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sábado, 30 de noviembre de 2024

Lo que aún tiembla en la noche

Sucedió en un concierto hace 30 años, un poeta con reminiscencias del punk, en su última canción, se detuvo durante un segundo, antes de transformar su angustia en un aullido, fue cuando Kurt Cobain eligió tocar "Where Did You Sleep Last Night" del blusero afroamericano Leadbelly, para finalizar un concierto acústico del cual se tenían pocas expectativas.

En algún punto, hizo que se detuviera el tiempo en ese segundo, cuando bramó la frase "I'd shiver the whole night through", (temblaría toda la noche), dándole otro sentido a la canción, tan honesto como doliente.

En un cuento de Julio Cortázar, “El perseguidor” -un homenaje al gran Charlie Parker- se lee lo siguiente, de parte de Bruno, un crítico de jazz:

al final Marcel convenció a Johnny de que lo mejor era probar, se pusieron a tocar los dos y nosotros los seguíamos de a poco, más bien para sacarnos el cansancio de no hacer nada. Hacía rato que me daba cuenta de que Johnny tenía una especie de contracción en el brazo derecho, y cuando empezó a tocar te aseguro que era terrible de ver. La cara gris, sabes, y de cuando en cuando como un escalofrío; yo no veía el momento que se fuera al suelo. Y en una de esas pega un grito, nos mira a todos uno a uno, muy despacio, y nos pregunta qué estamos esperando para empezar con Amorous. Ya sabes ese tema de Álamo. Bueno, Delaunay le hace una seña al técnico, salimos todos lo mejor posible, y Johnny se abre de piernas, se planta como en bote que cabecea, y se larga a tocar de una manera que te juro no había oído jamás. Esto durante tres minutos, hasta que de golpe suelta un soplido capaz de arruinar la misma armonía celestial, y se va a un rincón dejándonos a todos en plena marcha, que acabáramos lo mejor que nos fuera posible...

esos tres minutos de Johnny

ese eterno alarido de Kurt Cobain...

Si Cortázar hubiera escuchado esa canción, tal vez hubiera pensado lo mismo que pronunció el líder de Nirvana cuando intentaron convencerlo de que vuelta al escenario a seguir tocando: "No creo que podamos superar la última canción".

Y quizás hubiéramos tenido un cuento más en esta historia.

 

Nota:

https://www.pagina12.com.ar/783860-30-anos-del-unplugged-de-nirvana-la-catastrofe-que-no-fue

sábado, 23 de noviembre de 2024

Sobre la noción de artefacto dentro del plano artístico

Me aparto un poco de la borrasca, mientras las intermitencias literarias quedan ancladas entre los conceptos de imbricación y desbrozamiento, donde a veces quedo enredado.

Dediqué un breve tiempo a la reciente autobiografía de Daniel Melero “Incierto y sinuoso”, tanto por la información musical como por los conceptos urdidos en su exploración hacia lo intangible, y sobre todo me interesó cuando manifestó la necesidad de crear “Catálogo Incierto”, un sello de bandas under que a fines de los años 80’ estaban ocupando toda una escena emergente.

Siempre me sentí atraído por la noción de artefacto dentro del plano artístico, así sea un libro cartonero, así sea un cassette, como los que hacía Reynols en sus inicios (a veces pienso que fueron los únicos que entendieron perfectamente lo que significaba la experimentación creativa de los sonidos, liberados estos del formato canción), mientras que los demás músicos fueron enciclopedistas (o simplemente respetaron el formato impuesto por los sellos y los medios de comunicación), la banda de Tomasín -el baterista y poeta que habla con palabras inventadas-, fugó hacia adelante en términos de ruptura con todo lo  preconcebido, fueron libres en el mejor de los sentidos.

El emprendimiento anárquico de Catálogo Incierto documentó de algún modo lo que se estaba gestando a fines de esa década en Buenos Aires, hay una definición del líder de los Encargados que dimensiona el sentido de lo creado:  

“precisamente la búsqueda de no ser un sello discográfico le otorga la fuerza que necesita: va a ser finalmente un sello cuando deje de existir. Cuando haya ediciones limitadísimas y míticas, cuando se sepa de la existencia de ciertos discos aunque nadie los tenga”.

