sábado, 27 de diciembre de 2014

Lo que une


El sentido de pertenencia que me une a este personaje conceptual es complicado de dirimir, cuando tenso mi poema esperando que aúlle en determinado momento, cuando camino por un campo poblado de zarzas, cuando tomo un vino debajo de las estrellas, acaso la lira, inútilmente compasiva, enhebra denuestos entre márgenes poblados de anotaciones, y este acontecer sin destino cierto, imaginado, a imagen y semejanza, hirsuto y pequeño.   

De estos tiestos me completo, en la hora donde vuelan las gaviotas, en el tiempo que está por venir, para callarme, para arrullarme entre atardeceres índigos rodeado de glicinas, para saber que siempre seré el áureo espantajo.

A los que leen, buen año.

Paz,
amor

y empatía.

miércoles, 24 de diciembre de 2014

Navidad


Una vez escuché que alguien decía "y si no te veo feliz navidad", a lo cual recibió como respuesta ¿y si me ves que? parece una frase hecha pero está cargada de una connotación imposible de medir, donde el tiempo agrega sus variables grises, una frase simple que transmite muchas cosas y a la vez ninguna, y viene siendo pronunciada desde el fondo de los tiempos.

Suelo pensar en el tiempo últimamente, buscando encontrarme en estas fechas, y lo que ocurre es una extraña algarabía que tiene como anclaje un sentido de pertenencia, donde "somos" la mesa que se comparte, aunque seamos diferentes y recorramos nuestras vidas casi sin darnos cuenta. Hay quienes viven un "silencioso desaliento" que muta en incandescente compasión hasta que el año nuevo llega y todo vuelve a su cauce normal.

Creo necesario proseguir, ese recorrido del agua entre las piedras, ese vaso de vino que se medita, ese fuego, esa canción, ese viento de los años...

Después de todo, es solo otra noche luminosa en el mundo.

sábado, 20 de diciembre de 2014

Epifanía


Y el día veinticuatro del mes primero estaba yo a la orilla del gran río Hidekel.
Y alcé mis ojos y miré, y he aquí un varón vestido de lino, y ceñidos sus lomos de oro de Ufaz.

Daniel 10.4

Y yo Daniel miré, y he aquí otros dos que estaban en pie, el uno a este lado del río, y el otro al otro lado del río.
Y dijo uno al varón vestido de lino, que estaba sobre las aguas del río: ¿Cuándo será el fin de estas maravillas?

Daniel 12.5

El sol como las puertas, con dos hombres blanquísimos, de un colegio militar en un desierto; un colegio militar que no es más que un desierto en un lugar adentro de esta playa de la que huye el futuro. (1984)

Allá atrás, en mi nuca, vi al blanquísimo desierto de esta vida de mi vida; vi a mi eternidad, que debo atravesar desde los ojos del Señor hasta los ojos del Señor. (1984)

Héctor Viel Temperley

He aquí dos viñetas, imágenes de telas blancas movidas por el viento, en un día de verano.
En el libro de Daniel, en los últimos versículos, el profeta revela una visión, el relato es simple, una figura parada en el horizonte, que apenas era posible distinguir “su cuerpo era como de berilo, y su rostro parecía un relámpago, y sus ojos como antorchas de fuego, y sus brazos y sus pies como de color de bronce bruñido, y el sonido de sus palabras como el estruendo de una multitud”, el texto parece inferir la imagen del Mésias, no nacido aún, pero que pudo presentarse ante quien podía ver “lo que otros creen ver”.

En el libro “Hospital Británico” de Héctor Viel Temperley, ocurre una epifanía similar,el poeta comenta que en un día nublado, estando en una playa, cierra los ojos cuando sale el sol y ve dos figuras blanquísimas, sintiendo al instante que tenía que escribir acerca de esas dos personas que parecían hacer guardia en la arena.

Yo podría y como lector me sería lícito suponer– que esas figuras son las mismas, ese alguien ungido por la fe, horadado en las palabras. Pueden pasar siglos y la literatura no superará el cuadro inicial, se podrá escribir mejor lo que ya fue escrito, variará el contexto, se sumarán lecturas, y sin embargo estarán estas imágenes al final de las palabras, en el horizonte o en la playa, bajo un día de sol.

Culmina Viel Temperley:
El verano en que resucitemos tendrá un molino cerca con un chorro blanquísimo sepultado en la vena. (1969)

Hasta ese día...

domingo, 14 de diciembre de 2014

La tarde de verano


Suele ocurrir después del mediodía, no lo puedo resolver con palabras, el sol parece blanco, pesa sobre los techos de las casas, todo lo enmudece, un padecimiento breve y lento, tibieza de la parte alta de los muebles, un auto agobiado que se escucha de lejos, ni siquiera pájaros, apenas algunas cigarras y búhos, un sopor que se instala invisible, una queja que no se nombra, conversaciones imperceptibles en un teléfono.

