sábado, 18 de abril de 2015

Dentro del poema


Usted cree demasiado en la poesía, le espera una vida difícil. Yo también creo, pero desde la resignación. El misterio de la poesía nos saca de la influencia de la carne y nos permite esperar la noche divina. Soy un poeta que ya no busca las palabras, sino el verbo...

De Jacobo José Fijman

Alguna vez vi algo que no escribí. Tuve conciencia de la consecuencia si aquello salía a la superficie, y me aparté.

Con el tiempo, me arrepentí de no haber sido, me bastó saberlo. Guardé mi vida como un rollo de papel, cumplí con una tarea, cuidé mi jardín.

Probablemente Figman lo supo, pero el cruzó el umbral, tuvo a su corazón en una mano, le cayeron algunas gotas de sangre que no le importaron, y se perdió dentro de sí mismo.  Aún hoy se recuerdan sus versos, a pesar de haber pagado un precio, a medio camino entre la iluminación candente y el brutal desasosiego de su mundo vulnerable, en ese lenguaje ajeno que semejaba una liturgia.

He aquí una de sus clarividencias.

Mi creencia de que la poesía es la posibilidad del hombre para vencer el miedo a la locura y a la muerte surgió tras la lectura de Los cantos de Maldoror, (del conde de Lautréamont). Diría más, un secreto que he mantenido hasta hoy. Yo, a pesar de todo, quiero al conde de Lautréamont. El me conoce. Como juez he tenido que verlo. Tenía ojos celestes de gato. Alto, varios metros. La piel azul y las manos huesudas. No hizo en su corta vida con su obra otra cosa que mostrar su desesperada necesidad de amar. Exaltaba el mal porque no soportaba la hipocresía del bien. Me pidió que no lo olvidara, que intercediera por él ante Dios, que es mi amigo. Hace un tiempo nos encontramos en otra región. El estaba como despojándose del sueño, con agua y con algas, pero no con peces. Los peces se habían ido. Se mantenía muy quieto, acostado en el mar. Yo caminaba sobre las aguas y lo llamé: “Lautréamont, Lautréamont”, le dije, “soy Fijman”.

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