Catálogo Incierto se fue gestando con la venta de cassettes a través de afiches o panfletos, especialmente en los recitales, para Melero, una tirada de 20 cassettes ya equivalía a una edición. Estamos hablando de objetos únicos, irrepetibles.

En esa suerte de logia heterogénea, a decir del cantante, no solo se produce música sino que se generan trabajos actuados, sonidos sampleados para un ballet, obras de teatro, el espectro se complejiza.

Una escena recrea la comprensión del proyecto, ocurre cuando Daniel Melero le dice a Fidel Nadal, cantante de Todos tus muertos, que ese cassette que acababan de mezclar estaba destinado a ser un objeto histórico del rock.

Yo creo que el tiempo le dio la razón.

viernes, 23 de agosto de 2024

A veces no es un poema

En ocasiones no es un poema lo que ocurre, una improbable etiqueta haría mención a la "no-literatura", así como otros entienden la no-música y encuentran un extraño apego a la curiosidad de los sonidos, que todo eso ensamblado produce un interrogante que podemos denominar música, tal vez canción, porque tiene un plano, porque sus bordes son efímeros y difusos, porque hay escalas, coloraturas, calidoscopios, acaso tesituras.

y pienso que podría ser Pollock el día que decida poner un lienzo en el piso, y tomar pinceles y tazas y pinturas negras...

en ese juego fractal y luminoso a veces suceden cosas

estoy creyendo que lo puedo llegar a explicar alguna vez, estoy queriendo que ese día nunca ocurra.

sábado, 26 de septiembre de 2015

El hipnótico ritual de los Residentes


Viernes a la noche, camino por la vereda con un gorro verde, me quedo a la espera de un amigo, dentro de unos minutos estaremos viendo a los Residents en Niceto, me quedo pensando en esta banda que descubrí tarde, el mito de sus identidades ocultas, las más de cuatro décadas de trayectoria privilegiando los contenidos artísticos por encima de los nombres y las historias personales, la "teoría de la oscuridad", a la que adhiero, y el enorme impacto visual de sus presentaciones.

Finalmente entran al escenario los 3 músicos enmascarados y uno no sabe si en el fondo tenemos conciencia del extraño ritual que vamos a presenciar, bastan unas breves distorsiones para ingresar en una especie de túnel, donde se representa bufonescamente el prolegómeno de una obra hipnótica, desplazando sonidos e imágenes en diferentes planos oscuramente frecuentados.

En algún momento recuerdo esa sentencia de que el arte solo es puro si es anónimo, una serie de conceptos extraños en estos tiempos donde las exposiciones artísticas en redes sociales y programas televisivos conllevan un implícito musical para las bandas que surgen, la necesidad de trascender sin importar lo que se expresa, el factor creativo acompañado del juego de espejos en el que ciertos artistas gustan contemplarse.

Los Residents escapan de todo eso, y salen indemnes. Al final, cuando se van, me quedo cavilando si nos dimos cuenta.

jueves, 4 de septiembre de 2014

Donde estarán los que se van

no hay nada mejor
no hay nada mejor
que casa

Te para tres...
                      Gustavo Cerati

sábado, 26 de julio de 2014

Luca


Una noche, lo vi a Luca Prodan entrar en silla de ruedas a un recital, la fecha es emblemática, 31 de octubre de 1987, la última vez que Sumo estuvo en Cemento, y ya nada sería lo mismo.

Salí de aquel templo con la sensación de estar escapándome del pasado, 52 días después de esa noche, Luca se moría con una sonrisa en su casa de la calle Alsina, a una cuadra de la Plaza de Mayo.

Al poco tiempo fui al cementerio de Avellaneda con una rosa amarilla, dicen que el amarillo es el color del olvido, dejé la flor al lado de la piedra blanca de la Traslasierra cordobesa, había botellas de ginebra, cigarrillos y dibujos con aerosol, al año escribí un poema titulado simplemente “Luca”, lo transcribí a un pedazo de madera y un día que no había nadie lo dejé al lado de la piedra, luego supe que alguien se la había llevado, ese día por primera vez me sentí un escritor.

Este es el poema, que preferí no corregir desde entonces, aún con sus imperfecciones, les pertenece, por el recuerdo de aquellos días, tan fugaces, tan candentes, en que todo lo nuevo se había ido, para sentir como propios aquellos versos de Ian Curtis, poeta maldito del rock:

El pasado es ahora parte de mi futuro / El presente se me ha ido de las manos."