La gente que duerme después de almorzar, la gente que se resguarda del calor, que no indaga en esa caminata lenta que es todo sol que abrasa, ese estar debajo de un ópalo, escuchar que algo se acerca, algo que parece latir, ¿cuántos grifos invisibles cruzando la calle? La forma de un quejido imposible de medir.

Algo pequeño, en el interior de las cosas, se gesta inadvertido. El bosque se pone en movimiento. Los espantajos caminan con sus grilletes en los tobillos, como parias en vastas procesiones, aparentando pertenencia.

Mientras tanto, a todo le encuentro sentido: puertas derruidas, jardines descuidados, veredas rotas, ventanas sin pintar, largos y misteriosos pasillos, campanarios, rejas oxidadas, canteros sin flores, buzones sin correspondencias...


Probablemente ese sea el problema.

sábado, 6 de diciembre de 2014

Proseguir


A propósito de una oportunidad perdida, me permito atravesar diferentes planos de la realidad, entonces pienso que es momento de callarse, apartarse con las ideas, dejar que las cosas se calmen un poco. Perdí hace unos días una interesante oportunidad laboral, esto motivó una serie de cuestionamientos cuya certidumbre es imposible devanar, me vi como un descreído parado al costado del camino, contemplando la marcha de las lentas procesiones, aquellos que buscan una posibilidad mirando hacia delante como fantasmas, creyendo que el camino allanado no son huellas de otros, que todo es descubierto por primera vez…

Hay algo que impulsa a las personas a creer que los cambios son posibles, y accionan en consecuencia, no sé explicar ese valer la pena , no sé resolver que motiva a los seres humanos a proseguir, pensando que siempre hay un destino detrás de cada acto.

Solo sé que por alguna razón tengo que seguir caminando.

sábado, 29 de noviembre de 2014

Hacia adentro


Sacar al otro, al yo sin sombra, la ventana siempre cerrada de la infancia, con los goznes verduzcos de musgo y no de la pintura amarillo pálido que alguna vez fue, pintar sobre la madera, acaso el más noble de los oficios, escribir hasta que los sentidos se entremezclen en algo inapropiado, y aquí en la vida, remando en una barca rojiza, con una camisa a cuadros en blanco y negro.

El cielo del estío se empantana en los bordes de las orillas barrosas, la existencia tiene el tono oscuro del agua imposible de medir ni de prever, un centro de energía que se atomiza, el ruido de las paladas en los remos que chirrían, el envío hacia atrás y ese no ver donde se ocultan las palomas, ese ir hacia la nada o hacía uno mismo, hacia adentro.

Dejar al otro en el crepúsculo, una línea bermeja cruzando el charco, el aleteo de las mariposas en la arena, algún ulular entre los árboles, ningún fuego al anochecer.

Ahora la luna es lo más parecido a la infancia, surca un camino tembloroso entre el silencio y el asombro, se abre camino dejando una estela que permanecerá yerta, las estrellas que siguen sin aparecer y en las orillas un fantasma nos despide hasta el otro día.

viernes, 21 de noviembre de 2014

La indeterminada materia


Ando recorriendo distancias contemplando soledades en blanco y negro, me veo envuelto en disyuntivas que me alejan de las inútiles construcciones, se trata de un mecanismo, intuyo que no es el modo en como se comienza una divagación, todas las cosas pierden su nombre cuando las tomamos, y el amanecer es algo próximo a ocurrir.

En el medio de la creación se extiende una materia indeterminada, cobra formas extrañas que escapan al discernimiento del poeta, este las deberá comprender, palpar, imbricar, desbrozando mendrugos, socavando inconsistencias.

Honestamente no sé que sentido cumple mi intervención criptográfica, este divagar en torno a las ideas, como atavíos que dejan estelas incumplidas en su propósito, porque tal vez no hay propósito, y todo sea un irse permanente, la sombra que camina delante, en la ruta solitaria, aparentando entendimiento.

sábado, 15 de noviembre de 2014

El problema de las ecuaciones



Es allí que los límites se profanan para que la confusión –siempre subjetiva– se instale en los prolegómenos de algún tubérculo conceptual, que mañana será raíz, tallo, hoja y fruto de ideas nacidas para anestesiar entendimientos.

Así, de este modo, se perpetúa el error original.

sábado, 8 de noviembre de 2014

Lo que el amor les hace a los poetas


Vaya la lucidez de este poema, cuya lira pertenece a Ezequiel Zaidenwerg, recordemos este nombre...

