias cosas más que prefiero atesorar en algún lugar de mi yo más profundo, pero lo cierto es que estuvo pensando en eso, y sentí que todo valió la pena, experimenté, como pocas veces en mi vida, una sensación de paz, algo que repara como un amanecer o como un cuarto lleno de sol.

Había un pincel en el galpón de mi abuelo, verde y pequeño, me lo llevé, para pintar con silenciosa alegría, todas las paredes del mundo.

sábado, 24 de marzo de 2012

El poeta que nunca publicó


Hay una raza oblicua de cantores urgidos por escuchar el coro que su nombre clame y ver su monumento con segura certeza.
De Reverencia a Orfeo, César Mermet

En algún momento ocurre, nos sentamos bajo la bóveda nocturna y escribimos el poema sin pausa, afuera se escucha un auto lejano y algunos perros le ladran a la luna, ya estuvimos regando las plantas y mirábamos la película del cantante que creía en la naturaleza y le decía a Jesús “no quisiera estar en tu lugar”, todo como si fuera una secuencia que forma parte del contexto del poema, es probable que nada de eso llegue al papel pero hay ribetes descoloridos que nunca serán visibles en el texto, y sin embargo está allí, imbuido de algo no pautado que une círculos inconexos.
Entonces ocurre que dejamos pasar un tiempo, el cajón del escritorio resguarda la expresión primaria, el atisbo pétreo, el torbellino de la quietud, todo eso se desliza y al final de críticas lecturas quedan trozos de lo inicialmente concebido, allí rescribimos las variaciones de lo bosquejado en un rapto de estentórea lucidez, anotamos palabras aparentes que de alguna manera forman parte del entramado y la estructura, y nos damos cuenta, con la tercera y cuarta corrección, que el poema arbóreo se despliega en abanicos inconmensurables con el que apenas podemos dar cuenta de la forma, el poema es una meseta pero le agregamos promontorios impensados, a veces algunos nubarrones vuelven todo atrás, si es que aún conservamos las copias de las reescrituras, o hurgamos como en un palimpsesto las frases ocultas de lo febrilmente revelado, hacemos un cielo con pinturas nuevas pero conservando la atmósfera y el tono. El ejercicio se repite indefinidamente, el poema no termina de nacer, o de morir, se encuentra inacabado pero demencialmente vivo.
El poeta no puede ni quiere publicarlo.

Debe haber muchos casos de esos, pero tal vez haya un ejemplo simbólico, cuando se pretende hablar de escritores que no publicaron, lo sucedido con César Mermet. Su método de trabajo le impedía concluir lo creado, cada poema era corregido innumerables veces, creciendo en modo arborescente, reescribiendo cada línea, ampliando versiones, creando nuevos poemas del poemario corregido, como asumiendo que no podía terminar una versión definitiva. Yo tengo para mi que Mermet podría discutir amablemente los dichos de Paul Valéry, para el poeta francés un poema no se termina sino que se abandona, Mermet coincidiría con la primera afirmación pero suprimiría el abandono por la corrección indefinida.

Leerlo me hace acordar a ciertos poemas de Héctor Viel Temperley, un tipo que daba la impresión que finalizaba sus poemas porque se quedaba sin papel, de lo contrario su prosa era como una fuga de Bach, una partitura sin pentagrama.
Vaya vida la de este poeta, en su homenaje se creó un blog que recopila sus poemas, prosas, cartas, manuscritos, artículos críticos, fotos, biografía, semblanzas y antologías.
Mermet no integra el paradigma de la “literatura del no”, aquellos que en un determinado momento se alejaron de la escritura para siempre, en todo caso su posición indeclinable era con la idea de publicar su obra.
Dice Pedro Mairal, uno de los poetas que coordinó su publicación póstuma: en pocos hombres se da tan claro como en Mermet esa frase de Emerson citada por Borges: “El hombre es la mitad de sí mismo, la otra mitad es su expresión”.

