El problema del poema.
Alguna vez concebí tal improperio
Instalar prerrogativas por disquisiciones prosaicas –aquellas rígidas estructuras–palabras eliminadas por
razones musicales o estéticas, acaso el horadar de lo mancillado,
Origen que antecede toda concepción.
Hurgar en los vericuetos –“técnica” que
consistía en fugar hacia una ruptura–
Tensar el poema, que es como decir “profanar los esquemas orgánicos de las disyuntivas”
He allí la ecuación, de la que solo se sale por un método de
hilación semántica.
Así, alguna vez advertí la invertebrada dicotomía, de un plano
apenas frecuentado.
Versos no alcanzados por la vana comprensión ¡ah! los
promontorios...
Todo era visible en el poema.
El cielo se podía hacer con algodones pegados sobre un fondo de
cartón celeste, la idea de horizonte no representaba ningún imponderable; no
poseía alambrados ni cercas mal pintadas.
Lo efímero del poema duró lo que un puente tarda en anudarse, una
caída de sol inclinando las violetas, me perdí en ese valle mientras las
respuestas estaban en otro lado.
Me acosté en la hierba, anclado en un bote apenas alcanzado por
las nubes.
Volví a cuestionarme la construcción.
El
problema del poema.
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