no es trágico: es atroz. Les sobreviene
una luctuosa ruina a los poetas que el amor captura,
sin importar su orientación o identidad
poética. El amor lleva al total desastre
de la uniformidad a los poetas gay,
a los poetas pansexuales y bisiestos,
y a las poetas y poetrices feministas, fementidas o veraces;
a los obsesionados con el género
y a los degenerados por igual, y a los perversos polimorfos:
y hasta los fetichistas de los pies
del verso capitulan a las plantas del amor,
que no distingue ideología,
programa ni poética. A los vates de la torre de marfil
los precipita del penthouse ebúrneo
directo a planta baja. A los apóstoles
del Zeitgeist, que proclaman sin empacho que la lírica está muerta,
les permite insistir en el error
y en sus prolijas parrafadas. Les produce una hemorragia palatal
a los que comban parcos aforismos diagonales,
a los herméticos de lata, a los que envasan
sus versos al vacío, a los falsarios del silencio,
y a los que fraguan haikus castellanos
al itálico modo. A los puristas de la voz les corta en seco
su dulce lamentar, y a los maniáticos del ritmo
les quiebra las falanges, y estropea
el íntimo metrónomo que llevan junto al corazón
para marcar el paso de sus versos. Les compone el sensorio
a los videntes y malditos y demás
rebeldes e insurrectos sin razón ni causa
poética, y les cura el desarreglo razonado
de todos los sentidos. Desaloja de su noche oscura
a los que piden luz para el poema
en las cavernas del sentido, y los devuelve sin escalas
a la trasnoche de la carne literal. Lo que el amor
les hace a los poetas, con paciencia y mansedumbre,
mientras las mariposas lentamente les ulceran el estómago
y el páncreas poco a poco deja de funcionar,
es harto inconveniente. A los que buscan con ahínco
y precisión de cirujano la palabra justa les arruina
el pulso, y en lugar de dar la vida, la aniquilan en su afán.
Y a los que con ardor y devoción persiguen
un absoluto en el poema, como un grial
todo de luz, tirante, diáfana y febril,
les nubla las certezas, y el deseo mismo
de saciar su ansiedad. Lo que el amor
les hace a los poetas, inadvertidamente,
mientras cosen y cantan y se atoran de perdices, es agudo, terminal
y fulminante. Es un torrente arrollador
de prosa, que espolea y multiplica, en progresión exponencial,
a los zopencos y palurdos de la poesía:
a los que cortan sin razón sus versos diminutos;
a los jinetes compulsivos;
a los diseñadores tipográficos del verso;
a los que quiebran la sintaxis sin saber
torcerla; a los que escarban en el éter a la busca de inauditos neologismos inaudibles;
a los modernos sin pretexto; a los que creen descubrir
la pólvora en sus versos balbucientes;
a los contestatarios automáticos y a los porno-poetas;
a los que sueltan grandes nombres por la densa
fronda de sus poemas, como Hänsel y Gretel esparcían
migas; a los que impostan en su voz
vacante los mohines de una infancia lobotomizada;
a los poetas bellos y felices, caprichosos;
a las tribus urbanas y los groupies de la poesía pubescente;
a los poetas pop y los rockstars del verso;
a los videopoetas y performers;
a los ovni-poetas, voladores o rastreros, identificados;
a los objetivistas sin objeto
ni vista; a los que exigen que el poema
se vista de mendigo; a los filósofos poetas;
y a los cultores convencidos
de la "prosa poética". El amor,
que mueve el sol y a los demás poetas,
los lleva hasta el postrero paroxismo: los convierte
en tierra, en humo, en sombra, en polvo, etcétera:
en polvo enamorado.
...............................Y si resulta todavía que entre ellos
se aman amorosos los poetas pares,
felices en su amor solar sin escansión,
como si fueran en verdad el uno para el otro
un agujero negro de opiniones nebulosas,
tácitas palmaditas en la espalda y comentarios tibios al pasar,
enanos, enfriándose, se absorben entre sí
y desaparecen.

domingo, 2 de noviembre de 2014

La lluvia rauda


Oleadas de esquemas sobrevuelan el movimiento inerme de las cosas, apenas puedo ir hacia los claustros cubiertos de lluvia –la lluvia rauda, horadando el tiempo donde toda fe es profanada- para evitar un falso dilema en el blando desfile, donde las ecuaciones intentan vanamente ilustrar lo semántico y lo ígneo.

Allí cruzo las aguas de la desidia impar, aplico la severidad de un entendimiento, en tanto mi vida se vadea en una barca con los remos cruzados, creyendo saber las profundidades y las corrientes, mientras destellan las aguas en el infinito clamor de los arroyos bajo el sol. 

No puedo concebir la calma en este desasosiego, así las cosas, las promesas de siempre cuelgan como glicinas sobre una pérgola invisible.


Nada indica que deje de llover...

sábado, 1 de noviembre de 2014

Poemas de Leandro Llull


Hace poco participé de un concurso de poesía organizado por el Fondo Nacional de las Artes, vaya a saberse porque uno conserva ilusiones, los poemas fueron leídos por Diana Bellesi, Laura Wittner y Fabian Casas, nada menos, siempre pensé lo bueno que sería recibir una mención, para luego tratar de hilvanar desde una periferia el resignado trance de quienes no ocuparán un lugar en la memoria, los hermosos perdedores de la literatura, aquellos que escriben sin publicar, condenados a seguir siendo, subsumidos bajo los mendrugos del más absoluto de los anonimatos, la invisible entidad de los que callan.