LUCA

Sombras de la muerte
Alcanzan la vela
De un hombre pálido.

Cansancio final
Último de los envejecimientos.
El niño ya juega con los ángeles
En un trono de barro.
Donde cascadas y serpientes caen hacia la noche.
Enlazados de misterio, de amor frágil
Y afecto infinito.

Monstruos del ritmo.
Un hálito de visiones encumbra al soñador
Al mágico alcohólico de la nada,
Al mito viviente en un calmo vestigio.
Sonriendo como un niño
Como un desvalido de la tristeza.
¿Donde irás en aquel pálido reino del umbral?
Bendita es la gloria que dejaste
Allí donde rotas botellas inmolan tu presencia
Y la eternidad se pasea ensoñada en tu cuerpo tieso.

No olvido las noches de Cemento
Arrastrado en una silla de ruedas
Pintado de brea hasta los pies.

Tu dulce heroína
Y tu soledad errante.

No olvido la húmeda muerte en un hosco resquicio,
Vulnerado de los cielos en que naufragaste
Para volver, cuan mágico salvador,
A la luz más ínfima.

El hombre ángel flotando a solas
En una vela de hierro.
Es esta tu benévola alma, desnuda en seda
De suaves despojos.

¿Reirás en el mas allá cuando todo acabe?
Hasta pronto.
Quizás te canses de tanta sabiduría
Y regreses, reclamando un cuerpo y un vientre de luna.
Enmendado de los dioses
Que sacuden su existencia con el llanto de un demonio.

Te aceptaremos como un épico Romano
Enlodado de palmas y sórdidos clamores.
Gritando en la agonía hasta descerrajar la piel
Como una triste canción en un océano piadoso
Sin despedidas...

Réquiem para un coloso.

Blandiendo su destello
Con las huellas de un cristal.

sábado, 19 de abril de 2014

Hacer música

Hacer música. Un tono de fondo estructura una base, pronto aparecen las variables: cuerdas deformes, órganos monocordes, un timbal. Luego declinan algunas guitarras ejecutadas con arco, un colchón de rasguidos polifónicos, nunca una voz.

Me urge la experimentación, construir sonidos, hacer secuencias, imbricar efectos.
Avanzar hacia una sincronía sonora, marcando un registro al cual adosar otros instrumentos. Me interesan los atravesamientos, cada surco buscando una línea, cada pulso cruzando un sendero.

La construcción de un plano donde fugan absolutas coordenadas, mutilando el poema nunca escrito.

Así, vendavales, trazos oníricos, nubes blancas atravesando un prado, vientos que desprenden hojas en el medio de una canción, que nadie sabe de dónde viene…

En sueños comenté algo: escribir poesía es una fuga hacia adelante cuyo extraño mecanismo no permite consensuar la estructura. Pienso si es así con la música, y si acaso la obra de un músico no se reduce a una única, interminable partitura.
Cesar Aira comentó alguna vez que siempre compra discos de Morrisey porque todas las canciones le parecen similares, parecería un gesto de aprobación hacia una idea de coherencia artística. Pienso en la agonía de un violín que prosigue en su quejido luego de haber sido pulsada su última cuerda, un sonido ya no audible, prolongado en la tensión y en la vibración, acaso la acústica de la fina madera.

No tengo deseos de sacralizar sensaciones, si es que alguna vez la música tuvo alguna connotación sagrada, lo sacro me despierta un genuino interés, puedo escuchar toda clase de género, pero algunos instrumentos antiguos y medievales me hacen sentir que de algún modo estuve presente en aquellos contextos, es lo que ocurre cada vez que escucho un chello, un clavicémbalo o una viola da gamba, y cuando escucho el Lamento di Tristano pierdo la noción del tiempo.

sábado, 2 de noviembre de 2013

La despedida de Lou...

