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viernes, 7 de julio de 2023

El problema del barroquismo en el poema

Como decía Borges, el barroco es el estilo que exhibe y dilapida sus medios, todo era barroquismo en la adolescencia, el problema es cuando el pretexto perdura, y lo convertimos en un anagrama o en un preámbulo. Hay en esto como una melancólica exuberancia que vuelca numerosas inconexiones previamente concebidas como junturas, que moldean el contexto, para desde allí transitar renovadas trivialidades.

Prefiero el cantero gris a mitad de un pasillo, a ese jardín conceptual del cual huyen las alegorías en el estricto sentido de la sintaxis, haciendo de la fuga en verso libre un derrotero marcado por la autocompasión y la nostalgia, ese velo horizontal pintado de colores suaves, con algunos nubarrones negros, acaso un ejercicio lírico, conceptualmente minimalista, el bosquejo de los pasos reiterados que las palomas trazan en el patio del atardecer. 


sábado, 17 de octubre de 2015

Leyendo a Borges...


Me interesó este planteo de Martín Kohan en torno a los "mecanismos de intervención de los escritores tanto en la esfera pública como en la manera de construir narrativas que sobredimensionan la primera persona", tal vez porque he visto en algunos casos esa disyuntiva de venerar lo que en el fondo no se lee o se dejó de leer hace tiempo, y el ejemplo concreto recae en Borges, del cual valoraría nuevas relecturas tal vez imposibles de hallar en contextos donde las personas frecuentemente exhiben lo que viven y lo que son, o como diría Kohan "el que escribe y lo que se escribe son una y la misma cosa”.

Que el público idolatre a los escritores desde otro lugar (abordándolos por ejemplo en festivales de literatura como el reciente MALBA) no garantiza ciertamente la inmediata lectura de sus textos, volviendo al ejemplo de Borges “La admiración venerativa de su figura superaba con creces la disposición concreta a leer sus libros”, recordó Kohan, “Venerarlo y no leerlo, o venerarlo para eximirse de leerlo, llegó a ser un implícito literario.”

Acaso tengamos que recordarnos lo que subrayó el autor de Ciencias Morales, que la verdad del escritor “no está en otra parte que en su escritura”, cuya práctica nos permita abordar la pregunta que se hizo Josefina Ludmer en uno de sus tantos textos sobre crítica literaria (de donde incluso Kohan fue alumno):

¿Como salir de Borges?

jueves, 1 de agosto de 2013

Un prólogo...

Al lector

Ni edulcorado optimismo ni acérrimo pesimismo: se trataría, sí, en todo caso, de ser capaces de sostener la mirada allí, donde la incertidumbre acosa a la conciencia humana.
La acosa y la desgarra. Giannuzzi es un grande por eso y porque, como poeta, encontró la forma de expresarlo.
No a la poetización y sí a la construcción de una voz, de una poesía, que fue despojándose de colgajos líricos, a través de las distintas épocas de su desarrollo.
Giannuzzi entendió que dejar que se oyera esa voz, filtrándola por entre los barrotes del poema, era lo sustancial. Se dio, entonces, a esa aventura; la aventura de combinar palabras en pequeños dispositivos donde llegaran, como gustaba decirlo, “hasta el hueso”.
Giannuzzi sorprende siempre al plantear el dilema de la existencia en las dos o tres líneas últimas de sus poemas minimalistas.
El lector no esperaba que la pregunta por el mundo, por el tiempo, por la vida, por la muerte, quedara formulada tan abruptamente con la fuerza de una pedrada en el estanque; de una epifanía. Por la política.
El lector ha sido golpeado, y, de pronto, despierta. Su rutina de cotidianeidad ha sido rota, hecha trizas: pero ahora ve más allá de la comodidad de lo que llamaba lo real.
Giannuzzi, una y otra vez, vuelve sobre lo mismo, se interroga irónico, autosatírico, tuerce y retuerce hasta quedarse con una suerte del sentido del sinsentido; se instala en el absurdo como el hombre del subsuelo, como Celine. Pero también resuena Dante en líneas donde la potencia del concepto rompe el molde.
Giannuzzi, para decirlo de una vez, es uno de los grandes de la poesía argentina contemporánea.
El chantaje sentimental no lo contó entre sus practicantes.
Giannuzzi logró ser conciso en el terreno donde la metafísica “poética” es un tembladeral.
¿Qué más?
Giannuzzi afirmaba que era un poeta estándar, que no había innovado nada: fue sólo una palabreja, un desafío a los estúpidos fieles de la novedad.
Entre tanto estándar o no estándar influyó en buena parte de los jóvenes que escriben poesía en la actualidad: está vivo en su propia poesía y en la de ellos.