Al final, cuando el poeta está ausente, lo corregido se publica y cumple su destino, deja de ser manuscrito para transformarse en una versión eternamente momentánea, motivada por el prolongado e indefinido silencio del poeta…
Vaya reparación...

Aquí un poema, maneras de ausencia

De lo que me faltas crezco,
tu falta me alarga hasta mañana,
del aire de tu ausencia respiro,
del tiempo que me faltas
rejuvenezco,
del hambre tranquila de tenerte
me alimento,
tu no estar me acompaña
en la noche y el día
como el anillo de largos años
cuyo extravío ciñe el dedo
de desnudez y desconcierto.

De lo que me faltas crezco,
como las ramas hacia la luz,
imposible y nutricia.
Tu falta me alarga hasta mañana,
mañana es tu mejor nombre,
la luz futura te arregla los cabellos
y es para encontrarte al día siguiente
que consigo anochecer cada día.
Yo enriquezco de tu falta,
qué incontable esperanza
acumulas faltando,
a cada instante
es más preciosa tu ausencia
y yo el único que tiene en la mano
el monto entero de tu falta.
Porque ensayé el derroche
por festejarte presente y ausente,
desperté mis subsuelos,
encendí minas,
multipliqué cristales,
puse al oro en celo,
ayunté las gemas,
me supe inagotable.
Tender a ti, abarcar tu escándalo,
bloquearte las jugadas,
las travesuras y las coreografías,
me hizo espacial, curvo y abierto.
Me faltas como el gramo de menos
que pone en marcha el mecanismo,
como la repentina falta
del leve pájaro
pone en marcha el duraznero y cimbra
y toda la luz de la mañana parpadea.
Me faltas ahora benignamente
como la lluvia al campo
cuando las primeras gotas comienzan.
Me faltas como el regalo prometido
en el gozoso noviciado de la espera.
Me faltas como en la víspera de la fiesta
falta la música a todo el pueblo
y todos viven de la música que les falta,
y los cuchillos y herraduras del herrero
ese día se templan con la música de mañana
y tañen, cantan, cortan y galopan felizmente.
Me faltas como la posesión más querida,
como un campo en otra provincia
en la época en que la mies madura,
me faltas como una plantación de limones
al otro lado del río,
que amarilla y aroma por detrás del sueño.
Pequeña, clavo de olor, especia del alma,
me faltas necesaria simple y segura
como le falta el azafrán al guiso pálido.

Por favor, tú, mi falta,
acentúame el tiempo, oriéntame el espacio,
hazme dinámico y esdrújulo,
lánzame faltándome
por sobre el largo día,
ayúdame a vivir desazonándome,
accióname como un dulce desnivel,
como el declive que echa a rodar
el siglo inerte de la piedra,
como la diferencia de sensación
entre el tobillo izquierdo y el derecho,
de donde nace la marcha,
y como el otoño adonde fluye
toda la savia del año
hasta agolparse en los racimos.

Me gusta que me faltes,
es extraño,
estoy cómodo con mi carencia,
siento que la vida me debe,
que la luz siempre paga,
y benévolamente contemplo la calle
con sensatez y tolerancia,
como un acreedor agrario de buen pasar
y corazón sin agriura
dejo que transite en paz el día,
que el tiempo trabaje por mi cuenta,
que las horas se afanen,
que los pájaros vuelen en mis dominios,
que las palomas ilustren mi calma,
sin reclamar los dominios de mi calma.

Por favor, no dejes de faltarme,
fáltame así de suave,
fáltame suavemente,
yo saboreo tu falta como una mata dulce
nacida al borde del agua,
con sabor a transcurso y a promesa
de un gusto a mata dulce,
cumpliéndose sabrosa, interminablemente.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Día mundial de la poesía

Siempre me inquietó como fue posible, en una reunión planificada por la mayor organización mundial existente, proclamar un día para la poesía. Parecería que a esta hermanita pobre de la literatura hay que recordarla una vez al año, en forma solemne, para que puntualmente se le ofrezcan flores a una imagen inexistente.

