domingo, 27 de marzo de 2016

Algún día


La primera vez que vi el mar fue en una playa de Mar de Ajó, era niño, y desde entonces esa imagen me acompaña.

Cada vez que llego a la orilla siempre me encuentro repitiendo la misma frase:
Algún día”...

Luego me vuelvo y la vida continua.

Así las cosas, este espacio ya no se parece a un blog de poesía, sino más bien tiene todas las correspondencias de un diario personal, y los diarios permanecen, a pesar del fuego. 

sábado, 19 de marzo de 2016

El vuelo del colibrí


Nunca se sabe si el colibrí esta contento o guarda un pesar mientras permanece suspendido en el aire, dicen los mitos que son mensajeros de espíritus que traen buenos augurios, según la cosmovisión Kichwa, el picaflor es considerado crianza de viento, de las ramas cubiertas de enredaderas cuelgan sus nidos, en el que sus crías recibirán de su propio pico el néctar de las flores.

Anduvo uno por mi casa, protegido con la enredadera que ya llega hasta el suelo, tuvo dos crías que se quedaban quietas largos períodos de tiempo, hace poco ambas volaron, pude reconocer el canto de una de ellas deteniéndose en el cable del poste telefónico.

Dicen que siempre vuelven.
Vaya a saberse donde andarán ahora

sábado, 12 de marzo de 2016

Un tenue campo de manzanilla...


del poema "Cabellos al viento"
Elder Silva

Hermosa,
como un campo de nomeolvides,
has pasado el mediodía para el almacén.
Anoche me decías que para ser feliz
hay que cruzar un puente.
Hay que ir más allá del Arapey Grande,
a la hora en que se van los pájaros
sin mirar nunca para atrás,
porque los huesos de los parientes
pueden pedirte que regreses.

Has pasado para el almacén
con el cabello suelto.
Levanté los ojos del libro de Macedonio
y he leído en tus sandalias mi futuro
y he caminado contigo
(a orillas de tu boca)
por un silencioso campo de nomeolvides.


En su libro "La frontera será como un ténue campo de manzanilla", publicado en la colorida Eloísa Cartonera, el poeta uruguayo Elder Silva pareciera escribir a esa hora de la tarde en que la vigilia del presente se filtra por entremedio de las cortinas junto a los tibios rayos del sol, en algún punto detiene en un manojo de versos la quietud de un instante donde en apariencia nada sucede, mientras la realidad es algo que apenas acompaña al poeta en su leve divagar.

Un poeta que interrumpe la lectura mientras saluda a un conductor, que contempla la ropa que alguien dejó para secarse en el alambre del patio, leer a Elder Silva es como mirar a cierta distancia a Benedetti escribiendo versos en una libreta, rodeado de las palomas de una plaza.

Todo en el es contemplación, en sus manos siempre hay un libro de poesía, y de tanto en tanto escribe frases como esta, pintando un atardecer:

"mientras pasaba un hombre muy viejo / en una bicicleta amarillenta"...

Un poeta de los pájaros, que escribe sobre lo que está por suceder, sin alterar a su alrededor la vida cotidiana, tiene el don de ser invisible, es esa clase de escritores que bien podrían tomar un café en un bar concurrido y dedicarse a leer un libro sin ser molestado, a lo sumo detendrá su lectura y dejará que la vida lo viva.

sábado, 5 de marzo de 2016

El estallido autobiográfico


El estallido autobiográfico...
Detrás mio cae un caracol en un vergel, el único sonido del atardecer.

Unas rosas chinas (rojas) se aplastan contra el techo, el poeta que mira a través de los diamantes, y con esos signos –barras inclinadas– representa la comedia de una mirada tridimensional.
¿caireles?
 –rescato al abominable Miller antes de reventar o la última ola escandinava de León Bloy
(cuando la escritura se convierte en un globo de cristal que el mero acto de escribir estalla en mil pedazos contra el suelo).

–de allí lo fragmentario, como avispas herrumbrosas en una tarde de verano– “amparado” en la idea que todo es poesía cuando solo somos sombras escuchando murmullos en un pasillo.
(esa costumbre de encerrarse en un cuarto con títeres, buscando secretos o junturas mal hechas), la luz del sol que se filtra en las gotas de rocío de la única ventana –la claridad de una sola casa– lo apacible que recubre la opacidad de un escritor, el poema que finalmente estalla –porque he decidido recogerlo, una a una, sus volutas de vidrio– la soledad que todo se traga.