lunes, 28 de mayo de 2012

"La poesía es una manera de vivir"


Bajo este lema se presentará Rodolfo Alonso en la Ciudad de Rosario el próximo viernes 15 de junio (19,30 hs, en el Teatro El Círculo, calle Laprida 1223), ofreciendo un recorrido sobre su reconocida experiencia como poeta, traductor y ensayista. Concluirá con una lectura de sus poemas.
La Asociación Cultural El Círculo, en el año de su centenario, continúa con el ciclo “POESÍA EN EL CÍRCULO” en la Sala Vila Ortiz, la presentación estará a cargo de Humberto Lobosco, coordina Héctor Berenguer, entrada libre y gratuita.

Por otra parte la editorial Ciudad Gótica, de Rosario, tiene en prensa una nueva antología de Rodolfo Alonso, bajo el sugestivo título de “Poesía inmediata”.

Para más datos ingresar al blog de este indeleble poeta, de paso transcribo unas elocuentes palabras del gran poeta brasileño Lêdo Ivo, que dimensionan la necesaria obra de Rodolfo Alonso, quien como se sabe ha formado parte de la Revista “Poesía Buenos Aires”, y que publicó más de 30 libros, incluyendo la traducción de grandes poetas como Pavese, Ungaretti, Éluard, Marguerite Duras, Montale, Drummond de Andrade, Prévert, Dino Campana, Artaud, Apollinaire, Pasolini, Baudelaire, Murilo Mendes, Bandeira, Rosalía de Castro, Valéry, Olavo Bilac, Mallarmé, André Breton, Lêdo Ivo y Schehadé entre otros.

Dijo el gran poeta brasileño Lêdo Ivo: “La evaluación del largo trayecto recorrido por Rodolfo Alonso en medio siglo conduce al lector a establecer la abolición del escenario histórico y cronológico, para que el trabajo poético de uno de los mayores poetas argentinos (y latinoamericanos) de nuestro tiempo pueda dejarse ver en toda su nitidez y en todo su misterio. En su condición de traductor o mejor, de Príncipe de los Traductores, que promovió la travesía lingüística de tantos nombres contundentes o eméritos participa, como co-autor o co-creador, de un proceso en que el trasplante de poemas extranjeros a su lengua corresponde a una verdadera recreación. Él les confiere una nueva respiración; un nuevo secreto. Les transfiere esa respiración viva y alentadora que sustenta sus propios versos.

sábado, 26 de mayo de 2012

Versos gallegos...



            Qué mujer o niña
                         pasó...?
                             Pasó con unos ojos de algas que querían
                                            desprenderse de la profundidad
                       para flotar sobre la noche, sobre las vías de la noche?
    
                                             Y de dónde esos ojos?
Venían, ciertamente, de las “veigas” que los vieron 
                                                    mojar sombras de “paxariños”, 
                                                                              allá 
                                 y abrirles otras “follas” al rocío, 
                                                                           allá, 
                                                 entre pestañas de “herbiñas”? 
     
Pasó a través de la noche y bajó, ay, de la noche... 
      
                                   Sobre las vías del sueño, 
                                                           unas algas...

Dejó, pues, ella, los ojos, sobre las vías del sueño? 
     
                                                            Y qué hará, ella, por ahí,  
                                                                         qué hará,  
sin esas niñas, propiamente, de verdín, que le daban el agua,  
                                                                          y daban agua?  
      
O vendrá al sueño, vendrá, antes de que se sequen, ellas,  
                                                            sin el agua, ahora, de ella?  
      
                                                                      Niña o mujer...  
                                                                                 niña
  
que atravesó la noche y le abandonó para su viático  
                                                      unas algas de sueño   
                                           por las que teme, ya, el sueño...  
       
                                   Vendrá, ella, vendrá, antes de que las queme  
                                                            el mismo sueño?  
       
                                                                           Vendrá?  
    
Pasó a través de la noche...
Juan L. Ortíz

Como se ve, este poema, publicado originalmente en el libro “La orilla que se abisma” (1970), incluye unos versos en la misma lengua gallega en la cual, según refiere Rodolfo Alonso, cantaron hace siglos los indelebles trovadores galaico-portugueses.
Esta interrogación que Juan L. Ortiz hace en el poema despertó la curiosidad emotiva del autor de “el arte de callar”, quien precisamente tuvo una infancia bilingüe por ser descendiente de gallegos, y no deja de resultar llamativo que un poeta argentino utilice en un poema términos lingüísticos que se conservan desde la literatura española medieval.