No se ustedes, pero para mi, descubrir los discos de la Velvet Underground a una edad tardía significó una amplitud del escenario del rock, nuevas formas de comunicar una expresión estética, absolutamente artística, donde confluía la psicodelia, el teatro, las expresiones pictóricas ensambladas a las canciones, los contenidos audiovisuales, y esa voz de Lou Reed, esa locura creativa, acaso salvaje, más tarde resignificada, finalmente aplaudida.
De esas aguas bebieron muchas luminarias del rock, recuerdo un video del tema "heroine" en vivo, en un teatro, los músicos en trance, desgarrando la canción, llevando a la audiencia a un territorio privado, atravesando malezas de lo que acaso creemos comprender.
Un músico en definitiva, un creador.
Leer este texto de su mujer, la igualmente soberbia artista Laurie Anderson, da un poco de ánimo, se trata de un hermoso modo de partir. Fue publicado en el periódico East Hampton Star de Springs, localidad en las afueras de Nueva York. Lo tituló “despedida”...

A nuestros vecinos:
¡Qué hermoso otoño! Todo es resplandeciente y dorado, y hay una luz increíble y suave. El agua nos rodea.
Lou y yo pasamos mucho tiempo en este lugar en los últimos años y, aunque somos gente de ciudad, éste es nuestro hogar espiritual.
La semana pasada le prometí que lo iba a sacar del hospital y que vendríamos a casa, en Springs. Y así lo hicimos.
Lou era maestro de tai chi y pasó sus últimos días aquí, feliz, deslumbrado por la hermosura y la fuerza y la suavidad de la naturaleza. Murió en la mañana del domingo, mirando los árboles, haciendo la famosa forma 21 del tai chi, sólo sus manos de músico moviéndose en el aire.
Lou fue un príncipe y un guerrero; sé que, al escuchar sus canciones sobre el dolor y la belleza en el mundo, muchas personas se sentirán plenas de esa increíble alegría que sintió por la vida. Que esa belleza nos llegue, y nos atraviese siempre.
Laurie Anderson
Su amante esposa y amiga eterna.

domingo, 14 de abril de 2013

The Cure...


Hace más de 25 años un adolescente cantaba y escribía canciones delante de un poster viviente. En todo ese tiempo la pelota que había arrojado al aire, aquella que tan bien simbolizó Dylan Thomas, no tocó nunca el suelo. Finalmente, el viernes 12 de abril, cerca de las 21.30 hs apareció por el escenario Robert Smith, el artista que acompañó mi juventud, mis gustos estéticos y musicales, mi modo de entender el mundo mientras iba creciendo. Es algo de mi pasado, me permito la ligereza de expresarlo en este sitio. Muchas imágenes pasaron por mi cabeza, como cuando compraba los discos de vinilo de The Cure y llegaba a casa extasiado para escucharlos, porque un buen día había descubierto “faith” y ya nada sería como antes, porque era un ejercicio catártico escuchar las canciones, y escribir sobre las texturas sonoras (se sabe, las letras de canciones son poemas mutilados), todo aquello apareció de pronto mientras lentamente el hombre niño caminaba hacia el micrófono. Hubo asombro de ver cómo un músico, a la manera de Dorian Gray, cautivaba desde su voz intacta, acompañando las concurridas soledades de aquellos ebrios corazones, a los que les bastaba cerrar los ojos para ir atrás en el tiempo, y descubrir que las cosas esenciales no habían cambiado ¿qué más pedirle a un artista?

No es lugar aquí para hacer una reseña crítica del recital, eso lo saben quienes estuvieron, pero en un momento puntual pasó algo que me conmovió, aparecieron los apacibles y sentidos acordes de “trust”, probablemente una de las canciones más hermosas del grupo, aquella en la que musita “no hay nadie en el mundo a quien yo pueda abrazar, no hay nadie en realidad, solo estas tu”, y entonces entendí que desde siempre Robert Smith le escribió al niño que en algún punto dejó de crecer, al niño que se cuestiona cosas, al niño de las encrucijadas existenciales, era sentir como cada uno parecía ver hacia adentro y hacia atrás, cómo a veces una canción pasa delante de uno, mientras nos ocupamos en alguna cosa para dejar de pensar en todo eso.

Se trata de alguien que no maduró desde el punto de vista social, como suele pasar con muchos artistas, este cantante tiene 53 años, lleva cintas de colores en el pelo, los labios pintados como siempre, la ropa negra, la mirada hipnótica, y nos deja absolutamente convencidos que su vida es estar arriba de un escenario, mira al público corear las canciones y sonríe con serenidad, está feliz y todos estamos felices de su felicidad, me doy cuenta que lo bello permanece y que lo esencial queda, le creo cuando dice "nos volveremos a ver", es lo más parecido a una promesa sincera.

