Casas empotradas en la arena, escolleras
invisibles que ensordecen en los altos parajes, entre dunas silentes cubiertas
de escamas, la piel tatuada del sol broncíneo, huellas de nadie, banderas
roídas por el viento, y el sol que todo lo clausura.
Las serpientes reptan hacia un médano
blanquísimo de luz, los muertos y los fantasmas arrojan sus redes al oceáno,
redes negras envueltas en caracoles y peces cantantes, la orilla interminable
entre los páramos verdes y el faro, detrás de lo absorto, inmaculado y
distante.
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