La proclama considera, en un apartado, que el número de poetas aumentó como consecuencia de las actividades poéticas multiplicadas en los distintos Estados Miembros…
Entonces deduzco que si los distintos Estados Miembros no hubieran multiplicado sus actividades poéticas no hubiera aumentado la cantidad de poetas.
Es decir, los poetas surgen porque hay actividades que favorecen su oficio, o interpretado de otro modo no surgen poetas por la ausencia de tales actividades, o tal vez se trata de entender que para escribir poesía hay que estimular al poeta con actividades poéticas, o quizás…

No me parece mal promover un hecho literario, de hecho suele ocurrir que las publicaciones se reproducen por doquier, y algunas buenas como esta.

Como fuere, conmemorar, evocar, rememorar, recordar…son todos sinónimos, a veces también la poesía los necesita, o al menos hay quienes así lo interpretan, una vez al año.

sábado, 17 de marzo de 2012

Apenas eso


Crear, cuando parece que el día está apacible y arrastramos un conglomerado de situaciones inconexas, cuando todo es un silencio quieto, como pájaros que se desprenden en un vuelo sin fe, una ensoñación sin predicado.

Crear, desde lo precario y lo inexplicable, porque el lago está lleno de piedras en un fondo cubierto de algas y olvido, porque el barquito de papel parece plateado debajo del sol, y se hunde y se transforma en meseta de fragmentos descoloridos. Porque debajo hay un mundo y arriba otro.

Crear, como crean los chamanes en las rocas pintadas, bailando hasta que anochece, perdiendo todo sentido.

Crear, sobre la idea de que todo origen guarda para sí los lineamientos de una música nunca ejecutada, en el que las cuerdas son pulsadas por el intelecto, en un plano sin pentagrama.

Crear, profanando palabras del fuego, disgregando una materia candente, profiriendo aullidos indelebles en el día aparente.

Crear un poema, apenas eso.

viernes, 16 de marzo de 2012

Aquella pared...


Había una pared ahí, en un momento eso era todo, los ladrillos estaban hechos con fotos viejas de un álbum familiar, las que cada uno puso imaginariamente en alguna parte, podríamos haber mirado otra cosa, pero no, la vista se quedaba en ese muro, como si nos examinara, detrás los músicos hacían su parte y la noche parecía cubrirnos como niños.

Esta obra fue representada en vivo infinidad de veces, hasta aquí llegó la estructura de un espectáculo jamás concebido, no recuerdo calidad de sonido semejante, ni puesta audiovisual que ensamblara efectos especiales, artefactos y fuegos artificiales del modo en que se vio, haciendo que The Wall live fuera un inmenso videoclip de más de dos horas de duración.

No importaron las voces grabadas (tanto las del coro, los niños, el juez y el maestro, incluso Pink, aceptado por quienes fueron a encontrarse con el recuerdo emotivo de la película), pasó a ser secundario que Waters simulaba cantar algunas canciones bajo el mismo tono agudo de los 80’, tal vez esa intención mantuvo intacta la nostalgia, dejó en el público la idea de que el tiempo deja huella pero que sin embargo había que representarlo tal cual fue concebido, bajo la forma de una película y un disco que acompañaron las tristezas, soledades y paranoias de varias generaciones.

Cuando el muro cayó me pregunté porqué esta obra sigue cautivando a las masas. El guión es simple, sin embargo atraviesa atmósferas subjetivas complejas, las asociaciones simbólicas son inmediatas, tal vez haya que indagar si aquellos ladrillos no fueron secretamente derribados por quienes padecieron esas opresiones, en sí mismos representan muchas cosas, y a la vez ninguna, al final, siempre hay alguien que los recoge, y todo vuelve a empezar.

