viernes, 26 de septiembre de 2014

Inefables poemas


Quedaba poco tiempo, apenas pude evocar el murmuro de una línea pétrea, atravesada en un plano donde cruzaban los poemas.

Ellos pasaban raudos -los poemas- tensados por hombres-puente, surcando distancias irrepetibles.
Así soporto la literatura de tanto en tanto, 

con este viento, 

con estas heridas cubiertas de sal.

sábado, 20 de septiembre de 2014

Intervalo


He aquí un rapto, imágenes que atraviesan la nostalgia de un vidrio roto.

Alguna vez, trabajé como operario en una fábrica de autos, lo hice después de haber abandonado la carrera de Letras, fue una época de cruce de caminos, había dejado de encontrarme y necesitaba pensar en otra cosa mientras hacia una tarea. En ese entonces había máquinas que cumplían una función y una fila de obreros que por años las manipularon sin tener conciencia de su sentido. Traté de entender en que parte del sistema estaba el ser humano como protagonista de una larga cadena de producción, y la producción, créase, era una excusa.

Lo cierto es que la rutina de trabajo resultaba abrumadora si no había algo en que pensar para “matar el tiempo”. Cuando en una línea de producción sobrevuelan arriba de tu cabeza un promedio de 80 autos por día, sabiendo que a todos los vehículos hay que agregarles el mismo artefacto, resulta necesario realizar ejercicios de pensamiento para no estar pendientes del reloj que marca la rutina. Mi función era colocar el palier de ambos lados, siempre la misma tarea, exactamente los mismos tornillos y las mismas herramientas, gestos que al final del día se tornaban mecánicos de tanto reiterarlos, creyendo que el círculo se completaba al final de la jornada, para así retomar al día siguiente lo abandonado en el día anterior.

Con el tiempo empiezan las ceremonias que van pautando el horario de trabajo: la ceremonia de marcar la tarjeta, donde tu entidad es un pedazo de cartón que registra el exacto momento de tu invisibilidad, la ceremonia de abrir el morral de las herramientas, la ceremonia de colocar las herramientas en el orden adecuado, la ceremonia del primer auto, donde el arranque de la línea coincide con el silencio de los operarios, la ceremonia del sol filtrándose por entre los ventanales de acrílico, entre los orificios de algunas chapas, acaso pequeñas líneas de luz que dejaban en evidencia el polvo del día, entre ruidos metálicos y la bruma del rocío atravesando las risas de los muertos (casi un año sabiendo exactamente en que momento del día la luz del sol atravesaba la fábrica), la ceremonia de dejar los guantes para ir al almuerzo, siempre en el mismo lugar, con la misma lentitud, la ceremonia de retomar el trabajo, la ceremonia de conversar en determinado momento, del te o del café apoyado en la mesa, la ceremonia del último auto, ajustando con cuidado la última tuerca...

Si no hubiera sido por ese modo de concebir la realidad difícilmente hubiera soportado haber estado esos meses ahí adentro, pronto supe que el paso del tiempo termina institucionalizando el comportamiento, que de tanto reiterar movimientos nos convertimos en fantasmas sin saberlo, que afuera de esos chaperios no ocupamos un lugar en la memoria, después de todo eso entendí que debía retomar el estudio, porque al final de la jornada no iba a ser otra cosa que la prolongación de una polea sin entender nunca el porqué de su funcionamiento.

A veces, cuando paso con el auto, por la ruta al amanecer, me detengo en esas chapas longitudinales que se recortan a través del horizonte, imagino que otros obreros estarán haciendo exactamente el mismo trabajo, “seguramente el hilo de luz debe estar apareciendo en este instante” pienso, y entonces una sonrisa me acompaña, miro el reloj, acelero sin prisa y me hundo en medio del campo, porque sé que lo que viene será hermoso.

sábado, 13 de septiembre de 2014

Todo eso que soy


Comparto un poema que cada vez que lo visito termino corrigiendo, agregando o suprimiendo palabras, por el momento lo abandono, vaya suerte la de los poemas que no encuentran su viento, antes los guardaba en un cajón, ahora forman parte del éter, y tal vez de la lectura sencilla, pausada, en medio de este bosque que es lo más parecido a un silencio que se musita.

