sábado, 26 de abril de 2014

Sesgos

Un paria cubierto de lienzos.
La música lo había atravesado por completo, perdido en el bosque de su propio día, la cabeza con la frente pintada donde nacia una luz propia, los condicionamientos familiares que como cárceles sesgaron la viga donde se sostienen los sueños báquicos, lo que debias ser porque otros fueron, la luna que forma un cuerno. Luna de los temblorosos senderos infantiles, sobre el suelo manchado de uvas. No hay otra figura ni otro sentido que ese pedazo de cuerno cenital, no hay palabra que alcance para abstraerlo del inclinado plano de su existencia. Utilizar algoritmos para explicitar un sentido, el algoritmo de las palomas.

Yo caigo.

La risa no es mía, apenas me sostiene en la maraña que mi propia sinrazón desacraliza por completo. El mandato familiar ofrece su adusto rostro, la vara cae en la mesa cuyo centro es un canasto lleno de frutas. Prefiero callar y simular que entiendo lo visible de mi comprensión, que poseer por completo una hebra de absoluto discernimiento. Me guardo para adentro lo que tardaré años en vomitar.

Ahora levanto la mirada sin vértigo. Lucarnas de madera donde cuelgan heresiarcas de rojizo pelaje, blandiendo ramajes pardos. Aún sigue encendida la luz de la cocina, la opalina blanca que apenas ilumina el desorden de una noche álgida, con las cuencas desorbitadas de los ojos que bebieron de la luna, esa parte de la casa donde la mesada no esta limpia, cubierta de veteados mármoles cincelados con escamas brillantes, donde me encargo a la tarea de encontrar fósforos porque hace frío, inútil e iluminado por la ciega lámpara en medio de toda la oscuridad de la casa que duerme. Ningún sonido, ningún recóndito donde hurgar comida, acaso luces de colores atravesadas en medio del vértigo, anhelar algo por que no hay otra vicisitud por comprender, dar sustento a las cosas desbalanceadas, establecer un orden en medio del caos aparente (porque todo es caótico en esta vida) simular que no hay tensión, cuando sabemos que imbrica todos nuestros actos, y ya, merecer piedad, que el sol siempre llega a tiempo, anaranjado y con pálida brisa, para llenar esta parte de la casa donde el alba filtra las rendijas doradas de las ventanas, donde todo se torna claro y plateado, creyendo rectificar el sentido de una balanza, la horizontalidad de los patios, el rayo que dibuja una cruz en la cara del anciano, el hombre que nada en el estanque de la luna, el niño que camina por los bordes húmedos de las piletas, las manchas de barro en la caminata, despertando detrás de los árboles negros, el temor de estar despierto, allí, y aquí, mientras enciendo las hornallas para hacer café.

sábado, 19 de abril de 2014

Hacer música

Hacer música. Un tono de fondo estructura una base, pronto aparecen las variables: cuerdas deformes, órganos monocordes, un timbal. Luego declinan algunas guitarras ejecutadas con arco, un colchón de rasguidos polifónicos, nunca una voz.

Me urge la experimentación, construir sonidos, hacer secuencias, imbricar efectos.
Avanzar hacia una sincronía sonora, marcando un registro al cual adosar otros instrumentos. Me interesan los atravesamientos, cada surco buscando una línea, cada pulso cruzando un sendero.

La construcción de un plano donde fugan absolutas coordenadas, mutilando el poema nunca escrito.

Así, vendavales, trazos oníricos, nubes blancas atravesando un prado, vientos que desprenden hojas en el medio de una canción, que nadie sabe de dónde viene…

En sueños comenté algo: escribir poesía es una fuga hacia adelante cuyo extraño mecanismo no permite consensuar la estructura. Pienso si es así con la música, y si acaso la obra de un músico no se reduce a una única, interminable partitura.
Cesar Aira comentó alguna vez que siempre compra discos de Morrisey porque todas las canciones le parecen similares, parecería un gesto de aprobación hacia una idea de coherencia artística. Pienso en la agonía de un violín que prosigue en su quejido luego de haber sido pulsada su última cuerda, un sonido ya no audible, prolongado en la tensión y en la vibración, acaso la acústica de la fina madera.

No tengo deseos de sacralizar sensaciones, si es que alguna vez la música tuvo alguna connotación sagrada, lo sacro me despierta un genuino interés, puedo escuchar toda clase de género, pero algunos instrumentos antiguos y medievales me hacen sentir que de algún modo estuve presente en aquellos contextos, es lo que ocurre cada vez que escucho un chello, un clavicémbalo o una viola da gamba, y cuando escucho el Lamento di Tristano pierdo la noción del tiempo.

sábado, 12 de abril de 2014

El oscuro bosque de la literatura

Heredé un bosque oscuro donde rara vez voy. Pero llegará un día en que muertos y vivos cambien de sitio. Entonces, el bosque se pondrá en movimiento. Aún nos queda esperanzas. A pesar del trabajo de numerosos policías, el crimen más grave queda sin resolver. Del mismo modo, hay en algún lugar de nuestras vidas un gran amor sin resolver. Heredé un bosque oscuro, pero hoy camino por otro bosque, el claro. ¡Todo lo viviente que canta serpea se sacude y repta! Es primavera y el aire es muy intenso. Me he graduado en la universidad del olvido y tengo las manos tan vacías como la camisa que cuelga en la cuerda.