Me fui silbando la última canción mientras caminaba, esa despedida dulce y simple de la obra, y de alguna manera me pareció que en silencio todos hacían lo mismo.

sábado, 10 de marzo de 2012

La irrupción del simbolismo


Naturaleza es templo donde vivos pilares
dejan salir a veces sus palabras confundidas;
el hombre allí atraviesa entre selvas de símbolos
que lo observan con sus miradas familiares

Como esos largos ecos que de lejos se mezclan
en una tenebrosa y profunda unidad,
vasta como la noche y como la claridad
los perfumes, colores y sones se responden

Es que hay perfumes frescos como carnes de niños,
dulces como el oboe, verdes como praderas,
y otros corrompidos, ricos y triunfadores.

Teniendo la expansión de cosas infinitas,
como el almizcle, el ámbar, el benjuí y el incienso,
que cantan los transportes de espíritu y sentidos.

Correspondencias, de Charles Baudelaire

Se dice que este poema de Charles Baudelaire, que abre simbólicamente las flores del mal, ha sido considerado como la primera manifestación del simbolismo, aquel escritor por el que Arthur Rimbaud y Stephane Mallarmé tuvieron por maestro, por vidente, por símbolo: un verdadero Dios.
Pero hay algo más que profundiza el devenir de Baudelaire en la poesía, aquella denominación de poeta maldito no estuvo solamente supeditada a su escritura, es posible decir que su vida misma, sus intervenciones, su imagen, correspondían en igual intensidad al concepto subrayado (según Rodolfo Alonso esto puede atestiguarse en las dos célebres y reveladoras fotos de Nadar que lo convirtieron en el “primer Cristo del arte”). Vale detenerse en esta imagen, su expresión escrutadora, su oscuridad envuelta en un cuerpo, el vértigo fijado en un instante de perturbadora calma.
Definió de un modo singular la noción de arte y consumo crítico:

“- Mi lindo perro, mi buen perro, mi querido perrito, acércate y ven a respirar un excelente perfume comprado en la mejor perfumería de la ciudad.” Pero como el perro ante ello responde reculando con pavor, el poeta dice: “- ¡Ah! Miserable perro, si te hubiera ofrecido un paquete de excrementos, lo hubieras olfateado con delicia y quizás devorado. Así, tú mismo, compañero de mi triste vida, te pareces al público, a quien nunca hay que ofrecer delicados perfumes que lo exasperen, sino inmundicias cuidadosamente elegidas.”

Apenas pudo con su vida, dejó un legado indeleble, inmortal.
Siempre volveremos a sus versos, y le encontraremos contemporáneo sentido.

jueves, 8 de marzo de 2012

Biutiful


Que hay…
Así terminaba “biutiful”, padre e hijo encontrados en un más allá cubierto de nieve, donde podían fumar.
No recuerdo película más dura, la “historia de un hombre en caída libre”, ángeles sin alas que se arrastran en el barro buscando una redención que nunca llega, aquellos que ven en medio de la miseria lo que otros apenas pueden olvidar, aquellos que oyen lo que no debería escucharse. Aquellos desangelados de piadosos mantos y oscuras acechanzas.

Antes de ver este film había escrito algo hace un tiempo, sin ninguna pretensión:
Yo estaba parado delante de un cajón, sin escudos ni corazas.
Emanaba una luz que a su vez estaba cubierta de algo ceniciento, como una nube ambarina. Eso no podía saberlo, apenas toleraba mi silencio. Imagino que es el otro el que puede ver, porque está en ambos mundos, y a la vez no, porque ya no es posible percibir lo que no se sabe.
Así las cosas pasan, los muertos siguen sin hablar, y yo pensando en llegar a una orilla.