Todo eso que soy
Se rompe.
Toda abstracción que no
Fulgores líquidos
Improperios de lo pautado.
Toda seguridad resulta
Un cono hermético
Donde ocultar
Lo que se pierde
Pero una vez adentro,
La realidad vulnera,
Esquirlas de un cobrizo aislamiento.
Acaso los lienzos de los barcos en el viento
Las relaciones mundanas, concebidas en los cubículos de la desdicha
Todo eso que tal vez fui
Se pierde en las canaletas 
donde cae el agua de las verduras.
Brilla en cuencos plateados, en hemisferios iridiscentes
(supe decir ópalos)
Explicar porqué escribí “barbijos de aire”.
Acaso agua quieta donde contemplar lo aparente.
La sombra que parece
Mojada.
Los puentes sin cruzar,
La mancha en la habitación del niño
Que semeja un buey,
Un árbol triste
Un poema roto.

Todo eso que soy
Calla sin una penumbra.
En canteros de flores blancas.
Azucenas...
Tarde quieta
De sol
En el balcón
Ausente
De la mañana.
Sumido en un sopor.
Vacío.
Hurgando
En la niebla
Lo que no es
Algo que no.
Recogiendo no me olvides.
Preparando la cena
Las paredes recién pintadas
Las cortinas del jardín con los helechos colgantes
Y las casuarinas
Un sol blanco
Ruidos de niños que juegan
El hogar encendido
Amarillos leños crepitando.
El felpudo donde se limpian los zapatos
Arrojando lo encallado del día.
Un perchero grande, donde caben los balbuceos
El sombrero
La campera gastada
Los guantes
Dejar eso ahí, eso del día largo y enmohecido
Ribetes de noche desde el día nacido
El de los rayos de sol naranja
Percutidos en los cristales
El rocío de las violetas
La escarcha de la hierba
Sentado en un vaho que respiro en la ventana
El sudor frío de la ventana
El afuera de los perros ladrando
Los mendrugos del día
Los colectivos sordos
El que junta la basura
Todo eso es afuera
Es lo lejano que convive afuera
Que no es
Que no tiene voz
Porque más allá del límite no hay conocimiento
Sin embargo todo lo imagino, lo sé
Eso se termina
“arbolito sin hojas que da sombra”
Como siempre, franqueado por mesetas de niebla
Cumpliendo su día de no ser
Amontona sin prisa huellas confusas.
Todo aquello...
Mientras tanto miro la ventana
Esa misma ventana
La de mis atardeceres glaucos
La mirada perdida en algún adentro
La frustración de los sauces
Mirar el techo
No escuchar ruidos
No prestar atención
Esto que soy que se termina
Porque no quedan rubíes que comer
Ni perfumes que ofrecer
Quedarse callado
Es todo.

La vida es algo más
Que esto
La vida tiene azulejos en tonos pasteles
Un lugar donde colgar las llaves
Una silla de mimbre
Un jardín habitado de glicinas
Eso que es el fondo de la casa
Con malvones oscuros
Sin flores
Con enredaderas en las paredes
Mirar el cielo
Hasta verlo negro
Cuando es azul
Inmaculadamente
Azul.
El tiempo es algo más
Que esto
Arborescencias...
Un ímpetu que se termina
Estar arrodillado
Recoger algo del suelo
Solo tierra
Y pasto
Cosas arrancadas.
Quedarse quieto mientras el mundo oscila
La primera estrella
El vaivén del silencio
Una vez más erguido (y perdido, sin brújula)
Cerrar el día tras la puerta
Lo que habita
Lo fecundo
Lo que está detrás.
Dar vuelta la llave
Dos veces
Mirar tras el reflejo nocturno
Aquello que no hasta mañana.
Los sapos
Las plantas sin regar
La luna llena
El mantel de plástico con pétalos rojos
Las sillas.
Cerrar todo eso hasta callarse
Un sol que no parece blanco
Un bastón invisible
El sopor en la mirada
El piso por limpiar.

Un árbol con las hojas tocando el suelo
Una imagen de la infancia
La mosca que se posa en mi mano.

sábado, 6 de septiembre de 2014

El débil balbuceo


Esta es la vida, que intento conjurar.
Parado ante un campo de girasoles, y acaso una pradera, una puerta de troncos anudada.
Todo aquello que estuvo, pasillos vacíos de una canción que apenas puedo musitar.
Ahora me levanto, sin esperar otra cosa que el crepúsculo.
Una hermosa mañana, el viento apenas movía el agua del estanque, se inclinaron algunos lirios en la orilla, y un sinfín de margaritas fue lo más parecido a una infancia.
No se si volver a la casa, donde apenas entra la luz, quedan por regar los canteros rojos llenos de turquesas, y el molino que abreva el débil balbuceo de un día sin nombre.

El horizonte se parece a lo que soñé, y ya no sé si estoy despierto.

jueves, 4 de septiembre de 2014

Donde estarán los que se van

no hay nada mejor
no hay nada mejor
que casa

Te para tres...
                      Gustavo Cerati