Prólogo del libro “Un arte callado” de Joaquín Giannuzzi, a cargo de Leónidas Lamborghini.

Alguna vez sostuve que la poesía no debería necesitar de prólogos que la justifiquen o comprendan, en ese sentido me había parecido esclarecedor el ejemplo de César Aira al presentar la obra poética de Osvaldo Lamborguini (poemas 1969-1985) “Edición al cuidado de César Aira”, donde deja que la obra se defienda por sí sola, empieza con un poema del autor como toda carta de presentación y solo al final del libro comparte una serie de notas intentando explicar los motivos de la obra publicada.

Citar el tema ineludiblemente conlleva un nombre propio: Jorge Luis Borges. Cada uno de sus prólogos representan una invitación al placer de la lectura, que notablemente introducía en el lector el sentido de la dicha y la curiosidad. En su “prólogo de prólogos” se puede leer lo siguiente:
El prólogo, en la triste mayoría de los casos, linda con la oratoria de sobremesa o con los panegíricos fúnebres y abunda en hipérboles irresponsables, que la lectura incrédula acepta como convenciones del género...

Sin embargo se sabe que hay prólogos no menos admirables de las páginas que dulcemente serán profanadas por el lector. Es lo que me ocurrió con la lectura del prólogo de “Un arte callado”, de Joaquín Giannuzzi, escrito por Leonidas Lamborguini. Literatura de la literatura, una introducción personal y compleja del sentido de la escritura del gran poeta argentino, aquel que le confió a Fabián Casas: “Gelman y Lamborguini son buenos poetas, yo hago lo que puedo”.


Vale la pena detenerse en este prólogo, provoca el efecto de  ir hacia el poema, y corroborar que lo leído hasta el momento es una antesala de la epifánica construcción.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Homenaje

Antes, ser incluídos en un dibujo animado significaba todo un reconocimiento, quien llegaba a ser caracterizado de ese modo en un capítulo habilitaba al homenajeado a ser considerado una celebridad, alguien que trasciende su tiempo, una suerte de ícono o símbolo cultural. Hoy esa percepción puede suceder con google. Aquí está el homenaje a Jorge Luis Borges, a 112 años de su nacimiento. Se trata de una pieza web (un "doodle", logo especial que el buscador coloca en su página de portada), compartida en todos los dominios del mundo, que nos recuerda la obra del gran escritor.

Que no hubiera dicho Borges sobre Internet, laberinto si los hay. Probablemente nos recordaría aquella anécdota en que un periodista lo llamo desesperado porque se había borrado la entrevista en su grabador, a lo cual Jorge Luis contestó, con elegante ironía "que se embrome, nunca supe de alguien a quien lo haya traicionado una cuchara"...

viernes, 22 de abril de 2011

Lo vertical en lo horizontal


Intento devanar pensamientos desde vías paralelas donde trazar lo complementario. Entendido de este modo, las variables de las ideas se entrecruzan, no hay allí una única fuente, ciertamente el saber fluctúa mientras diversas corrientes perceptivas van hollando la estructura, que se pretende emplear para significar un desvarío.

Suelo recrearme en los esbozos de ideas que otros conjeturan, mi tarea consiste en extractar bloques de un pensamiento, separar el contenido de la matriz (con sus parámetros a cuestas), y analizar una eventual divagación desde una periferia del entendimiento.

Tratando de esquematizar, es probable trasladar ciertos conceptos literarios en relación a una problemática cultural o social, de modo que dichos conceptos puedan ser comprendidos a través de una estructura arborescente, resignificando los eventuales alcances. Para esto es preciso tejer un diagrama mental que nos permita abordar la idea primaria.

Se necesita licuar componentes interrelacionados, ejercer un pensamiento crítico.

Es allí que un concepto literario puede cobrar otro significado en este espacio de jardines que se bifurcan, asociados necesariamente con planos en apariencia inconexos.

Se puede incluso desde anacrónicas comparaciones forjar ecuaciones sutiles.