Esto viene a cuento con los descubrimientos literarios que cada tanto ocurren, mismo Borges alguna vez expresó, con motivo del enésimo Nobel negado, que alguna vez le hubiera gustado  ser descubierto, es un sentimiento invariable, que atraviesa el anhelo de muchos escritores. El concurso lo ganó un interesante poeta, Leandro Llull, rosarino, nacido en 1983, quien alguna vez dijo: "Creo que escribo por una incomodidad. Pero la incomodidad más grande está en la lengua, por esa relación de prohibición y permiso para decir cosas. Leer y escribir es algo cotidiando y tiene que ver con un deseo", un tipo que escribe como si narrara lo detenido del tiempo, donde todo aquello que lo rodea cobra sentido, donde parece haber al final de las palabras una tensión sin resolver, como sea, bienvenidos sean los concursos cuando se hacen visibles los buenos poetas.

A modo de posdata, Leandro Llull participó en el libro La lengua en soledad, incluido en la obra colectiva Prueba de soledad en el paisaje (Mansalva, 2011), aquel interesante proyecto denominado Estación Pringles, diseñado en base a una idea de Juan L. Ortiz, basado en una experiencia de creación poética en contrastación con la llanura pampeana, donde cuatro jóvenes poetas convivieron durante cuatro semanas en el Espacio Quiñihual, situado en un paraje rural a 550 km. de Buenos Aires. Entre esos 4 estaba Leandro Llull, junto con el poeta mexicano Inti García Santamaría, el chileno Christian Aedo y la argentina Valeria Meiller, aquí, tres poemas de aquel libro:


EN EL CONFÍN un azul sin nubes
y tu pecho estremece
en pozo tan hondo.

Hay la espesura que le habla al alma
y el sol más lejos del día.

A las cosas,
. . . . . . . . . . ¿para qué mirar?

¿A qué abrir
abismos?

¿Por qué no
. . . . . . . . . . los ojos del cuis
cuando en dos patas se para
y hacia el cielo mira?

- - -

¿PUEDE EL GRITO DE LA TIJERETA
solitario cruzar el cielo
y tejer esta camisa en llamas
que arde en el pecho sin motivo?

Es tu corazón al acecho, los oídos de la liebre
que el paisaje te ha prestado,
la cacería del alma que lee
donde nunca nadie ha podido.

- - -

PENSAR QUE UN DÍA TODO ESTO ESTUVO EN OTRO LADO.
Entre dos manos
una alianza tramó el exterminio.

"Gran-Macá" le decían al hombre que defendió la tierra.
Murió enrollado como un tatú
por aguantar el palo.

Hubo un tiempo en que se acariciaban los pastos
como el primer pelo en la cabeza de un niño.

Pensarlo ahora.

Hacerse la imagen.

sábado, 25 de octubre de 2014

El problema del poema


El problema del poema.
Alguna vez concebí tal improperio
Instalar prerrogativas por disquisiciones prosaicas aquellas rígidas estructuras–palabras eliminadas por razones musicales o estéticas, acaso el horadar de lo mancillado,
Origen que antecede toda concepción.

Hurgar en los vericuetos “técnica” que consistía en fugar hacia una ruptura–
Tensar el poema, que es como decir “profanar los esquemas orgánicos de las disyuntivas”
He allí la ecuación, de la que solo se sale por un método de hilación semántica.

Así, alguna vez advertí la invertebrada dicotomía, de un plano apenas frecuentado.
Versos no alcanzados por la vana comprensión ¡ah! los promontorios...

Todo era visible en el poema.
El cielo se podía hacer con algodones pegados sobre un fondo de cartón celeste, la idea de horizonte no representaba ningún imponderable; no poseía alambrados ni cercas mal pintadas.
Lo efímero del poema duró lo que un puente tarda en anudarse, una caída de sol inclinando las violetas, me perdí en ese valle mientras las respuestas estaban en otro lado.

Me acosté en la hierba, anclado en un bote apenas alcanzado por las nubes.
Volví a cuestionarme la construcción.
El problema del poema.

domingo, 19 de octubre de 2014

Proverbio


Cada tanto suelo caminar después del almuerzo, siguiendo el perímetro de un alambrado que separa lo "rural" de lo "urbano", nunca mejor planteada la división, de este lado un complejo industrial, del otro el infinito campo, el pretexto es una excusa para ver algunos árboles y dispersar los pensamientos. Ayer me detuvo la quietud de un jornalero que parecía estar cavilando en el momento de planificar la cosecha, estaba parado delante de una hilera de acelgas, pero algo en el –hubiera sido pintado por Edvard Munch en su época–  motivaba una angustia imposible de dimensionar, fue entonces que imaginé el contexto, situándome en esa realidad y en ese tiempo, porque la soledad de ese hombre era insospechable.

Tratemos de trasladarnos a esa disyuntiva, encorvados bajo el sol en medio de un sendero seco, separando la maleza de las verduras, para de pronto sentir que la felicidad puede no ser posible en ese contexto, los kilómetros de silencio que separan a esa supuesta entidad de un semejante es motivo suficiente para concebir la angustia de la otredad, el no tener a quien recurrir bajo el anhelo de una respuesta, el perpetuo hacer desde un plano invisible que el mundo siempre desconocerá, hasta que le sea dado visitar lo ausente y lo callado. Creo que hay una verdad que soporta cualquier eventual refutación, que nos hace miembros de la raza humana, fue pronunciada por el personaje que encarnó a Christopher McCandless en la película "Into the wild": 

La felicidad solo es real cuando se comparte.