Detrás de estas escenas, hay un clamoroso pedido de amor, ser recordados por quienes amamos, y sentir lo débil, efímera y grácil que es toda vida, ese valer la pena...

viernes, 2 de marzo de 2012

Alrededor de la creación poética


El poeta, con toda la carga de conocido y desconocido, se siente de pronto convocado hacia un afuera cuyas puertas se abren hacia adentro
Olga Orozco

Me debía esta escritura de Olga Orozco, una iluminación que da buena cuenta de la “infinita probabilidad” que despierta el poema al momento de ser creado, dejando a un lado todo aquello que conduce “a las academias de la prosodia, a los hospitales de la semántica y al panteón de la etimología”. Inevitable la asociación con Rimbaud en ciertos pasajes, escritura candente que busca entre imágenes las estructuras caleidoscópicas del vórtice urdido, fantasmas que las palabras encierran en sí mismas. Nada de este texto tiene desperdicio, la autora advierte el universo imperfecto que rodea todo poema mientras es revelado, y cómo el poeta elige la palabra para convertir esa expresión en símbolo y antorcha.

Para quienes deseen entrar al bosque, prosigan la lectura, a los que no, consuélense con un café caliente mientras cae el atardecer.

La poesía puede presentarse al lector bajo apariencia de muchas encarnaciones diferentes, combinadas, antagónicas, simultáneas o totalmente aisladas. De acuerdo con las épocas, los géneros, las tendencias, puede ser, por ejemplo, una dama oprimida por la armadura de rígidos preceptos, una bailarina de caja de música que repite su giro gracioso y restringido, una pitonisa que recibe el dictado del oráculo y descifra las señales del porvenir, una reina de las nieves con su regazo colmado de cristales casi algebraicos, una criatura alucinada con la cabeza sumergida en una nube de insectos zumbadores, una señora que riega las humildes plantas de un reducido jardín, una heroína que canta en medio de la hoguera, un pájaro que huye, una boca cerrada. ¿Cuál es la imagen verdadera de este inagotable caleidoscopio? La más libre, la más trascendente sin retóricas, la no convencional, la que está entretejida con la sustancia misma de la vida llevada hasta sus últimas consecuencias. Es decir, la que no hace nacer fantasmas sonoros o conceptuales para encerrarlos en palabras, sino que hace estallar a los fantasmas que las palabras encierran en si mismas. Recorrer la trayectoria de la poesía desde la formulación del encantamiento y su consecuente palabra de poder, hasta la época actual, es un camino en doble espiral, tan largo como la génesis del lenguaje y tan tortuoso como la historia del hombre. Analizar el lenguaje de la poesía en sus sonidos y en sus resonancias es atrapar a un coleóptero, a un ángel, a un dios en estado natural y salvaje y someterlo a injerto y disecciones, hasta lograr un cadaver amorfo.. Los poetas conviven con las palabras. Sí, las nutren, las mastican, las aplastan, las pulverizan; combaten por saber quien sirve a quién, o pactan con ellas, o tienen una relación semejante a la de los amantes. La poesía es un organismo vivo, rebelde, en permanente revolución, en permanente metamorfosis. Pero los fonemas, los antónimos, las aféresis, las paragoges, las aliteraciones, las arritmias, los yámbicos, al igual que ciertas ideas fijas, son los parásitos de las palabras; producen enfermedades incurables, vicios rutinarios, vejeces prematuras que conducen a las academias de la prosodia, a los hospitales de la semántica y al panteón de la etimología. Condensando todos los ismos que unen y separan, como los verdaderos istmos, reuniendo en un solo cuerpo las palabras que nacen, crecen, mueren, y renacen, sólo puedo decir que mas allá de cualquier posible discrepancia de acción y de fe, la poesía es un acto de fe, una crítica de la vida, un cuestionamiento de la realidad, una respuesta frente a la carencia del hombre en el mundo, una tentativa por aunar las fuerzas que se oponen en este universo regido por la distancia y por el tiempo, un intento supremo y desesperado de verdad y rescate en la perduración. Ignoro cuál sería el porvenir