sábado, 28 de junio de 2014

Un ir hacia lo que


La fría neblina de la mañana no me impide ponerle llaves al candado, he tomado notas arborescentes de un piélago amarillo en una ciudad de cemento, abstraído en el contexto de una palabra, donde suelo mecer los graznidos de mis aproximaciones.
Huelgan sombras huesudas entre los ramajes yertos, es el invierno, la parte del año donde los nervios quedan adheridos al barro, sabiéndonos poleas de la gran máquina vertebrada, ese pertenecer que es a la vez toda anulación de sí mismo, ese darse cuenta…

Cada vez más me cuesta elevarme por entre los hombros tiesos, pero soy consciente.
Los pájaros trazan una línea precaria en el horizonte, un costado de rosas (Viel Temperley) y un costado de fósiles, pienso en los antiguos que escribían largos textos de adivinación interpretando el vuelo de las aves, todo era una variable afanosamente sojuzgada, un sol pintado en la piedra, un mortero donde machacar plantas, el cielo amplio y la soledad.

Debería escribir en bloques, yuxtaponer planos obliterando inconexiones, y no ya extender la única línea que serpentea como en un páramo. Evadirse de este trabajo implica un desdén o una incapacidad hacia la construcción sintáctica, es preciso que en el acto de fugar hacia delante, el texto pueda anular su propia naturaleza, entonces sería posible tomar elementos que permitan complejizar un sistema de escritura.
Ahora mismo se hace visible mi evidente desarreglo del sentido, tan solo poemas en esquemas de relatos, la prosa que se pierde absorta en su propia divagación.

Todo es un ir hacia un bosquejo iridiscente que pretendo tañir como una campana. Es lo único que impide cerrar para siempre las hojas de todos estos días.

sábado, 21 de junio de 2014

Días horizontales...


Era Juan Carlos Onetti el que gustaba pasar la mayor parte del tiempo acostado en la cama, será que estuve una semana por una gripe que me vi en la vicisitud de contemplar mis relaciones con el mundo desde ese lugar, aunque sin llegar al extremo de recibir visitas, como sí era habitual en el gran escritor uruguayo. De pronto la única ventana cubierta de enredaderas cobra otra dimensión, el sol del otoño aparenta filtrarse entre las rendijas, la vida parece una nueva oportunidad para mejorar ciertas cosas, mientras el silencio lo va cubriendo todo con un manto apacible.

Es extraño, toda convalecencia adormece, ensordece, enmudece, de pronto en un oído nace un único sonido que nos acompañará siempre, anulando los otros sentidos, hasta que los remedios empiecen a hacer efecto. Cambia el sentido del tiempo, se modifican las percepciones y los actos se inclinan levemente, como un crepúsculo acaso pálido.

Todo es una débil aceptación hacia aquello que somos y no somos.

sábado, 14 de junio de 2014

Sobre la otredad


Leyendo “Los signos en rotación” del mexicano Octavio Paz, me llamó la atención el concepto de otredad, devanado críticamente en un ensayo que cultiva reflexiones en torno a la poesía, bajo un carácter filosófico. Sobre este concepto dice el autor de Libertad bajo palabra:

"Para Rimbaud el nuevo poeta crearía un lenguaje universal, del alma para el alma, que en lugar de ritmar la acción la anunciaría", y luego "La novedad de la poesía, dice Rimbaud, no está en las ideas ni en las formas, sino en su capacidad de definir la quantité d'inconnu s'eveillant en son temps dans l'ame universelle (El poeta definirá la cantidad de desconocido despertándose en su tiempo, en el alma universal). Para el escritor mexicano este concepto es "ante todo percepción simultánea de que somos otros sin dejar de ser lo que somos y que, sin cesar de estar donde estamos, nuestro verdadero ser está en otra parte. Somos otra parte" (es evidente advertir similitudes con el concepto rimbaudiano "yo es otro"), por otro lado para Octavio Paz la imagen poética es la otredad, para luego remarcar "La imaginación poética no es invención sino descubrimiento de la presencia

Descubrimiento de la presencia. Descorrer el velo de lo que acaso se circunscribe como una entidad invisible. El otro que apenas trasunta lo que ocurre, y de paso, un correlato: "El tiempo del poeta: vivir al día; y vivirlo, simultáneamente, de dos maneras contradictorias: como si fuese inacabable y como si fuese acabar ahora mismo".

Octavio Paz asevera que "la verdadera vida no se opone ni a la vida cotidiana ni a la heroica; es la percepción del relampagueo de la otredad en cualquiera de nuestros actos, sin excluir a los más nimios". Como registrar dicho relámpago en la bóveda de nuestras extensas circunvoluciones, en que momento el otro, el que es mientras ve, descubre a su vez la negación de lo negado.

La poesía se niega a sí misma y a la vez “es lo que queda y nos consuela, la conciencia de la ausencia". El acto duplicado ofrece su poema y la descripción de lo creado, se trata de enfoques críticos no muy frecuentes pero venturosos, ya decía Baudelaire que todo poeta esconde un crítico detrás, y que difícilmente ocurra al revés con los críticos literarios. Parecen los dichos de un profeta intentando descifrar el caos aparente, creo que en el fondo todos anhelamos eso: descubrir un orden en el cual depositar la simbólica e inexistente ecuación de la otredad.

sábado, 7 de junio de 2014

Nieve en el gotardo


Hay tormenta de nieve en el Gotardo. Los viajeros apenas pueden caminar, hace horas que no ven sus rodillas, se dan ánimo con gritos, no lo saben pero están yendo sobre una ruta, hay postes teléfonicos a los costados, pero no pueden advertir la orientación. Todo es ofuscamiento blanco. Se escuchan exclamaciones en varios idiomas; italiano, francés, alemán, por momentos la cuesta es escarpada, los errantes desharrapados parecen sombras llenas de estalactitas, tienen las orejas desgarradas, el aliento mudo. Se detienen para beber un cuenco de agua salada. Siguen la marcha, se hunden hasta las costillas, desfallecen y vuelven a brincar, una zambullida, los hombros tiesos, la garganta hinchada. Ven un caballo detenido casi cubierto de nieve, la ruta se pierde, los árboles ya no tienen sus troncos visibles, apenas ramas negras y hojas blancas. Finalmente aparece una sombra detrás de una excavación: es el hospicio del Gotardo, un establecimiento civil y hospitalario subvencionado por el gobierno, cuya función es asistir a todo aquel que no pueda continuar por el clima. Los viajeros se reúnen, van llegando en grupos, celebran seguir vivos, los espera una ración de pan, queso y un plato de sopa caliente, luego algún vino o aguardiente, a los costados hay perros amarillos que todos acarician, llegan otros medio invisibles a la casona de piedra y pinos, por la tarde duermen en camastros duros, mal abrigados, sin embargo se escuchan cánticos de alegría. Entre los muertos hay un joven con la mirada perdida, se cubre con una manta, toma su copa de aguardiente, con el alba piensa en bordear el valle en bajada desde la montaña, lo espera un tren, y después, algún destino. Dicen que lleva suelas de viento. Se llama Arthur Rimbaud.