Cada tanto suelo caminar después del almuerzo, siguiendo el
perímetro de un alambrado que separa lo "rural" de lo
"urbano", nunca mejor planteada la división, de este lado un
complejo industrial, del otro el infinito campo, el pretexto es una excusa para
ver algunos árboles y dispersar los pensamientos. Ayer me detuvo la quietud de
un jornalero que parecía estar cavilando en el momento de planificar la
cosecha, estaba parado delante de una hilera de acelgas, pero algo en el
–hubiera sido pintado por Edvard Munch en su época– motivaba una angustia imposible de dimensionar, fue entonces que
imaginé el contexto, situándome en esa realidad y en ese tiempo, porque la
soledad de ese hombre era insospechable.
Tratemos de trasladarnos a esa disyuntiva, encorvados bajo el
sol en medio de un sendero seco, separando la maleza de las verduras, para de
pronto sentir que la felicidad puede no ser posible en ese contexto, los
kilómetros de silencio que separan a esa supuesta entidad de un semejante es
motivo suficiente para concebir la angustia de la otredad, el no tener a quien
recurrir bajo el anhelo de una respuesta, el perpetuo hacer desde un
plano invisible que el mundo siempre desconocerá, hasta que le sea
dado visitar lo ausente y lo callado. Creo que hay una verdad que soporta
cualquier eventual refutación, que nos hace miembros de la raza humana, fue
pronunciada por el personaje que encarnó a Christopher McCandless en la
película "Into the wild":
La felicidad solo es real cuando se comparte.
Parece algo simple de comprender, podríamos ver las
antiguas pinturas ruprestes que nuestros antepasados fijaron en las cuevas, y
por allí entenderíamos que lo creado tiene por destino ser compartido. Pensé en
el silencio –ese silencio rodeado de pájaros– y entendí que no alcanzaría para
hallar consuelo frente a una duda existencial, ataviada de aparente
sosiego espiritual. Acaso una idea por dirimir, desangelada y mínima, como una
hebra en medio de una ventisca, de ese hombre balbuceando hubiéramos, que
mirará en derredor escarbando hendiduras, resignado y taciturno, y si piensa en
algo sabrá que no podrá decirlo, y si resuelve algo nadie estará cerca para
darse cuenta.
Probablemente, al final de nuestros días (y hoy es un día
especial) nos acompañe una palabra, como proverbio entre los toscos
lienzos del camino vencido, mientras recogemos la magra cosecha del día
abundante, es entonces que descubro algo, mientras dejo que la vida me viva:
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