de la poesía en un mundo regido por una técnica impensable o por una imposible perfección. Silencio, canto de alabanza colectivo, escalofriante mecánica que se genera a si misma, tal vez y digo tal vez, porque no puedo dejar de creer que la poesía no sea una infinita probabilidad. Pero no puedo pensar en un mundo perfecto, sin muerte, sin restricciones, sin tú y yo. Mientras tanto, aquí y ahora, el poeta elige su expresión. Elige la palabra como elemento de conversión simbólica de este universo imperfecto. La idea de que el nombre y la esencia se corresponden, de que el nombre no sólo designa sino que es el ser mismo y que contiene dentro de sí la fuerza del ser, es el punto de partida de la creación del mundo y de la creación poética. Separado de la divinidad, aislado en una parte limitada de la unidad primera o desgarrado en su propio encierro, el individuo siente permanentemente la dolorosa contradicción de su parte de absoluto y de sus múltiples, efervecentes particularidades. Quiere ser otro y todos sin dejar de ser él, no invadiendo sino compartiendo. Ese sentimiento de separación y ese anhelo de unidad, sólo se convierten en fusión total, sumultánea y corpórea, en la experiencia religiosa, en el acto de amor y en la creación poética. El “yo” del poeta es un sujeto plural en el momento de la creación, es un “yo” metafísico, no una personalidad. Esta transposición se produce exactamente en el momento de la inminencia creadora. Es el momento en que la palabra ignorada y compartida, la palabra reveladora de una total participación, la palabra que condensa la luz de la evidencia y que yace sepultada en el fondo de cada uno como una pregunta que conduce a todas las respuestas, y comienza a enunciarse con balbuceos y silencios que pueden corresponder a todos y cada uno de los nombres que encierran los fragmentos de la realidad total. Su resonancia se manifiesta en una sorpresiva paralización de todos los sistemas particulares y generales de la vida. El poeta, con toda la carga de lo conocido y desconocido, se siente de pronto convocado hacia un afuera cuyas puertas se abren hacia adentro. Una tensión extrema se acaba de apoderar de la trama del mundo, próxima a romperse ante la inminencia de la aparición de algo que bulle, crece, fermenta, aspira a encarnarse, en medio de la mayor luz o de la mayor tiniebla. El ser entero ha cesado de ser lo que era para convertirse en una interrogación total, en una expectativa de cacería en la que se ignora quién es el cazador y cuál es el animal al que se apunta. Algo está condensándose, algo está a punto de aparecer. Algo debe aparecer o el universo entero será aspirado en una dirección o estallará con un estrépito ensordecedor en otros miles de fragmentos. El poeta traspone, entonces, las etéreas murallas que lo encierran y sale a enfrentarse con los centinelas de la noche. Va a acceder al mundo del mito, va a repetir el acto creador en el limitado plano de la acción de su verbo, va a enfrentarse con su revelación. No importa que ese momento ejemplar – eterno en la eternidad como el molde del mito – tenga de este lado la duración exacta de un momento del mundo, ni que la palabra que ha usado como un arma de conocimiento y un instrumento de exploración ofrezca, después, el aspecto de un escudo roto o se convierta en un humilde puñado de polvo. Ha penetrado, de todas maneras, o ha creído penetrar, en la noche de la caída, la ha detenido con su movimiento de ascenso y ha revertido el tiempo y el espacio en que ocurría. El pasado y el porvenir se funden en un presente ilimitado donde las escenas más antiguas pueden estar ocurriendo, al igual que las escenas de la profecía. Es un tiempo abierto en todas direcciones. El vacío que precedía al nacimiento se confunde con el vacío adjudicado a la muerte, y ambos se colman de indicios, de vestigios, de señales. “¿Qué memoria es esa que recuerda hacia atrás?”, dice la Reina Blanca de Alicia en el país de las maravillas, y entonces es posible responderle que la memoria es una actualidad de mil caras, que cada cara recubre la memoria de otras mil caras, y