Y ojalá así sea.

viernes, 16 de marzo de 2012

Aquella pared...


Había una pared ahí, en un momento eso era todo, los ladrillos estaban hechos con fotos viejas de un álbum familiar, las que cada uno puso imaginariamente en alguna parte, podríamos haber mirado otra cosa, pero no, la vista se quedaba en ese muro, como si nos examinara, detrás los músicos hacían su parte y la noche parecía cubrirnos como niños.

Esta obra fue representada en vivo infinidad de veces, hasta aquí llegó la estructura de un espectáculo jamás concebido, no recuerdo calidad de sonido semejante, ni puesta audiovisual que ensamblara efectos especiales, artefactos y fuegos artificiales del modo en que se vio, haciendo que The Wall live fuera un inmenso videoclip de más de dos horas de duración.

No importaron las voces grabadas (tanto las del coro, los niños, el juez y el maestro, incluso Pink, aceptado por quienes fueron a encontrarse con el recuerdo emotivo de la película), pasó a ser secundario que Waters simulaba cantar algunas canciones bajo el mismo tono agudo de los 80’, tal vez esa intención mantuvo intacta la nostalgia, dejó en el público la idea de que el tiempo deja huella pero que sin embargo había que representarlo tal cual fue concebido, bajo la forma de una película y un disco que acompañaron las tristezas, soledades y paranoias de varias generaciones.

Cuando el muro cayó me pregunté porqué esta obra sigue cautivando a las masas. El guión es simple, sin embargo atraviesa atmósferas subjetivas complejas, las asociaciones simbólicas son inmediatas, tal vez haya que indagar si aquellos ladrillos no fueron secretamente derribados por quienes padecieron esas opresiones, en sí mismos representan muchas cosas, y a la vez ninguna, al final, siempre hay alguien que los recoge, y todo vuelve a empezar.

Me fui silbando la última canción mientras caminaba, esa despedida dulce y simple de la obra, y de alguna manera me pareció que en silencio todos hacían lo mismo.

sábado, 3 de diciembre de 2011

La música invencible


Tengo un amigo que alguna vez hizo música, toca la batería (no sé en que tiempo emplear el verbo, ya que hace mucho que no sacude los parches), si bien en algún momento despuntó el vicio con un bombo legüero, lo suyo ha sido siempre el rock pesado. La primera vez que lo vi tocar me impresionó la transformación en el escenario, de ser lo que es, un filósofo tranquilo que se desenvuelve en un contexto de libros viejos, me encontré con un tipo fuera de sí, pegándole sin asco a todo aquello que pareciera temblar delante suyo, era “otro”, alguien que sacaba algo afuera, entendí que se completaba en ese momento, que también “eso” era el. Ahí no había filosofía, ahí había sudor y un sentido del ritmo y de lo visceral que desconocía. Esto fue hace unos años, una noche con sus estrellas, a metros de la Avenida Corrientes, desde donde no se ve el obelisco.

Generalmente alguien no olvida cuando comparte un recital, calculo que los músicos tampoco, el tema es cuando, por motivos que los exceden, no pueden seguir haciendo lo que hacían, porque todo tiene su tiempo y porque la vida pasa y quizás sea conveniente acompañar las incertidumbres mientras se hacen cargo de otras cosas.
Como dije al principio, mi amigo hace tiempo que no toca, se dedicó a discutir y analizar conceptos, y vive en una librería intentando encontrarse a sí mismo mientras corrige una y cien veces su primera obra de teatro, un interesante relato que intenta acercarse mentalmente a la locura de un combatiente de Malvinas. Cada vez que lo veo me recuerdo de niño inventando historias con papeles que parecían personajes míticos, desenvolviendo mi imaginación en un contexto de soledad creativa. De eso hace años, tal vez milenios…

A veces creo que si vuelve a los tambores terminará haciendo algo parecido a lo que hizo Reynols, si Alan Courtis, instrumentista de esa banda, grabó todo un disco con una guitarra sin cuerdas, mi amigo bien podría hacer lo mismo con los palillos, sin parches ni platillos, haciendo nacer sonidos, desmenuzarlos, reinventarlos, agotarlos, callarlos…un poco como el sentido de aquella carta del vidente que un adolescente Rimbaud escribió hace tiempo sobre la nueva poesía.