Parece algo simple de comprender, podríamos ver las antiguas pinturas ruprestes que nuestros antepasados fijaron en las cuevas, y por allí entenderíamos que lo creado tiene por destino ser compartido. Pensé en el silencio –ese silencio rodeado de pájaros– y entendí que no alcanzaría para hallar consuelo frente a una duda existencial, ataviada de aparente sosiego espiritual. Acaso una idea por dirimir, desangelada y mínima, como una hebra en medio de una ventisca, de ese hombre balbuceando hubiéramos, que mirará en derredor escarbando hendiduras, resignado y taciturno, y si piensa en algo sabrá que no podrá decirlo, y si resuelve algo nadie estará cerca para darse cuenta.

Probablemente, al final de nuestros días (y hoy es un día especial) nos acompañe una palabra, como proverbio entre los toscos lienzos del camino vencido, mientras recogemos la magra cosecha del día abundante, es entonces que descubro algo, mientras dejo que la vida me viva:

Todo lo que nos queda, es un nombre.

sábado, 11 de octubre de 2014

Desovillar la estructura


Es curioso, con respecto a la crítica literaria, como a veces el carácter reflexivo de los críticos, que pretenden deconstruir la obra que analizan, otorgan al poeta elementos estructurales a ser desovillados desde sus propias escrituras, es lo que me ha ocurrido al leer algunas argumentaciones en torno a la designación del nuevo Premio Nobel de Literatura, el novelista francés Patrick Modiano. Se puede leer en el siguiente texto:

El desgarro primigenio del abandono y la ausencia. Alguien busca a alguien o intenta recuperar sus huellas. Los detalles regresan a la memoria desordenados, como la luz incierta de sus orígenes donde todo se derrumba y vacila. El mismo libro escrito como fragmentos de un work in progress desde diferentes ángulos, bajo el imperativo de las líneas de fuga y las brechas del tiempo; variaciones de “baja intensidad” de conflictos latentes que se camuflan en el ropaje de una cotidianidad a veces demasiado monótona. Una voz inconfundible por su tono cauteloso, metamorfoseada narrador tras narrador, que quiere reponer a las personas con las que se cruzó alguna vez en el camino y que luego se extravían como un expediente policial...

La crítica de esta "prosa hipnótica" instala imágenes desde concepciones oníricas ubicadas en planos apenas iluminados, podemos tomar una frase y tensar las palabras, para que la "idea" se torne estructura, mientras el poema discurre hacia su propio laberinto, nadie podría siquiera suponer el origen de las "líneas de fuga", si lo metamorfoseado es urdido en base a las variables correspondidas, si lo que se extravía es el tono del contexto...

así nace cierta poesía de la que nunca se conocerá su esqueleto.

sábado, 4 de octubre de 2014

Agujero




¿que hay dentro del agujero?
¿la no materia?

¿como es que desde la más profunda disgregación 
pueda albergarse tanta luz y tanto silencio?

así avanzamos a veces en espiral
cuando el poema no es más que un improperio.


Después de leer un artículo sobre un agujero negro...

viernes, 3 de octubre de 2014

El espantajo



Anduve por Mar de Ajó, pensando en esto que hago, ya pasaron 5 años y 5 meses desde que este personaje conceptual, que de algún modo me representa, ofrece divagaciones como quien comparte un vino con extraños, debajo de las estrellas.

Todavía no entiendo porqué lo hago.

Sé (o creo saber) que solo se trata de palabras, pero al irme de la orilla había dejado huellas detrás, mis propios pasos hundidos en la arena.

Es allí donde toda ontología pierde su entidad.

viernes, 26 de septiembre de 2014

Inefables poemas


Quedaba poco tiempo, apenas pude evocar el murmuro de una línea pétrea, atravesada en un plano donde cruzaban los poemas.

Ellos pasaban raudos -los poemas- tensados por hombres-puente, surcando distancias irrepetibles.
Así soporto la literatura de tanto en tanto, 

con este viento, 

con estas heridas cubiertas de sal.

sábado, 20 de septiembre de 2014

Intervalo


He aquí un rapto, imágenes que atraviesan la nostalgia de un vidrio roto.

Alguna vez, trabajé como operario en una fábrica de autos, lo hice después de haber abandonado la carrera de Letras, fue una época de cruce de caminos, había dejado de encontrarme y necesitaba pensar en otra cosa mientras hacia una tarea. En ese entonces había máquinas que cumplían una función y una fila de obreros que por años las manipularon sin tener conciencia de su sentido. Traté de entender en que parte del sistema estaba el ser humano como protagonista de una larga cadena de producción, y la producción, créase, era una excusa.