Este poema de Tomas Transtromer, titulado Madrigal, pertenece al libro “De para vivos y muertos” (publicado en 1989), puestos a ceder a la inútil tarea de interpretar poesía, me permito inducir algunas digresiones. El premio Nobel de literatura empieza su poema diciendo que heredó un bosque oscuro “donde rara vez voy”, ese bosque, intuyo, es la Literatura Sueca, y continúa “pero llegará un día en que muertos y vivos cambien de sitio, entonces, el bosque se pondrá en movimiento” muertos y vivos, los autores clásicos canonizados por la crítica y los autores “emergentes”, contemporáneos, que acaso sin representar aquella oscuridad debieran ser incluidos en otro contexto, anhelar que algún día “cambien de sitio” implica una revisión profunda de la literatura, o tal vez un tiempo que invariablemente esté por ocurrir. Decir que “el bosque se pondrá en movimiento” es asumir un modo de reparar –y realmente conocer– el pasado de una escritura, acaso un rasgo identitario de la literatura sueca mediante el trabajo con las palabras, poetas que probablemente hayan bebido de las aguas frecuentadas por los antiguos (que a su vez visitaron historias de vikingos, piedras rúnicas destinadas a la magia, primitivas sagas nórdicas, muerte y soledad), probablemente un reclamo históricamente eclipsado por los estudios literarios de los primeros “exegetas” de la materia.

Luego aparecen unos versos a modo de respuesta “a pesar del trabajo de numerosos policías, el crimen más grave queda sin resolver” los polícias en este caso vendrían a ser los críticos literarios, dejando en evidencia que, si bien existieron abordajes serios, no se pudo resolver el porqué de un tono sombrío que unívocamente determinó una suerte de  anclaje (una pesada herencia) que muchos escritores no pudieron (o no quisieron) evadir.
Así, el gran poeta sueco pareciera tener en claro la necesidad de interpelar críticamente aquella literatura, asumiendo también los propios cuestionamientos “Del mismo modo, hay en algún lugar de nuestras vidas un gran amor sin resolver

Transtromer aclara que a pesar de haber heredado el oscuro bosque de la literatura sueca elige caminar en otro bosque, el claro, el luminoso bosque del cual beben sus escrituras, maravillándose –y maravillándonos– de todas las cosas vivas que se mueven entre los “árboles”, reconociendo que se graduó en la universidad del olvido –donde le enseñaron a olvidar– dejándolo vacío, sin saber que hacer con ese pasado, con esa ausencia de revisión histórica (la desamparada imagen de una camisa que cuelga en una cuerda) para luego intentar repararlo desde su propia poesía:

Cansado de todos los que llegan con palabras, palabras, pero no lenguaje 
parto hacia la isla cubierta de nieve. 
Lo salvaje no tiene palabras. 
¡Las páginas no escritas se ensanchan en todas direcciones! 
Me encuentro con huellas de pezuñas de corzo en la nieve. 
Lenguaje, pero no palabras.
                                                De marzo del 79

Hay allí una niebla que el poeta intenta disipar, el lenguaje representa la antigua literatura nórdica, las palabras parecieran ser hurgadas por los poetas que no intentan desnudar conceptualmente aquel pasado, basta partir hacia la “isla cubierta de nieve” para encontrar enseguida “huellas de pezuñas de corzo”. Así, con el tiempo se suman en esa hilera las camisas colgadas bajo la tibieza del sol.

Probablemente la vasija que Transtromer construye con las palabras contenga pequeños fragmentos del oscuro bosque, están allí, mezclados con el barro de una nueva forma de escritura, hasta formar un cuenco. Lo vemos beber en calma al poeta, invisible en su invisibilidad, mientras el poema ocurre. Tal vez los críticos deban romper la vasija y examinar los tiestos, es probable que recién entonces el bosque se ponga en movimiento.


sábado, 5 de abril de 2014

Las flores de los poemas

Repisas con libros de botánica y jardinería, me habitué esos días a leer sobre hortensias, josefinas, abetos plateados, pinos, Rosa de Siria, Santa Rita, lilas, glicinas, jacintos, narcisos, azucenas, dalias, lirios azules, naranjas o pardos, anémonas rosadas, margaritas, varas de oro, cardos, orquídeas, verbenas, me detenía en las campanillas violetas y amarillas, con forma de gladiolos curvados y pequeñas espinas en los tallos, campánulas blancas con tintineos macilentos (enraizados en altos jarrones vegetales, veteados con fina pedrería), o en los mosaicos cubiertos con telas de rosas y claveles, que acompañaban las imágenes junto con las enredaderas de la ventana, la lista era inmensa.

Alguna vez me detuve en la pintura, descubrí la abstracción y lo abigarrado, pero también la piedra, el mármol, figuras talladas en cuencos de barro, y los murales (Ah! Pollock), nombres propios rodeados de pinceles, largas mesas manchadas, planicies verdes, óleos cargados de frutas ambarinas, las flores de los duraznos, el único girasol inclinado en el jarrón vidrioso de la habitación descascarada.

A veces hay flores en los poemas, que nada tienen que ver con las flores que habitan la opacidad de los jardines, son las palabras las que tienen flores en los poemas, palabras que cuelgan de los balcones como si fueran pétalos desprendidos por el viento del poema, las flores que no existen, el viento que apenas se murmura.