Hace un tiempo, en el blog Diario crítico, Diego Bentivegna reflexionó sobre un hecho relativo, haciendo una defensa de la lengua de Galicia a través de sus trovadores y juglares, resaltando que fue precisamente “el gallego, durante el medioevo, la lengua de los trovadores, como el provenzal en el Sur de Francia o el siciliano de la corte de Federico II. Muchos de los poemas más hermosos de la literatura de la península ibérica fueron escritos en gallego, y en gallego están escritas las famosas cantigas de Alfonso el Sabio. Algunos de esos poemas fueron reunidos por F. L. Bernárdez en los años 40 en antologías publicadas por Losada, en un momento en que esos libros llegaban a todo el mundo de habla hispana…”
Incluso Bentivegna sugiere que “Sin los ejercicios líricos emprendidos en algún momento en gallego […] la idea misma de una literatura lusófona sería difícilmente pensable. Pessoa, por ejemplo. Así como Dante no puede pensarse sin la máquina lírica de las cortes meridionales, o Petrarca o Villon sin los provenzales…

Vaya a saberse porqué ciertos pensadores pontifican un canon que excluye estas evidencias.

miércoles, 23 de mayo de 2012

La sandía y la poesía


He aquí una humana fruta, y dos poetas que se atrevieron a nombrarla, cada uno a su modo, tanto Cesar Mermet como Pablo Neruda la atravesaron con el filo de sus versos, profanando toda desnudez.
El poeta chileno ya se había hecho una pequeña interrogación en su libro de las preguntas:
¿De qué ríe la sandía cuando la están asesinando?, pero luego fue un poco más lejos y le dedicó una oda.

Personalmente me gustó más la versión de Mermet, explorando con todos los sentidos los pormenores de una fruta que pareció extasiarlo, mientras cortaba con el cuchillo “el cerrado universo en dos mitades”.
Se trata de un poema extenso, y pareciera que estuviera lleno de sol cuando lo escribió.

En ambos poetas se intuye una coincidencia: el acto de comer la sandía como profanándola. Mermet escribe “A la orilla del río, toda la boca sangra pálida, sumergida en las barcas de la sandía como en la intimidad de una mujer ligera”, mientras que Neruda declama “Oh pura, en tu abundancia se deshacen rubíes y uno quisiera morderte hundiendo en ti la cara, el pelo, el alma!...

Que lo disfruten.

La sandía, de Cesar Mermet

Flota en el río
a la hora ancha en que el agua
se abandona a su fuerza elástica, plácida,
y sus músculos líquidos ondean a compás perezoso,
ablandando la luz, balanceando la apaciguada luz,
atleta ardiente abandonado de espaldas
en la extensión verde y parda del rumor del río.

Flota, huevo de tigre de agua dulce, verde viril moteado.
Salta a unas manos muy amantes, cae a blanca acogida,
en peso profundísimo, liviano y denso y pleno,
cae a las manos atardecidas.

Ahora el cuchillo hinca y rasga su sonido
que su cuerpo virgen absorbe con serena aceptación;
una breve pirámide es primicia, sale, ilumina el aire tardío.

La hoja de acero sangra un transparente rojo pálido
y con pureza, decisión y designio y equidad,
corta el cerrado universo en dos mitades.

Es el verano,
el verano se hace visible,
en el póstumo instante del sol la sandía se revela, abierta
en dos, cargadas barcas de delicia liviana.

Aquí está el corazón del calor
contrarrestando el peso acumulado del sol en las barrancas,
el malhumor, la agresión sumada, el rencoroso
calor de la seca greda craquelada,
el vaho de las orillas, el espíritu del fuego avieso y ciego,
y el oprobio, el bochorno,
la espesura vaporosa y confusa traspasando la tierra,
cancelado, abolido por la escarcha graciosa de la sandía.

Se ve que es fiesta,
sacralidad alegre,
exaltación del rojo construido en rumor frágil,
cuando se entrega como dicha y gratitud
y prodigio fluido y traslúcido
que no exige reflexión al paladar, festiva fruta casi frívola.

