sábado, 30 de enero de 2016

Mientras leo a Osvaldo Lamborghini (parte II)


Un paréntesis es eso, un signo seco (uno solo) sin ninguna finalidad salvo la aparente –el aparente diagrama en el que las primeras palabras (las oclusas) hilvanan artefactos– que solo buscarán llenar el vacío de un espacio vacío.
Es el oro brillando en el huevo pulido de una ostra
Es la argamasa cuyo faro es la inocencia
Las piedritas en los pies fríos de la bahía despoblada.

sábado, 23 de enero de 2016

Mientras leo a Osvaldo Lamborghini (escrituras de escrituras)


Suplir
Esa era la única palabra del poema, porque no podía entender las entelequias, el tono –siempre el tono– o la voz propia (nadie me puede decir como es, todos sin embargo perciben la ausencia) en los recodos, en los correlatos, crecen hortensias como un amparo –largos pasillos donde la infancia corretea hacia la puerta, nunca hacia la calle– dejo correr el agua de la canilla de la infancia, siempre el sol lleno, los tobillos cubiertos de algas. De toda esa estructura, apenas puedo nombrar lo que parece posarse.
Largos años deslizados en un vertedero la espuma separada, las cerdas de las escobas como junturas entre los barrotes y las alcantarillas– (ese comprender que se supone, ese verso esquivo, finalmente esta llaga)

No sé donde termina el día.

La única palabra del poema que estalló en el poema, ralado, acaso vertical, y solo quedan vidrios donde se reflejan las palabras en el sol, como una rueca, o un dentelleo.
Versos que no construyen sistemas, trazos que untan aparejos, para finalmente resquebrajar la cal de las paredes. Este pasillo perfecto, en ocres duraznos, con flores rosadas y campanas amarillas, detiene el tiempo de los jardines poblados de conchillas, los años que apenas caben en un escurridero.

La sombra visible que cerró la tranquera mientras el viento abandonaba la casa.