sábado, 31 de enero de 2015

Calveyra...


morir será
encender una lámpara
en la casa desconocida


No sé si este hecho reciente pueda ser atrevesado bajo los rasgos aparentes de la causalidad, ni como desenvolver con apresurada pluma los vericuetos donde trazé estas breves y precarias enunciaciones, lo cierto es que a fin de año llevé un libro de Arnaldo Calveyra para leer/desentrañar en vacaciones, a medida que la lectura avanzaba tomé algunas notas para luego desarrollar ideas en futuras escrituras, en todo momento sentí que estaba frente a la poesía de un escritor en donde cabía el asombro, desbrozando “verdades hechas de imágenes” con un lenguaje muy particular.

Ayer me entero que al mismo tiempo en que me dejaba ir con el abordaje de sus textos, volviendo a descubrir en su escritura la conformación de verdaderos artefactos filosóficos, Arnado Calveyra moría en París dejando atrás una obra inquietante, interrogativa, orgánica, poblada de sutilezas, profundamente sustancial.

Me entristece la noticia, se trataba de un escritor que descubría el velo donde moraba la alegría, y se sorprendía de encontrarla apacible, en medio de cualquier encuentro, en medio de cualquier mirada.

Dejo aquí, como al pasar, dos textos mínimos que ocuparon mis tardes en aquellos días, muchas de ellas bajo la lluvia, cubierto por el techo de un campanario rodeado de rosas chinas, en La Paloma, cuando todo lo que tuve fue su reciente Poesía reunida.

Vayan las notas...

Arnaldo Calveyra utilizaba el “recurso simbólico” del cuchicheo para cultivar la poesía, esa conversación que viene de lejos y que podía entenderla a pesar de no poder escucharla, hay como una música aterida en el suave “siseo”, algo que tiene fondo y que no precisa idioma, algo que se escurre sin tiempo, en los recovos donde nada sucede, en los muros graníticos que envuelven lo no dicho, como una música pueril que nunca empieza, como un grano de cebada esparcido en el viento, del mismo modo el poeta dilucida un entendimiento en torno al fondo y la forma en la poesía, lo hace a través de largos devaneos en prosa, intentando acercarse al fuego de la palabra, lo consigue, siempre.

.....

Creo que el problema es la forma. Es allí hasta donde llega mi comprensión de su escritura.
El punto es incorporar lo cotidiano en el plano de la composición, como bien lo hicieron buena parte de los poetas “de los 90” (aquella etiqueta), la forma que es acaso el fondo, donde llegamos en una ocasión para luego desviar el camino, las lomas entrerrianas de Arnaldo Calveyra se circunscriben en ese entendimiento, imágenes desbrozadas a través de la escritura, desde donde lograr templar el fuego de algunos poemas.

Yo puedo rasgar aquel fondo para poder discernir la forma, después de todo ¿Qué es la forma? Acaso una estructura constante, que une o traslada la luminosa arborescencia del poema, la invisible figura, el trabajo permanente, la forma no son las palabras, sino la partitura, atravesada por signos que la pueblan completándola, cada tanto alguna palabra, algún nombre propio, destella un pequeño espacio de la partitura, un color conocido, un tono que se corresponde, pero no es eso lo que más importa, es el bloque permanente, puesto en movimiento, como el bosque de Tomas Transtromer, es hacia allí donde debo avanzar, es aquel entendimiento el que me abruma, toda hora preciada en que el poema me encuentra aullando sin sonido, la luna blanquísima y la amarilla intemperie de la infancia.

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