Veamos entonces el ejemplo de la Comedia de Dante: para abordar el poema puede resultar válido desandar previamente otros senderos literarios, salvo que prevalezca en el lector el deseo de penetrar el frondoso bosque sin ningún tipo de guía. Para quien esto escribe, leer los nueve ensayos dantescos de Borges ha clarificado cierta comprensión oscura del poema. De hecho, las ediciones posteriores de la Comedia han contado con cita de fuentes para situar a un posible lector en el contexto histórico, social y teológico del poema.

Incluso Borges, con su escritura del Aleph, ofrece una relectura de la comedia, y tal vez más aún, una comprensión anacrónica del espacio virtual de la Web, cuyos documentos suelen estar trazados por hipervínculos a diferentes tipos de soportes. De este modo se fomenta una conectividad, desde lo digital y electrónico, que acaso antes era propiciada en el laberinto de una biblioteca, entre libros, extensas enciclopedias y manuscritos varios.

Es allí que, intentando devanar lo enhebrado, sea posible, desde lo fragmentario, producir nuevos sentidos si se los interpreta fuera del plano donde se abreva lo candente de la idea original. Probablemente la tarea consista en poblar con imágenes los márgenes del plano descubierto, entender desde esa deconstrucción.

Y si acaso nos extraviáramos en los fragmentos, y uniéramos los pedazos del único cristal (trozos que en esencia representan una verticalidad extractada de bloques mutilados), se podría estar frente a un mosaico horizontal que oculta en su superficie el supuesto entramado de las ideas verticales.

Se sabe, o se supone, que el cosmos tiene su antagonismo en el caos, que precisa ocultar para establecer un control horizontal del pensamiento.

Todo lo que está fuera de este murmuro, son conceptos candentes invisibles al sistema.


martes, 23 de febrero de 2010

Lo dado...

La historia prosigue bajo el pliego de una disonancia, el iridiscente canto no encuentra su puente, el cuerpo proyecta su sombra y es lo único que se aleja.

Hace poco leí un interesante artículo en torno a la escritura de Alejandra Pizarnik y su imposibilidad de escribir una novela. Probablemente se trate de una especie de martirio para ciertos escritores, la necesidad de incursionar en diversos géneros literarios y no poder hacerlo, la búsqueda de otro tono que permita alcanzar, junto con el éxtasis, una suerte de verdad y de consuelo, acaso recoger verduras luego de haber cultivado viñedos.

Con la escritura de Jorge Luis Borges tengo una desvergonzada conjetura, yo creo que supo -tuvo que saber-, que con los poemas publicados en su juventud (sus primeros libros de poesía) no había logrado el impacto que tal vez esperaba, tanto en la crítica como en el ámbito intelectual de su época, y probablemente, merced a esta percepción, haya evaluado, tal vez con cierta tristeza, dirigir sus esfuerzos hacia otras orillas, como finalmente ocurrió con sus cuentos y su narrativa.

Fabián Casas ubica en el esquivo terreno amoroso la irrupción del mejor Borges, luego de haber asistido a una velada de la mano de Norah Lange, quien finalmente se retiró de la fiesta, pero esta vez de la mano de Oliverio Girondo, enemigo estético del autor del Aleph. Casas conjetura que a partir de esta infeliz decepción nace el mejor Borges conocido. Otros citan el famoso corte con el batiente de una ventana, que lo tuvo con una septicemia al borde de la muerte, y en donde su madre diría luego que “algo cambió en su cerebro desde entonces” situando el comienzo de sus cuentos fantásticos.

Sin embargo, hay una anécdota de Borges con un taxista quien, con lágrimas en los ojos, se negó a cobrarle el viaje, Borges advirtió esto con su acompañante y comentó lo siguiente: “que raro que la gente tenga estos sentimientos hacia mí, será porque soy viejo, ciego y poeta”.

De algún modo, “Los conjurados” cierra el círculo tal como Borges lo hubiera querido, despidiéndose como un poeta. Luego la historia prosiguió.

Para Pizarnik, la poesía era lo dado, solía decir que no era ella quien la escribía, y, según lo explica Tamara Kamenszain [Revista Ñ, 20/2/2010 página 19] “el sufrimiento no consistía tanto en no poder hacerla sino en no poder sacársela de encima. Ella quería liberarse, con la prosa, de ese lastre retórico que la poesía suele acarrear”.

Vayan las razones en medio de lo calcinado.