sábado, 30 de abril de 2016

En un bar de Palermo a la noche


Yo podría escribir un poema moteado de ribetes opacos, como si envolviera en papel glasé una taza de porcelana blanca, pero me distraigo, y no son las hojas resecas que el viento lleva a la rastra, ni el mozo que tarda más de la cuenta, ni tampoco las señoras empolvadas que hablan y suponen que sos un maldito –porque parece que soy poeta–el problema es que no puedo levantar la vista, porque lo mejor que puedo hacer para evadirme es garabatear versos en servilletas arrugadas, prefiero eso a caminar entremedio de las mesas buscando un rostro conocido, como si no tuviera apuro, cuando yo se que el mundo siempre estuvo en la vereda de enfrente, y sin embargo formé una familia –“vos sí que tenes suerte” decía hace años el psicólogo del traje manchado de acuarelas, que en medio de gases lacrimógenos y en plena dictadura le arrancó los huevos a un milico– vos tenes un amparo, cuando lo lógico hubiese sido que te quedaras más solo que un perro en medio de un desierto, incomprendido hasta decir basta, pero la realidad es que puedo escribir un capítulo sobre la decadencia del oficio, y no sé hasta que punto tiene que ver la comodidad del control remoto, si somos coherentes con lo que hacemos, si todo en el fondo no es más que una farsa que dividimos en capítulos

Mientras pienso en estas cosas estuve viendo desde mi ventana de bar una reunión en el edificio de enfrente, un departamento de ventanales amplios, todos parecían pasarla bien, las bandejas de comida pasaban de mano en mano, no faltaban las sonrisas y los gestos ampulosos, al final, uno salió al balcón a fumar algo, y yo me vi en esa sombra fumando lentamente, soportando el viento de la fría avenida.

Felices los felices.

Al final yo tomaba el último café con dos terrones de azúcar mientras iba entendiendo algunos versos de Alejandro Rubio, cada tanto algunas palabras parecían resaltar sobre otras, como si resplandecieran, sin saber que método fue devanado, que lecturas fueron necesarias.

Todo lo que leí estaba escrito en perfecto castellano.

sábado, 23 de abril de 2016

Hablando de poesía con el tachero


Enfrente de Puan encontré esta “plaquette” de Alejandro Rubio (Ediciones Belleza y Felicidad, 2015) en el que me detuve en el poema que da título al pequeño poemario.

Puede ser que no se entienda
su función, uso, propósito, fin o virtud. Puede ser que cuando uno
anda por la ciudad a todo trapo,
la gente, los semáforos, las bicis, viendo
lo que vemos para parar la olla
sin poderlo creer, alineado o nervioso,
piense que es cosa de ingenuos o parásitos
porque te piden que seas veloz y craso
o te pasan por arriba. Pero mire usted
su propio caso: toda la noche maneja
con Horacio Molina, a volumen bajo,
le guste a quien le guste, así que vive
en la lírica barrial de los 40
como cualquiera que ame a Gracilazo.
Vive envuelto en música
encajado en metal, rodando por calles húmedas
y entiende de qué se trata.
Así que usted vive a su manera
en el mismo mundo
en que yo vivo a mi manera.


Luego coincidí con esta reseña, donde es posible advertir en el autor el tono crítico en clave política, dentro de un coloquialismo no excento de una lírica que lejos se encuentra de la postura autocompasiva. Alejandro Rubio es un poeta de nuestro tiempo, y tiene lecturas de la realidad que habilitan el impulso reflexivo.

Después de esto, solo queda bajarse del taxi y caminar a solas bajo la lluvia.

sábado, 16 de abril de 2016

Lo que dura la nostalgia


Después de un instante de silencio, acaso apacible, percibo el aroma de las hortensias. Se me ocurrió la idea de mirar las copas desde abajo, con el crepúsculo de los nubarrones borravinos los pétalos parecían cultivar en sus bordes un tono amarillento, como si un sol de mediodía las reflejase pálidamente desde adentro.

Entendí que todo en ellas es armonía y expectación, como si estuvieran esperando declinar ante la noche calma, las casas cuyas tranqueras están llenas de mariposas que parecen volar.

sábado, 9 de abril de 2016

El único sostén


Jarcias del único sostén, entremedio de un pronunciamiento, donde disociar lo aparente.
Ahora las casas de verano se pueblan de josefinas en las hileras verdes de musgo –los niños que trepan su infancia– hay pasillos enteros donde las palabras tienen cielos grises que las cubren. Recuerdo flotar en las aguas pardas, nadar al lado de un bote anaranjado, tiempo que me has de callar.

Me desprendo de los tallos, a lo lejos, una mujer teje en silencio un poco de memoria. 

sábado, 2 de abril de 2016

Irse de sí mismo


Irse de sí mismo, sin saber que se sabe, huyendo hacia la alquimia de un verbo del cual desconocemos el predicado, una palabra cuyo referente dependa del contexto lingüístico, como los pronombres, revisar todo eso que parece decirse y que sin embargo se olvida.

Huir sin hallar un bosquejo donde encontrarse, hasta que te das cuenta que nadie puede huir de sí mismo, allí donde uno va, hay espejos que nos deforman la mirada, y silencios que resuenan en el viento que las casas despiden, los espacios que habitamos y que como esclavos recorrimos en aparente libertad, el futuro siempre delante, la sonrisa ingenua.