La música traspasa culturas sin que haya necesidad de comprender el contexto en el cual surgió el creativo destello, es como encender un fuego, un acto simple que puede generar un estado de comunión en el cual no hagan faltas palabras para comunicar algo, solo basta compartirlo.

Pensé en mis experimentaciones musicales, en su momento tuvo sentido, puntualmente lo abandoné. La vida se me iba en otra cosa. Ahora busco en la palabra alguna naturaleza, alguna abstracción.

Cuando me encuentre con mi amigo me gustaría preguntarle si quiere seguir viviendo aquel sueño, si se trató solamente de hilvanar un pasatiempo circunstancial , en el que era un simple pasajero de su propio viaje, porque tal vez no se haya planteado el esquema de esa encrucijada, y para eso a veces están los amigos, para ofrecer preguntas, para callar respuestas.

Nunca se sabe si todas estas cosas están a la vuelta de una esquina.

sábado, 11 de junio de 2011

Los antiguos romanceros populares


En otros tiempos las canciones de cuna eran verdaderos romanceros populares que se transmitían de voz en voz, versos que en las voces de las abuelas sobrevolaron generaciones, pequeñas rondas infantiles recreadas por los chicos en las plazas de barrio, donde acaso sin saberlo cantaban breves romances de siglos, nacidos vaya a saberse porqué circunstancia: “estaba la paloma blanca sentada en un verde limón, con el pico cortaba la rama con la rama cortaba la flor”…Hoy se tararean sonidos, no canciones.
En algún recóndito del tiempo aquello se reemplazó por algo.
Tal vez haya sido precisamente el tiempo con el que contaban las madres, a la hora de la siesta, para mecer al niño con dulces canciones, por no tener la excusa de la televisión o del DVD, ni contar con catálogos de discos infantiles en Internet.
Sin saberlo, se transmitía un legado ancestral.

Acaso ocurre lo mismo, en la actualidad de nuestro siglo, con las diezmadas culturas indígenas que aún recrean sus tradiciones, mitos y leyendas, relatados en dos lenguas puertas adentro de sus casas, aferrados a una cultura de resistencia.
Invariablemente, todo eso se perderá algún día.
Alguien nos contará la historia, sin embargo.

De paso, como quien no pretende asociar un desasosiego, me recuerdo que ya no se escuchan cigarras en las tardes de verano (lo mismo que las mariposas, cada vez hay menos) ¿signo de los tiempos?
Misterio, vaya misterio.

sábado, 1 de enero de 2011

Seis mil millones


Si fuera cantante me hubiera gustado interpretar esta canción, y tal vez lo haya hecho, con esa misma voz, con esa misma mirada al vacío, en algún recóndito calmo de mis adolescentes sueños.
Creo que el mundo necesita canciones de cuna, donde mecernos en alguna infancia, para recordarnos íntegros, cristalinos, conscientes.
Es como la pelota arrojada de Dylan Thomas, aquella que no ha tocado el suelo.
Una de esas cosas que de vez en cuando nos motivan a reflexionarnos, a buscarnos entre el devenir de las esenciales razones.

Solos, y a la vez acompañados.
Uno y el universo.
Como cuando miramos el nocturno cielo estrellado, buscando aquello perdido, aquello encontrado, desangelados de tanto callar lo que ignoramos.

Seis mil millones de almas buscando algún consuelo.

domingo, 14 de marzo de 2010

El amor nos va a separar...

Cuando la rutina muerde con fuerza y las ambiciones son escasas

Y el rencor tiene altos vuelos pero las emociones no crecen

Y cambiamos nuestras costumbres, tomando caminos diferentes

Entonces el amor, el amor nos separará de nuevo…”

Ian Curtis

Ya pasaron 30 años desde que Ian Curtis, figura emblemática del post-punk inglés, se suicidara dejando atrás una historia de oscuro romanticismo al frente de una de las bandas que más influenciaron la escena del rock, en aquella Manchester sin árboles, autodeclarada división de la felicidad:

Joy División.

