martes, 22 de diciembre de 2009

Hasta otro año...


No sé desenvolverme…
No sé hablar…
¡Oh!, si todo consistiese en pensar
no temería a nadie.


Arthur Rimbaud

Dar vuelta una hoja, cerrar un capítulo indefinido como un vocabulario, asir lo inasible del paso del tiempo y quien sabe cuánta entusiasmada languidez esconde esto que pienso, propio de quien vuelve a vivenciar una navidad (me despojo del contexto religioso, esta fecha es un indicio como tantos otros que el tiempo avanza), suelo hacer balances en esta época, suelo pensar que el áureo espantajo dejará de protegerse bajo una lluvia del mundo con su paraguas endeble, que seguirá recogiendo tiestos de la belleza a su paso
¿Qué otra cosa puede hacer?.

Pienso en las palabras que me fueron dictadas, aquellas que elegí para significar este tránsito en el que vamos, casi como autómatas, hacia lo cotidiano.
Pienso en aquello denominado "causalidad", ontología que me ha ocurrido con algunos visitantes (Rafael, Chandra, Ignacio...), pienso en las "supuestas realidades" como me escribió Rafael ¿cuántos se habrán dado cuenta de esto?

En este tiempo solo encontré preguntas y paradojas, tal vez me termine por dar cuenta que nunca tendré las respuestas, que siempre seré una sombra y una idea, que esto que necesariamente somos no podremos cambiarlo, es nuestra naturaleza...
Quiero dejar en esta última entrada de 2009 un saludo a todos aquellos que nunca conoceré más que en el pensamiento de una pantalla nocturna, acaso un simbólico modo de conocer a una persona, y que la noche nos pertenezca.

sábado, 19 de diciembre de 2009

Conjeturas sobre videntes

Si lo que trae de allá tiene forma, él da la forma…”

Algo así escribió Arthur Rimbaud en su famosa carta del vidente.

¿Qué quiso decir?

¿Que si el vidente alumbra la forma, porque le ha sido dado ver, el poeta entonces recoge esa representación, porque le ha sido dado verbalizarla?

Si el poeta trae lo que ve, y no hay en ese trance una decodificación, una tarea de “traducir” lo que ve, el poeta estaría ofreciendo tinieblas de esos recónditos inhabitados por el hombre.

Estaría fijando ese vértigo haciendo un trato con la belleza, la misma que será convertida en fósil para la posteridad.

Esto no siempre es así.

A veces esos versos se cantan, y provocan con su evocación que legiones de poemas se disparen como flechas hacia pantanos desconocidos.

Versos que de algún modo conservan la mohosa hierba del fangal donde nadaron sus videntes.

Astillas de la madera hundidas en la uña del poema, algo que permanece, algo que es…

Algunos de esos poemas han sido conjeturas de penumbras, algunos de esos versos ardieron como braseros en los ebrios corazones.

Leerlo a Rimbaud conlleva esa evidente paradoja.


viernes, 11 de diciembre de 2009

Preguntas...


¿Cuándo empezó el tiempo y donde termina el espacio?
¿Acaso la vida bajo el sol no es solo un sueño?
¿Acaso lo que veo, oigo y huelo no es solo apariencia de un mundo ante el mundo?
¿El mal existe de veras y acaso existen personas que son malas?
¿Cómo puede ser que yo, el que soy, no existiera antes de que yo fuera, y que en algún momento, el que soy ahora, ya no será el que yo soy?


El ángel Damiel, las alas del deseo

Cuando hacemos lo que hacemos ¿no dejamos de ser?
Y lo que somos, cuando creamos ¿no es acaso sombra de una sombra?
¿Somos videntes los poetas cuando ocurre lo que ocurre?
¿No vamos como transportados a la computadora o al cuaderno?
¿Escribimos poesía cuando escribimos poesía?
¿Dejamos de ser?
Entonces ¿Qué nace?
¿Simplemente una escritura?
¿No somos otros?
¿Cómo puede ser que el poeta, cuando es, no existe más que en su fragmentada abstracción?
¿Y que en algún momento, el que deja de ser, busca denodadamente salir hacia dentro?
¿Cómo es posible que el poeta quiera leer lo que escribió como si no lo recordara?
¿A qué se debe esta soledad, y ese vaso vacío, y esta orfandad de estar quieto después del después?
¿Crea el poeta un mundo ante el mundo o lo crea dentro de el?
¿Cómo hace para tomar su desayuno sin desprenderse los pájaros detrás de las orejas?
¿Busca el poeta fijar un vértigo?
Y si lo atrapa en algunos versos ¿qué hace?
¿Lo embellece con otros versos?

Aquello que nació de lo impostergable ¿deber ser resignificado?
¿Para qué?
¿Para que otros lo entiendan?
Si lo que está oculto al entendimiento el poeta lo resignifica y lo arroja al viento de lo que se comprende ¿no sería entonces el poeta un ladrón de fuego encargado de traducir lo incorpóreo para luego fosilizar los vestigios de la razón?
¿No se pulveriza de ese modo lo candente de su vórtice?
¿Es esa la tarea? ¿Extraer la simiente del éter difuso para luego ofrecerlo como mendrugos a los lectores?
¿Eso no lo hace infeliz al poeta?

A veces siento la inutilidad de este gesto, y después sé, porque me ha sido dado saberlo, que otra cosa no puedo hacer más que balbucear paradojas y absolutos, beber un licor áureo donde nadar en lo disoluto, y no saber que es lo que sigue, ni porqué…

y así hasta no llegar donde apenas se prosigue.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Divagaciones y desmembramientos

Añoro el vaso de vino del poema, ese detenerse en una totalidad que es en sí misma la poesía, el descreimiento de pertenecer hacia algo que abruma, una idea inconstante que ha perdurado por milenios, como la idea de Dios, o como prefiere Saramago, de dios…

Buenos poetas han bebido de raíces amargas y sin embargo extasiaron a los lectores como si nadaran en dulces viñedos, donde todo es posible. Allí lo anacrónico y lo irreverente queda subsumido a la observación atenta, nos asola un desierto del cual nada sabemos, pero podemos ver las huellas, el terror por sabernos videntes y que esa sola presunción podría sin esfuerzo alterar nuestro sistema de pensamiento, nuestras absurdas creencias.

No hay en dicho vericueto una mirada apocalíptica, solo puedo ver este desmembramiento en que se convierte una idea ante la quietud, lánguidas rutinas de caminos cuadriculados, debajo de un pálido cielo violeta que siempre tendrá pájaros.

En esta disyuntiva, a pesar de la perplejidad de la cual beben infundadas conjeturas, busco consuelo en la lectura, acaso un encuentro cuya ecuación simula un atavío.

No sé cuándo volverá a ocurrir.