Lo cierto es que la rutina de trabajo resultaba abrumadora si no había algo en que pensar para “matar el tiempo”. Cuando en una línea de producción sobrevuelan arriba de tu cabeza un promedio de 80 autos por día, sabiendo que a todos los vehículos hay que agregarles el mismo artefacto, resulta necesario realizar ejercicios de pensamiento para no estar pendientes del reloj que marca la rutina. Mi función era colocar el palier de ambos lados, siempre la misma tarea, exactamente los mismos tornillos y las mismas herramientas, gestos que al final del día se tornaban mecánicos de tanto reiterarlos, creyendo que el círculo se completaba al final de la jornada, para así retomar al día siguiente lo abandonado en el día anterior.

Con el tiempo empiezan las ceremonias que van pautando el horario de trabajo: la ceremonia de marcar la tarjeta, donde tu entidad es un pedazo de cartón que registra el exacto momento de tu invisibilidad, la ceremonia de abrir el morral de las herramientas, la ceremonia de colocar las herramientas en el orden adecuado, la ceremonia del primer auto, donde el arranque de la línea coincide con el silencio de los operarios, la ceremonia del sol filtrándose por entre los ventanales de acrílico, entre los orificios de algunas chapas, acaso pequeñas líneas de luz que dejaban en evidencia el polvo del día, entre ruidos metálicos y la bruma del rocío atravesando las risas de los muertos (casi un año sabiendo exactamente en que momento del día la luz del sol atravesaba la fábrica), la ceremonia de dejar los guantes para ir al almuerzo, siempre en el mismo lugar, con la misma lentitud, la ceremonia de retomar el trabajo, la ceremonia de conversar en determinado momento, del te o del café apoyado en la mesa, la ceremonia del último auto, ajustando con cuidado la última tuerca...

Si no hubiera sido por ese modo de concebir la realidad difícilmente hubiera soportado haber estado esos meses ahí adentro, pronto supe que el paso del tiempo termina institucionalizando el comportamiento, que de tanto reiterar movimientos nos convertimos en fantasmas sin saberlo, que afuera de esos chaperios no ocupamos un lugar en la memoria, después de todo eso entendí que debía retomar el estudio, porque al final de la jornada no iba a ser otra cosa que la prolongación de una polea sin entender nunca el porqué de su funcionamiento.

A veces, cuando paso con el auto, por la ruta al amanecer, me detengo en esas chapas longitudinales que se recortan a través del horizonte, imagino que otros obreros estarán haciendo exactamente el mismo trabajo, “seguramente el hilo de luz debe estar apareciendo en este instante” pienso, y entonces una sonrisa me acompaña, miro el reloj, acelero sin prisa y me hundo en medio del campo, porque sé que lo que viene será hermoso.

sábado, 13 de septiembre de 2014

Todo eso que soy


Comparto un poema que cada vez que lo visito termino corrigiendo, agregando o suprimiendo palabras, por el momento lo abandono, vaya suerte la de los poemas que no encuentran su viento, antes los guardaba en un cajón, ahora forman parte del éter, y tal vez de la lectura sencilla, pausada, en medio de este bosque que es lo más parecido a un silencio que se musita.

Todo eso que soy
Se rompe.
Toda abstracción que no
Fulgores líquidos
Improperios de lo pautado.
Toda seguridad resulta
Un cono hermético
Donde ocultar
Lo que se pierde
Pero una vez adentro,
La realidad vulnera,
Esquirlas de un cobrizo aislamiento.
Acaso los lienzos de los barcos en el viento
Las relaciones mundanas, concebidas en los cubículos de la desdicha
Todo eso que tal vez fui
Se pierde en las canaletas 
donde cae el agua de las verduras.
Brilla en cuencos plateados, en hemisferios iridiscentes
(supe decir ópalos)
Explicar porqué escribí “barbijos de aire”.
Acaso agua quieta donde contemplar lo aparente.
La sombra que parece
Mojada.
Los puentes sin cruzar,
La mancha en la habitación del niño
Que semeja un buey,
Un árbol triste
Un poema roto.

Todo eso que soy
Calla sin una penumbra.
En canteros de flores blancas.
Azucenas...
Tarde quieta
De sol
En el balcón
Ausente
De la mañana.
Sumido en un sopor.
Vacío.
Hurgando
En la niebla
Lo que no es
Algo que no.
Recogiendo no me olvides.
Preparando la cena
Las paredes recién pintadas
Las cortinas del jardín con los helechos colgantes
Y las casuarinas
Un sol blanco
Ruidos de niños que juegan
El hogar encendido
Amarillos leños crepitando.
El felpudo donde se limpian los zapatos
Arrojando lo encallado del día.
Un perchero grande, donde caben los balbuceos
El sombrero
La campera gastada
Los guantes
Dejar eso ahí, eso del día largo y enmohecido
Ribetes de noche desde el día nacido
El de los rayos de sol naranja
Percutidos en los cristales
El rocío de las violetas
La escarcha de la hierba
Sentado en un vaho que respiro en la ventana
El sudor frío de la ventana
El afuera de los perros ladrando
Los mendrugos del día
Los colectivos sordos
El que junta la basura
Todo eso es afuera
Es lo lejano que convive afuera
Que no es
Que no tiene voz
Porque más allá del límite no hay conocimiento
Sin embargo todo lo imagino, lo sé
Eso se termina
“arbolito sin hojas que da sombra”
Como siempre, franqueado por mesetas de niebla
Cumpliendo su día de no ser
Amontona sin prisa huellas confusas.
Todo aquello...
Mientras tanto miro la ventana
Esa misma ventana
La de mis atardeceres glaucos
La mirada perdida en algún adentro
La frustración de los sauces
Mirar el techo
No escuchar ruidos
No prestar atención
Esto que soy que se termina
Porque no quedan rubíes que comer
Ni perfumes que ofrecer
Quedarse callado
Es todo.

