Leo sobre las cartas que escribió
Perlongher, en donde los enmarañamientos ofrecen pautas de entendimiento
fijados en poemas, hay algo de este poeta exuberante que trasunta en
estridencias verdaderos artefactos líricos, me perdí en aquellas alambradas que
retorcían un plano social y político, un cuerpo hecho de palabras, en un
contexto en el que estoy desfasado, y sin embargo puedo entrever desde una
periferia absoluta, un mero acercamiento, el temblor lejano de una escritura.
Debe ser la única vez que una carta permitía
dilucidar el laboratorio de un conjunto de poemas cuyos desprendimientos pueden
percibirse en algunos versos, meras conversaciones, algo que se profiere y que
se extrae, algo que se licua en algo que no se sabe, y el texto, el entramado,
teje su propia discordia.
Hoy plantearía la misma disyuntiva con las
construcciones de Alejandro Rubio y Martín Gambarotta, no sabemos si existen
cartas, en cierto punto no importa, basta saber que hay encuentros con la
palabra que trascienden el ejercicio de la palabra, dentro de muchos años tal
vez sepamos como eran los recovecos de esos posibles artefactos no carentes de
filosofía.
Pero si algo considero fundamental es la relectura
que hicieron muchos poetas de “los 90” de autores como Zelarayán, Joaquín
Giannuzzi, Arnaldo Calveyra, Héctor Viel Temperley y Osvaldo Lamborghini entre
otros. Tomando prestadas palabras de Fogwill, habría que consultarles antes de
emprender nuevas trivialidades.
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