domingo, 19 de octubre de 2014

Proverbio


Cada tanto suelo caminar después del almuerzo, siguiendo el perímetro de un alambrado que separa lo "rural" de lo "urbano", nunca mejor planteada la división, de este lado un complejo industrial, del otro el infinito campo, el pretexto es una excusa para ver algunos árboles y dispersar los pensamientos. Ayer me detuvo la quietud de un jornalero que parecía estar cavilando en el momento de planificar la cosecha, estaba parado delante de una hilera de acelgas, pero algo en el –hubiera sido pintado por Edvard Munch en su época–  motivaba una angustia imposible de dimensionar, fue entonces que imaginé el contexto, situándome en esa realidad y en ese tiempo, porque la soledad de ese hombre era insospechable.

Tratemos de trasladarnos a esa disyuntiva, encorvados bajo el sol en medio de un sendero seco, separando la maleza de las verduras, para de pronto sentir que la felicidad puede no ser posible en ese contexto, los kilómetros de silencio que separan a esa supuesta entidad de un semejante es motivo suficiente para concebir la angustia de la otredad, el no tener a quien recurrir bajo el anhelo de una respuesta, el perpetuo hacer desde un plano invisible que el mundo siempre desconocerá, hasta que le sea dado visitar lo ausente y lo callado. Creo que hay una verdad que soporta cualquier eventual refutación, que nos hace miembros de la raza humana, fue pronunciada por el personaje que encarnó a Christopher McCandless en la película "Into the wild": 

La felicidad solo es real cuando se comparte.

Parece algo simple de comprender, podríamos ver las antiguas pinturas ruprestes que nuestros antepasados fijaron en las cuevas, y por allí entenderíamos que lo creado tiene por destino ser compartido. Pensé en el silencio –ese silencio rodeado de pájaros– y entendí que no alcanzaría para hallar consuelo frente a una duda existencial, ataviada de aparente sosiego espiritual. Acaso una idea por dirimir, desangelada y mínima, como una hebra en medio de una ventisca, de ese hombre balbuceando hubiéramos, que mirará en derredor escarbando hendiduras, resignado y taciturno, y si piensa en algo sabrá que no podrá decirlo, y si resuelve algo nadie estará cerca para darse cuenta.

Probablemente, al final de nuestros días (y hoy es un día especial) nos acompañe una palabra, como proverbio entre los toscos lienzos del camino vencido, mientras recogemos la magra cosecha del día abundante, es entonces que descubro algo, mientras dejo que la vida me viva:

Todo lo que nos queda, es un nombre.

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