La vida es algo más
Que esto
La vida tiene azulejos en tonos pasteles
Un lugar donde colgar las llaves
Una silla de mimbre
Un jardín habitado de glicinas
Eso que es el fondo de la casa
Con malvones oscuros
Sin flores
Con enredaderas en las paredes
Mirar el cielo
Hasta verlo negro
Cuando es azul
Inmaculadamente
Azul.
El tiempo es algo más
Que esto
Arborescencias...
Un ímpetu que se termina
Estar arrodillado
Recoger algo del suelo
Solo tierra
Y pasto
Cosas arrancadas.
Quedarse quieto mientras el mundo oscila
La primera estrella
El vaivén del silencio
Una vez más erguido (y perdido, sin brújula)
Cerrar el día tras la puerta
Lo que habita
Lo fecundo
Lo que está detrás.
Dar vuelta la llave
Dos veces
Mirar tras el reflejo nocturno
Aquello que no hasta mañana.
Los sapos
Las plantas sin regar
La luna llena
El mantel de plástico con pétalos rojos
Las sillas.
Cerrar todo eso hasta callarse
Un sol que no parece blanco
Un bastón invisible
El sopor en la mirada
El piso por limpiar.

Un árbol con las hojas tocando el suelo
Una imagen de la infancia
La mosca que se posa en mi mano.

sábado, 6 de septiembre de 2014

El débil balbuceo


Esta es la vida, que intento conjurar.
Parado ante un campo de girasoles, y acaso una pradera, una puerta de troncos anudada.
Todo aquello que estuvo, pasillos vacíos de una canción que apenas puedo musitar.
Ahora me levanto, sin esperar otra cosa que el crepúsculo.
Una hermosa mañana, el viento apenas movía el agua del estanque, se inclinaron algunos lirios en la orilla, y un sinfín de margaritas fue lo más parecido a una infancia.
No se si volver a la casa, donde apenas entra la luz, quedan por regar los canteros rojos llenos de turquesas, y el molino que abreva el débil balbuceo de un día sin nombre.

El horizonte se parece a lo que soñé, y ya no sé si estoy despierto.

jueves, 4 de septiembre de 2014

Donde estarán los que se van

no hay nada mejor
no hay nada mejor
que casa

Te para tres...
                      Gustavo Cerati

sábado, 30 de agosto de 2014

La cuerda de tambores


En el verano pasado estuve en la Paloma, donde presencié una cuerda de tambores. En realidad no se cuando apareció el viento, la cuerda ya había nacido y ahora serpenteaba, era domingo, y tuvimos que encontrarla. Pinturas móviles al fondo de unas casas derruidas, fantasmas que tocaban los parches de adentro hacia fuera, acaso animándose con gritos, ciegos que avanzaban danzando, mientras se abrían abanicos de gente. Un grupo de mujeres, una de ellas embarazada, giraba en derredor trenzando círculos, el ritmo que marcaba una pulsión.

¿Es la vida, ancestral, la que urde su aparente arborescencia?

Parece una epifanía colectiva, una ceremonia tribal. De pronto algo los detiene, callan los tambores de La Paloma, empieza un canto que nadie sabe de dónde viene, desde el primer fuego, tensando los barriles curvados en la arena, hasta el último vino compartido, la risa que es de alguien y de nadie, la cuerda que se extiende entre los páramos, completándose a sí misma, conteniéndose a sí misma.

Ahora no hay viento, los tambores desprenden pájaros, arrastran pedazos de telas urdidas por negros cánticos, la cuerda que se hace visible, que se pierde en una curva, y entonces sabemos que es tiempo de volver a casa, que a partir de ahora los años se irán volando.

sábado, 23 de agosto de 2014

Todo es poema en Arnaldo Calveyra


Hay un momento en que el poema se va haciendo con el cuchicheo. También en las iglesias, la gente que reza cuchichea, y yo de chico escuchaba eso...
Arnaldo Calveyra

Canción del fumigador de guardia

Años de ningún poema.

Para mí la línea tachada del verso,
arcoiris en blanco y negro de las comas,
la plaza castellana de la palabra,
solitaria plaza.

Para otros las veredas que se alargan
a medida que las veredas del cielo se despliegan,
vamos entrando en el Decanato de la Rata
y de nuestro oscuro origen
subsistirán algunos nombres
empotrados en los muros.