que el pasado ha estampado sus huellas infantiles en los muros agrietados del porvenir. Tampoco la distancia que nació con la separación existe ya. La sustancia es una sola en una milagrosa solución de continuidad. Es posible ser todos los otros, una mata de hierba, una tormenta encerrada en un cajón, la mirada de alguien que murió hace 2.500 años. Se está frente a una perspectiva abierta y circular, pero aún en los umbrales del exilio. Es un viaje largo y solitario el que se debe emprender en las tinieblas. El que se interna, amparado por la lucidez, como por el resplandor de una lámpara, no ejercita sus ojos y no vé más allá de cuanto abarca el reducido haz luminoso que posee y transporta. El que avanza a ciegas no alcanza a definir las formas conocidas que se ocultan tras los enmascaramientos de las sombras, ni logra perseguir el rastro de lo fugitivo. No hay conciencia total, ni abandono total. No hay hielo insomne ni hervor alucinado. Hay grandes llamaradas salpicadas de cristales perfectos y grandes cristalizaciones que brillan como el fuego. Hay que tratar de asirlas. Hay que encender y apagar la lámpara de acuerdo con los accidentes del camino. Los senderos son engañosos y a veces no conducen a ninguna parte, o se interrumpen bruscamente, o se abren en forma de abanico. Hay muros que simulan espejismos, imágenes comprometedoras que se alejan, ejércitos de perseguidores y de monstruos, apariencias emboscadas, objetos desconocidos indescifrables que brillan con luz propia, terrenos que se deslizan vertiginosamente bajo los pies. Se viven confusiones desconcertantes entre la pesadilla y la vigilia, lo familiar resulta impenetrable y sospechoso y lo insólito adquiere la forma tranquilizadora de lo cotidiano. Se tiene la sensación de haber contraído una peste que puede producir cualquier transformación, aún la más imaginable, y hay una fiebre que no cesa y que parece alimentarse de la duración. El poeta cree adquirir poderes casi mágicos. Intenta explorar en las zonas prohibidas, en los deseos inexpresados, en las inmensas canteras del sueño. Procura destruir las armaduras del olvido, detener al viento y las mareas, vivir otras vidas, crecer entre los muertos. Trata de cambiar las perspectivas, de presenciar la soledad, de reducir las potencias que terminan por reducirlo al silencio. A lo largo de todo este trayecto, la palabra – única arma con que cuenta para actuar – se ha abandonado a las fuerzas imponderables o ha asumido todo el poder de que dispone para trasmutarse en el objeto mismo de su búsqueda. Por medio del lenguaje, emanación de la palabra secreta, el poeta ha tratado de trascender su situación actual, de remontar la noche de la caída hasta alcanzar un estado semejante a aquel del que gozaba cuando era uno con la divinidad, o de continuar hacia abajo para cambiar lo creado, anexándole otros cielos y otras tierras, con sus floras y sus faunas. El hecho es el mismo: es la repetición del acto creador por el poder del verbo. Por el poder del verbo, el poeta se ha entregado a toda suerte de encadenamientos verbales que anulan el espacio, a ritmos de contracción y de expansión que anulan el tiempo, para coincidir con el soplo y el sentido de la palabra justa: del “séase” o del “hágase”. Pero el poder del lenguaje es restringido por todo el precario sistema de la condición humana. La palabra secreta, capaz de crear un mundo o de devolver éste a sus orígenes, no se manifiesta a través de ninguna aproximación. El poeta ha enfrentado lo absoluto con innumerables expresiones posibles, solamente posibles, con signos y con símbolos que son la cosa misma y que suscitan también imágenes analógicas posibles, solamente posibles. Entre ese inabordable absoluto y este reiterado posible se manifiesta la existencia del poema: lo más próximo de esa palabra absoluta. El poema: un instrumento inútil, una proyección del acto creador que fue descubierto. Para el poeta ha terminado. Al lector le corresponde entonces instalarse frente al poema, que interroga y responde, en su condición de objeto y sujeto. Retomar el mecanismo de la revelación.