Moteada, sembrada de encargos deslizados, no cargosos,
la sandía es dispendiosa de semillas,
juega, derrama, munificencia pueril y silabeo excedido y salivada siembra,
soplada por las comisuras del que oficia y muerde pero no mastica,
porque ese fruto gigante es sortilegio,
se deshace en entrega conjugada, jugosa, generosa, desapareciendo
en agua roja y en frescura rápida, dulce, como el destello del verano
absolviendo a la lengua.

El corazón es fervoroso,
el corazón de la sandía es más prieto y constituido en otro rojo adulto
entre tanta niñez iluminada y cristalitos que licúan y desaparecen,
el corazón es la hostia púrpura y pagana y cruje más oscuramente
y la boca diferencia el mensaje consagrado.

A la orilla del río, toda la boca sangra pálida,
sumergida en las barcas de la sandía como en la intimidad de una mujer ligera.

Y ahora las dos naves griegas, despojadas,
navegan épicas, danzando majestuosamente;
y alucinados ojos, alumbrados desde la dicha infantil de la boca,
miran la noche comer mansa en la mano de los boteros,
despojándose de su estofa caliente, asomando sus estrellas refrescantes.

La sandía es sencillez,
sortilegio sencillo y natural
para vivir de una manera espaciosa y serena y confiada,
para hombres que fueron suficientemente niños y arcaicos,
como para gozarla.
La sandía es un encargo, una señal jugosa, un recuerdo del paraíso
para que volviendo de nadar,
o de remar en canoas con húmedo olor a mujer,
el hombre asuma su premio y su dicha.

Los que están percutiéndola ahora mismo, escuchándola junto al oído,
no están por alimentarse ni solamente por beber.
Los que percuten con sonrisa reflexiva adivinando con los ojos en el río,
los que levantan las flotantes ballenas fluviales
y bañándose el hombro percuten en su noche prometida,
remontan diapasón, se entonan, se serenan como comulgantes;
la puñalada abrirá pronto el dulce y frío incendio nupcial
de su plétora aérea y de su muda epifanía,
en consonancia deliciosa con las estrellas que caen al río.

Oda a la sandía, de Pablo Neruda

El árbol del verano
intenso,
invulnerable,
es todo cielo azul,
sol amarillo,
cansancio a goterones,
es una espada
sobre los caminos,
un zapato quemado
en las ciudades:
la claridad, el mundo
nos agobian,
nos pegan en los ojos
con polvareda,
con súbitos golpes de oro,
nos acosan
los pies
eon espinitas,
con piedras calurosas,
y la boca
sufre
más que todos los dedos:
tienen sed
la garganta,
la dentadura,
los labios y la lengua:
queremos
beber las cataratas,
la noche azul,
el polo,
y entonces
cruza el cielo
el más fresco de todos
los planetas,
la redonda, suprema
y celestial sandía.
Es la fruta del árbol de la sed.
Es la ballena verde del verano.

El universo seco
de pronto
tachonado
por este firmamento de frescura
deja caer
la fruta
rebosante:
se abren sus hemisferios
mostrando una bandera
verde, blanca, escarlata
que se disuelve
en cascada, en azúcar,
¡en delicia!

¡Cofre de agua, plácida
reina
de la frutería,
bodega
de la profundidad, luna
terrestre!
¡Oh pura,
en tu abundancia
se deshacen rubíes
y uno
quisiera
morderte
hundiendo
en ti
la cara,
el pelo,
el alma!
Te divisamos
en la sed
como
mina o montaña
de espléndido alimento,
pero te conviertes
entre la dentadura y el deseo
en sólo
fresca luz
que se deslie,
en manantial
que nos tocó
cantando.
Y así
no pesas,
sólo
pasas
y tu gran corazón de brasa fría
se convirtió en el agua
de una gota.

sábado, 19 de mayo de 2012

Lunfardo y poesía


Se recomienda la lectura de este texto de RodolfoAlonso sobre el lunfardo en la poesía, permite un feliz acercamiento a un tema que puede ser analizado desde un contexto social y cultural de los argentinos, vinculando el tango y la vida de los conventillos de principios de siglo XX, el mundo de los inmigrantes y la literatura marginal, pequeños retazos de un dialecto nacido en prisión y condenado con el tiempo a ser una expresión de minorías.