¿Y dónde quedó el paisaje
que la mañana vuelve sin tan siquiera un árbol?

Lo que usted está mirando
es una bandera amarilla.

Para mí la línea frágil del verso,
la alegría oscilante de la página.

Ahí empieza mi canción.


No deja de sorprenderme, mientras Arnaldo Calveyra escribe poesía, como transita en el lenguaje, muchas de sus preguntas tienen un lirismo y una sencillez conceptual que abruma.
Es interesante detenerse en la crítica literaria que comparten Pablo Gianera y Daniel Samoilovich en la contraportada de la poesía reunida del autor: "La poética de Calveyra desafía los generos. Drama, narración, siempre poesía, su escritura se ensimisma en el ritmo e inventa una lengua utópica que procrea la relación adánica que mantiene con las cosas: todo lo que nombra parece nombrado por primera vez.

Caso singular el de este poeta, que parece recrear un relato que viene de los horizontes frecuentados en su niñez, donde nos dice que debemos huir del adjetivo. No hay una estructura vertical en sus poemas, todo se va hilvanando desde un delicado tejido evanescente, nos cuenta lo que ve mientras "transforma en alegría todo lo que toca".

Para muestra acaso un poema, del libro "Apuntes para una reencarnación":

De nuevo ante tus ojos el espejo de proferir palabras, intocado espejo de nuevo intacto, desprovisto, por momentos, de hombre.

¿Pregunta acaso?, ¿te pregunta acaso? Nadie en él. Nadie a través suyo.

¿No queda nadie en el espejo? ¿Nadie entre palabra y palabra capaz de interrogar por la piedad del cuarto, de interrogar con su ojo glauco por la cancel agobiada bajo el percal de la glicina?

Me recuerdas la oblicuidad de la palabra en el momento de encontrar cabida en el verso.

En el libro "El hombre del Luxemburgo" es interesante como Calveyra evade su atención de la escritura lineal para concentrarse en el chorro de agua de una fuente, que irrumpe serenamente en el libro, introduciendo una mera circunstancia, como si el poeta estuviera paseando en una estación luminosa mientras escribe, y esas distracciones forman parte del poema, no deja de ser un feliz recurso, como diría Flaubert:  "No son las perlas las que hacen el collar, es el hilo" Así, el escritor va hilando lo que sucede, como el poema que ocurre, al poeta le ocurren cosas mientras se deja vivir. Todo es poema en el poeta.

                       A lo largo, a lo ancho del espejo de la fuente alivianado por nubes, la mancha de aceite, la palabra. Cunde, es página -precicipio en blanco y negro-, encierra el arrojo, encierra la intrepidez de significar, ser agua que corre, agua de una fuente, pasión imposible de contener, acuñando en su huida una imagen en los pocos que pasan, música que se destruye no bien oída, ocasiona praderas.

                       Gratitud para con esas historias que lo ayudan a vivir y, llegado el caso,
                       se deja investir por la canción
                                                                      improbable.

Culmino (si tal cosa es posible con Calveyra) con un poema dedicado a Hugo Subielle, titulado café, vale la pena perderse en el relato, donde el tiempo se torna niebla, y las vicisitudes, relevancias...

Sentado a aquella mesa de café que da a la puertay la calle que es horizonte yo soy una tardanza. Hasta tu ventana llegan los caballos que cruzan la calle y apoyan en ella una frente de hombre.

Suele llegar por las tardes un hombre con un reloj pulsera. Acaso perdido en el misterio de cualquier historia, se sienta a una mesa junto a la pared. No habla pero crea sin embargo un silencio que es prolongación del diálogo más ameno. Su pensamiento pareciera pasearse por las habitaciones de una casa abandonada. Al cabo de un momento llama al mozo y le pregunta por la hora. La confronta con la suya. ¿Acaso no está a punto de pedir algo para tomar?, el mozo así lo cree por unos instantes y se demora solícito junto a la mesa, luego sigue con sus ocupaciones más urgentes.

El sol entra aquí como en el cuarto del enfermo: desdeña los muebles oscuros y se pone a tintinear en las obras claras. Se posa en la mano abandonada como el amigo que prefiere el tacto a la palabra.

Son dos hombres y su historia es breve: uno llega con su valija, el otro se sienta a una mesa.

Hombre que espía a sus recuerdos.

Aquí tienen amistad el patio y la palabra patio. Crecieron esos sauces en voz baja. Aquí vienen unos hombres a callarse. Aquí el hombre es tardanza bienhechora.

Aquí se sienta el hombre que es tardanza. Inmóvil, durante horas sentado en los diferentes lugares de la tarde, ya en pleno infinito pareciera despertar  de una espera semejante a la vida.

¡Prefiero la puerta por donde entran los lugares comunes de la gente que pasa!

El hombre de las copas se va yendo por el pasadizo. Antes de desaparecer nos mira con un desaliento de tango en las sienes, sabe que los instantes de un café son irrecuperables.

Si estas cosas se pueden contar es porque somos cuento. 

Nota: la imagen pertenece al siguiente sitio.