Solía ir con un amigo a escuchar a “Homenaje a Joy División” en la Buenos Aires de fines de los 80, nunca antes peregriné tanto por una banda de rock, porque lo que hacían Ernesto Castro (cantante) y compañía, era algo más que respetar una versión original. Vaya a saberse los destinos de cada uno…

Lo cierto es que me acerqué como pocas veces a la poética de un músico de Rock, tendríamos que ir a Jim Morrison para establecer un paralelo, pero la dolorosa introspección de Ian Curtis inquietó oscuramente aquellos tempranos días.

Siempre fui de considerar que algunas letras de canciones representan poemas mutilados, en cambio en las escrituras de Ian Curtis se advierte un doliente contexto que no prescinde del entramado necesario para corresponder a la métrica musical.

 El amor nos va a separar” decía Ian Curtis en Love will tear us apart, acaso un himno de su generación, días después el hombre bebía whisky mientras una cuerda se hilaba a sí misma.

Yo habité, como tantos, la mansedumbre y la melancolía de un tiempo que se agotaba, es probable que la música de Joy Division (y tal vez deba decir, de las versiones de Homenaje a Joy División) hayan evidenciado ese fin de la inocencia, eso que simplemente se nos estaba escurriendo como arena entre los dedos, era como si nos estuvieran diciendo “este sueño terminará pronto, y después de esto no habrá nada”.

Ian Curtis escribió “yo existo en la mejor forma que puedo, el pasado es ahora parte de mi futuro, el presente se me ha ido de las manos”.

Tardamos un tiempo en volvernos a ver con aquel amigo de siempre, Homenaje no volvió a tocar en vivo, los bares dejaron de ser frecuentados pero la música perduró, como un escrito en la piedra.

Después de todo, la existencia ¿Qué importancia tiene?.


domingo, 9 de agosto de 2009

Música y poesía


En ocasiones la música acompañó el silencioso andar de los poetas, y en algún punto, orientó un estado de catarsis hacia el poema, el transitar de un bosque paralelo.
En ese contexto experimenté una práctica de laboratorio con el proyecto "The Globe", aquel disco surgido de la unión entre Robert Smith, creador de The Cure y Steve Severin, bajista de Siouxie and the Banshees, en especial la canción “Relax” significó un interesante desvarío creativo y lunático. Esta canción fue utilizada en ocasiones como intro de los conciertos franceses de The Cure, probablemente la banda que marcó un antes y un después en mi concepción musical (el vinilo Faith significó, a lo lejos, una verdadera fuente de inspiración en aquellas épocas de poemas mutilados).

En otra ocasión recuerdo que las fugas para órgano de Johann Sebastian Bach devanaban ovillos en la conciencia, así mismo algunas sinfonías de Beethoven o los cuartetos de violines de Mozart. En un punto, lo escrito estaba imbuido en la percepción musical, y las encrucijadas o quietudes se transformaban en poemas, como luces en un laberinto.
Suele suceder que ciertos climas (en especial los adagios, la música de cámara o composiciones cinematográficas) le otorgan profundidades al poeta, entonces queda esparcir lo sonoro y darle una tonalidad al subconsciente.
Lo que me inquieta es qué tipo de lector le pudo haber pasado, al leer, el “escuchar” la música que inspiró al escritor, un poco como la escena de la ventana pintada por Castel, aquel personaje de “El túnel” de Sábato que terminó matando a la única mujer que lo comprendió.
Tal vez les haya pasado, que la canción terminaba y con el silencio el poema daba un giro, transformando los claroscuros en habitaciones llenas de luz. En esos casos el silencio otorgaba otra atmósfera, entonces podía ver una escisión que solo yo sabía, pero también, indefectiblemente, una continuación.

Le debo mucho, en un momento de mi vida, a los discos de Tori Amos, una voz que desnuda la melancolía tanto como al desgarro existencial, pude entrever una fragilidad hiriente que hacía trizas su propia desnudez, porque era lo único que tenía. Algo de lo que hice se lo debo a esa compañía, y ahora me voy a escuchar “Closer”, aquella desesperanzada obra de Joy Division, mientras espero releer a Dylan Thomas, poeta de frondosos y abstractos sedimentos musicales (huelga aclarar, el dibujo de esta entrada corresponde a un tributo a The Cure).