En un artículo, María Negroni, poeta y ensayista, dice lo siguiente:
“En la poesía hay una contra comunicación, porque es el lugar en donde la conciencia del lenguaje es más alta y donde lo que no sabemos es más importante que lo que sabemos”La conciencia del lenguaje…
Intuyo que muchos poetas no tuvieron en cuenta hacia dónde los llevaba el poema, y que probablemente esa incertidumbre no los haya preocupado más que la temblorosa posibilidad de no poder seguir “viendo”, con lo cual el poema finalizaba estéticamente en ese tránsito hacia lo desconocido.
Hay en esa conciencia un lugar calcinado desde donde se vislumbra lo que en ocasiones no se comprende, para eso llegarán los críticos –aquellos horribles trabajadores- que harán un puente desde complejos promontorios para hacer menos salvaje la vida del poeta.
La autora asevera que “La poesía tiene que ver con las imágenes, pero también tiene que ver con las ideas y, sobre todo, con el lenguaje en su materialidad más absoluta. A veces es como si la lengua -no el poeta- hubiera vuelto a la infancia. Aparecen palabras que nos colocan en estado de asombro. No lo entiendo, no sé que me quiere decir, pero algo me pasa con esto. Hay que poder tolerarlo”.
Probablemente haya otro tipo de “intolerancia”, la que ocurre con la distribución que las editoriales y librerías les asignan a los libros de poesía, aunque tal vez haya cierta correspondencia entre los jardines artificiales donde nace lo que asombra, y los polvorientos rincones donde se esconde la belleza.
“siempre se trata del mismo hilo” escribió alguna vez Benedetti en un poema.
Quien sabe para cuántos tipos de ovillos estén destinados estos versos.