Según Ernesto Sábato, el tango nació de un irremediable desconsuelo, sus canciones enmarcarían las tristes despedidas de las familias en los puertos, sabiendo íntimamente que muchos de ellos nunca volverían a verse, fue precisamente el bandoneón el instrumento que acuñó con sonidos indelebles el sentir del desarraigo y la partida de aquellos barcos. Un artefacto que desde su nacimiento acompañó el folclore de los pueblos germánicos, empleado posteriormente por los servicios luteranos para exaltar la fe en las congregaciones religiosas. Se podría decir que este instrumento tendría sentido tanto para una boda como para un funeral.
Cuenta la leyenda (o el mito) que un marinero alemán tuvo que haberlo traído en algún barco, vaya a saberse que provocó, que cuerda interna hizo vibrar, en el entorno de quienes escucharon por primera vez esos extraños sonidos, lo cierto es que en estas tierras encontró su sentido, su destino, su paradigma…
Para Enrique Santos Discépolo, acaso su máximo creador, el tango era un pensamiento triste que se baila…”, y el lunfardo, tal vez un modo de nombrar lo que se piensa…

Probablemente sea cierto cuando Rodolfo Alonso dice que “Se acude a la negación o la nostalgia, para elaborar la frustración”. Al final del texto, el autor se pregunta lo siguiente:
¿Podrán (pudieron) las Academias, sean las que sean, mantener viva a alguna lengua que murió? Trasladaría la pregunta a todos aquellos esfuerzos por mantener vitales algunas de las innumerables lenguas indígenas que se perdieron en el decurso de los tiempos, el listado es enorme, solo en Argentina lenguas y dialectos aborígenes como las de kunza, cacán, allentiac, millcayac, abipón, mbya, charrúa, chaná, selk'nam, haush, menek'enk, gununa kune, teush y yagán ya no se hablan, ni se comparten, ni se estudian…pera esa es otra historia.

He aquí la vida, pasión y trance del lunfardo, de Rodolfo Alonso.

Los compadritos de Borges nunca hablaron lunfardo. Por eso, quizás, o pese a eso, se volvieron universalmente prototípicos, convertidos en "la secta del cuchillo y del coraje", pero piadosamente mudos, lo que es otra forma de ocultar su origen. El lunfardo argentino -o más bien porteño-, como tantos, nació en prisión: dialecto de la gente del hampa para ocultarse del atento oído de la policía. Esa prosapia lo hace nuestra picaresca, y aunque suele adoptar tintes sombríos, relumbra a veces con sutil humor.

Aquella intención se confirma en otras variantes, como el "vesre" o el "jeringoso", que convivieron y se integran, desde la gran corriente viva del lunfardo, con nuestra habla popular. A diferencia de la gauchesca, que compitió con ella por la representación nacional, y que no fue fruto de nuestros paisanos sino de gente letrada, el origen de la poesía en lunfardo es directamente de sus protagonistas.

Como le ocurrió al tango, otra expresión afín, hay un momento en que lo "lunfa" convive con la gauchesca, y aun en la misma persona, como esos célebres payadores criollos que, para cantar en ciudad, cambiaban de lenguaje pero no de instrumento.

Toda lengua es legítima, hasta por su uso. Y puede aspirar a esa "gloria de la lengua" que, cuando el latín reinaba, Dante supo ver en el "vulgar ilustre", la lengua cotidiana llevada a su esplendor. Para nuestro lunfardo, eso comienza a concretarse con algunos textos. Me refiero al indeleble Batiendo el justo, de Felipe Fernández (Yacaré) o, en ese libro consular que fue La crencha engrasada, de Carlos de la Púa -otro seudónimo del Malevo Muñoz, escribano de La Plata-, un poema tan logrado y tocante como Hermano chorro. Me refiero asimismo, ya en nuestro tango, al donaire de Celedonio Flores (también con libro: Chapaleando barro) y al genio de Cadícamo y Discépolo, de Manzi y Expósito. ¿Dónde, sino en el tango, íbamos a tener dos Homeros, un Cátulo y un Virgilio? Como suele ocurrir, los inicios cambian su sentido, y así Gandolfi Herrero y Álvaro Yunque modifican el primitivo enfoque carcelario para darle voz a los humildes, sí, pero trabajadores e, incluso, combativos.

Algo pasó en Argentina, allá entre el 40 y el 50. Algo se quebró, y sería largo hurgar las razones. Digamos que el tango -y con él lo lunfardo- desaparece prácticamente de la memoria y la escena nacional, tocándole desde entonces, a quien pretendía representarlo todo, sentirse expresión de minorías. Herido de muerte por el rock, como el gran jazz, fue a naufragar ineludiblemente en la vocinglera sociedad del espectáculo.

