viernes, 26 de abril de 2024

Estos tiempos aciagos

En estos momentos, como decirlo, hay una encrucijada poblada de turbaciones que espera encontrar su anclaje, acaso un norte. 

Este atardecer es como una película ya vista, pasamos del blanco y negro al color, y del silencio al sonido, pero la historia es la misma.

en el medio, inmensas minorías que están lejos del amparo, perdidos entre la mansedumbre, inciertos y apesadumbrados.

no hay lugar para la literatura allí donde vamos, y sin embargo es en lo único que pienso.

viernes, 19 de abril de 2024

Lo no pintado


porque es ahora donde empieza lo que se tarda en completar, todos los trazos que caben en un plano sin sus límites definidos, en el que los nubarrones cubren los picos helados de las montañas acartonadas, en ese mapa invisible surcado bajo los pliegos de la infancia, cuando todas las cosas estaban por hacerse.

(sin) entramado, abrace algunas teorías, pero desde el barroquismo más vulnerable, ese que no sabe de lecturas consecuentes, ni problemas apropiados ilícitamente. Acaso el poema se transformó en relato, pero un relato autocompasivo, intervenido desde un risco desde donde era posible sostener el anclaje de la literatura.

Pero no sé cómo sigue, porque hace años que sigo jugando con un hilo rojo, para que parezca una intervención pictórica de un cuadro por hacerse, en donde creo saber en qué parte estará ubicado lo que debe conservarse, sin ovillos enredados ni cortinas de flores enteladas.

acaso lo siguiente:

dos manzanas tenuemente iluminadas, una cesta de mimbre y un escarabajo de papel glasé.

el hilo colgando de la cesta.  

viernes, 12 de abril de 2024

Lo que sigue sin resolver


Amparado en el murmullo que persiste entre los meandros y las encrucijadas, de aquello que cultivamos en el atardecer de una remembranza, donde el olvido trepa hacia un alto promontorio, solo para observar el plano sesgado de lo que aún cesa sin conciencia.

el recorrido ya trazado, la desazón con sus clavijas exhibiendo el triste laberinto del cual no encontramos salida, el balcón de otro tiempo que ha vuelto a ser pintado, el hilo amarillo que cuelga entre girasoles.

luego la lluvia, con un reflejo de rosas pálidas bajo el sol de mayo, donde parece que la luz se posa sin su sombra en el empedrado de la infancia, como si el mundo fuera a perderse al otro lado de la línea.

ocurre de vez en cuando, estos silencios iridiscentes, alguien que cruza la calle en el mismo momento que alguien abre una ventana, el murmullo de algo que se aleja, las preguntas sin resolver.

viernes, 5 de abril de 2024

El dragón que alguna vez vi

Natalicio Barragán apuró su copita de caña quemada y salió tambaleante. Ya en la calle, repitió el cotidiano milagro de atravesar con distraída placidez la avenida recorrida a esa hora de la noche por autos y colectivos enloquecidos. Y luego, como si caminara sobre la insegura cubierta de un barco en mar gruesa, bajó hacia la Dársena Sur por la calle Brandsen. Al llegar a Pedro de Mendoza, las aguas del Riachuelo, en los lugares en que reflejaba la luz de los barcos, le parecieron teñidas de sangre. Algo le impulsó a levantar los ojos, hasta que vio por encima de los mástiles un monstruo rojizo que abarcaba el cielo hasta la desembocadura del Riachuelo, donde perdía su enorme cola escamada. Se apoyó en la pared de zinc, cerró los párpados y descansó, agitado. Después de unos momentos de turbia reflexión, en que sus ideas trataban de abrirse paso en un cerebro lleno de desperdicios y yuyos, volvió a abrirlos. Y de nuevo, ahora más nítidamente, vio el dragón cubriendo el firmamento de la madrugada como una furiosa serpiente que llameaba en un abismo de tinta china…

de Abaddón, el exterminador

Alguna vez, me detuve en el comienzo de este libro de Ernesto Sábato, porque me había parecido un sugestivo recurso cinematográfico, la imagen de un borracho que se espantaba al ver un dragón arrojando fuego por las fauces de sus siete cabezas, en las nocturnas calles del Riachuelo de Buenos Aires.

Después de muchos años, al cruzarme con esta fotografía vinculada con el año nuevo chino, volví a releer estos párrafos, y la imagen ya no estaba, ahora era solo un relato, pero yo había visto el dragón…

Me pregunto si tendrá que ver, acaso por lo anacrónico del recurso narrativo, el plano que luego agregué con interrogantes propios, o si pinté en un lienzo gastado, con menos énfasis, un amanecer fulgurante, el que Sábato no tuvo necesidad de ilustrar.

Tal vez no estuve lo suficientemente sobrio.

Anteriormente me había pasado algo similar con una película, la primera impresión agregó destellos y fuegos artificiales que la obra no tenía, los héroes se transformaron en caricaturas, al paso de los años solo quedaron las canciones.

al lugar donde has sido feliz, no deberías volver nunca, dijo Joaquín Sabina.

Me pregunto si algún día volveré a leer Corazón, de Edmundo de Amicis, o Ivanhoe, del escritor escocés Walter Scott -los dos primeros libros de la infancia- porque tuvieron lugar  en un tiempo donde las calles estaban cubiertas de mariposas, en donde había noches que las ranas parecían salpicar tañidos de luz entre los charcos de agua.

esos días acaso perfectos, envueltos en una niebla amarilla, el pasto sin cortar.