Se acude a la negación o la nostalgia, para elaborar la frustración. En arte, ambos momentos podrían ser productivos. Así vimos florecer nuevos cultores del lunfardo. Algunos, poetas ya formados, como el inefable Daniel Giribaldi, autor de los milagrosos Sonetos mugres, o Nydia Cuniberti, cuidadosa artesana. Sin olvidar al digno Héctor Negro o el probado talento de Eladia Blázquez. Con ellos podría cerrar estos atisbos. De no ser por esa rara irrupción de una Academia Porteña del Lunfardo, que sin duda hubiera sido llamativa para los pioneros del origen. Y que nos lleva a otra cuestión. ¿Podrán (pudieron) las Academias, sean las que sean, mantener viva a alguna lengua que murió?

sábado, 12 de mayo de 2012

A propósito de los poetas místicos


Leña húmeda de los crepúsculos eternos
El dolor es un agua que no se pierde,
Pero nosotros nos hemos perdido
Como un gran tonel
De contratiempos sordos, fijos, duros...

Jacobo Fijman

Se suelen minimizar ciertas obras en las cuales su creador pasó por algún tipo de proceso traumático, habiendo padecido probablemente un estado de éxtasis místico, derivando en una prolongada internación, o alcanzando un grado de locura tal, que la obra se “despegó” de su persona, centrada disociadamente en su cerebro, aislado de toda lógica o razón, y entonces ocurre que la obra, la extraña y desvariada obra, se considera de otra manera, el acercamiento es como un campo minado por preconceptos, en ocasiones extendiendo un paralelo entre un estilo literario y la actividad neuronal registrada en el hemisferio izquierdo del cerebro, hay muchos casos con sus variables a cuestas, algunos reconocidos por su talento (Jacobo Figman, que anduvo por el Borda, Héctor Viel Temperley, operado de la cabeza), otros perdidos en la vorágine de los infrecuentados laberintos, porque lo cierto es que más allá de todo desvarío, en algún momento los autores deben escribir todo eso que les pasa por la mente, y esto no significa que toda escritura nacida de dicho limbo asegure un tránsito feliz hacia la buena literatura. La cuestión es entender cuando, un hecho místico que “atraviesa la carne” del escritor, va vertebrando los pormenores de una creación, logrando representar un plano, encontrando un tono, ya sea desde contextos religiosos o a través del consumo de drogas o alcohol, que devienen en experiencias que traspasan los sentidos hasta trastocarlos, naciendo con el intento un conjunto de poemas que de alguna forma dan cuenta de la locura, la describen, la comprenden tal vez sin entender, o la entienden tal vez sin comprender.

Recuerdo un amigo de la infancia, en un aula de la primaria se hizo llamar “el Rey David”, físicamente se parece a Rimbaud, pero al Rimbaud de los desiertos africanos, el de la cara desahuciada y los pómulos hundidos, aquel Rimbaud de los pelos encanecidos y la mirada ausente, entrábamos juntos al jardín de infantes, callados, con el guardapolvos planchado, con el tiempo el bíblico personaje se apartó del mundo y creó su propio universo, y probablemente se asombró de lo que veía, y algo en su cerebro dejó de estar, y es hoy que su casa parece tomada (a veces la cierra con una tranca de madera, ni cerradura tiene), una vez entré a lo que era su hogar luego de 20 años de no hacerlo, cuando éramos chicos íbamos con linternas al jardín a ver los insectos y los sapos, le gustaba la botánica, incluso tomaba notas de lo que veía, pero después de tanto tiempo el jardín estaba abandonado, me mostró un armario viejo donde guardaba unos hongos que parecían humanos, algunos se extendían como una enredadera desde una percha de madera hasta casi tocar el suelo, y luego una especie de miel que el mismo elaboraba, y que guardaba en un pote gigante, todo eso eran los nutrientes que consumía, los muebles corridos de lugar y la casa apagada daban toda la sensación de un outsider desconectado sin ningún tipo de comprensión por el paso del tiempo, todavía recuerdo lo abandonado de su cocina, donde solo encendía las hornallas para no pasar frío, aquella tarde terminamos en la terraza fumando en silencio, yo había comprado vino que fue a parar a un botellón de plástico, en ese momento pensé que nunca había subido a esa terraza, desde ahí avizoraba los postes telefónicos y los pájaros que pasaban raudos entre la copa de los árboles, todo se veía distinto, pero me acuerdo que un buen día el Rey David apareció con una libreta con anotaciones ilegibles, nunca conocí escritura tan indescifrable, sin embargo me bastó para darme cuenta que había algo intrincado ahí, esquirlas de poemas, escrituras automáticas, visiones, delirios, pesadillas. Yo creo que es un genio, algún día cuando alguien rescate esa libreta (si es que no la pierde o la tira por error a la basura) y se pueda leer con ayuda de algún experto en jeroglíficos esos poemas, probablemente podamos ofrecer un nuevo ejemplo de misticismo y locura en la literatura, pero por ahora, David es una especie de fantasma visible que sin saberlo va construyendo su propio mito, y esos trazos imposibles que parecen letras, lo dejan desnudo frente a la realidad, y está desnudo ante ella, y a la vez no lo está.

Decía Jacobo Fijman en unos versos:

¡Los fuegos fatuos!
¡Quebrantaré la vida por mi vida
por el imposible contacto de la eternidad!

Pasos furtivos
En el hueco de mi ser;
Yo soy el prometido, el anunciado.

Revolotear de músicas celestes...

Bibliografía consultada: Fijman, poeta entre dos vidas / Juan Jacobo Bajarlía. Buenos Aires: Ediciones de la Flor, 1992.

sábado, 5 de mayo de 2012

En este mismo momento

En este mismo momento, mientras escribo en el blog, un taxi recorre las nocturnas calles de New York, tiene los vidrios empañados, el chofer parece dormido.

En estos momentos, una hilandera en Calcuta va tejiendo, mientras el sol se filtra efímero entre las cestas de tomates y los charcos de agua negruzca.

En este mismo momento, en Barcelona, unos chinos empiezan a coser en silencio, en un rincón se siente olor a café.

En Medellín, a estas horas, un linyera canta incomprensiblemente un tango.

Bailan niñas en una favela de Río, la madre de una de ellas no sabe que cocinará hoy, mira el plato de hojalata que un perro acaba de lamer.

En este mismo momento, un anciano panameño conduce un micro lleno de turistas por el barrio donde nació Mano de Piedra, los turistas miran el barrio con temor, el chofer piensa que su vida no es tan simple como parece.

El mozo del bar la Margarita sirve en este mismo momento un mojito de esos que bebió Hemingway, pasa un auto viejo cuyo resplandor ilumina el rostro del Che.

En este momento, en Chad, bajo el puente del río Bragoto, un niño descalzo lleva en sus hombros una tinaja con agua.

Un elefante se pudre en el delta del okavango, las moscas revolotean sobre los invisibles colmillos, el silencio parece amarillo.

En este mismo momento, las puertas del museo de Reykiavik, en Islandia, se cierran una vez más, hasta el otro día. Afuera la blancura es insoportable.

Bajo el alero de una pagoda de un monasterio budista en Myanmar, en este momento un niño birmano recibe monedas europeas bajo un sol impiadoso.

En la Catedral de San Basilio, plena Rusia, un anciano enfoca el lente hacia las cúpulas, mientras una paloma blanca lo distrae. Alrededor hay turistas sin nombre ni pasado.

En este mismo momento, a dos cuadras de la Biblioteca de Irak, un hombre sin alas recoge de una bolsa pedazos de papel de un libro mutilado.

En este mismo momento, en el medio de toda China, un anciano circunspecto mira detenido las flores de un ciruelo. Parece escudriñar el tiempo, en todo el cielo no hay un solo pájaro.

Rodeado de las altas estepas del desierto de Gobi, un hombre de cara angulosa prepara un te de menta. Por su aspecto, parece que guardó un prolongado silencio. Enciende lentamente un fuego.

En este momento, en la Coruña, un niño arroja una piedra a un silo sin maíz.

En este mismo momento, algunos hombres se sumergen en las cálidas aguas de Playa Blanca, buscan corales para vender, las palmeras parecen tocar la arena, el sol todo lo entibia.

En este mismo momento, mientras escribo en el blog, lleno mi vaso de vino con cuidado, a lo lejos se escuchan ladridos, y un auto sin ruedas acaba de pasar.