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sábado, 23 de septiembre de 2023

Un día en Harar


La imagen supuestamente le pertenece al vidente Arthur Rimbaud, mientras deambulaba en las estrechas calles de Harar, al este de Abisinia, actualmente conocida como Etiopía. Inquieta preguntarse cómo habrá sido ese día, en aquella ciudad amurallada, en que el poeta de las iluminaciones se detuvo para fotografiar a los lugareños, de túnicas blancas y pies descalzos. Si acaso después de capturar aquel instante, se haya perdido entre el gentío, dejando que el destino lo marque, entre pasillos sin flores y paredes de barro.

La palabra experiencia cobra con Rimbaud ribetes abrumadores.

jueves, 24 de diciembre de 2015

Las vocales de Rimbaud


Soneto de las vocales, de Iluminaciones

" A negra, E blanca, Y roja, U verde, O azul: vocales, 
algún día diré vuestro origen secreto;  A, negro corsé velludo de moscas relucientes 
que se agitan en torno de fetideces crueles, 
golfos de sombra; E, candor de nieblas y de tiendas, 
lanzas de glaciar fiero, reyes blancos, escalofríos de umbelas; 
I, púrpura, sangre, esputo, reír de labios bellos 
en cóleras terribles o embriagueces sensuales; 
U, ciclos, vibraciones divinas de los mares verduscos, 
paz de campo sembrado de animales, paz de arrugas 
que la alquimia imprimió en las frentes profundas; 
O supremo clarín de estridencias extrañas, 
silencio atravesado de Angeles y de Mundos; 
O, la Omega, el reflejo violeta de sus Ojos! "

Arthur Rimbaud

Hace unos días, ingresando en la página Web de Sociedad Lunar, me encontré con un libro de Belén Gache, publicado en 2006, entre las imágenes, hubo una que me llamó la atención, un procesador de texto con las vocales coloreadas tal como las contempló Rimbaud en vida (entre las teorías figura la posible sinestesia del genial escritor), si fuera cierto, si es así como el poeta francés veía su escritura, “ver” este texto es algo parecido a un consuelo.

¿Cuándo iremos a adorar –los primeros– la Navidad sobre la tierra?

Leer las palabras según las leía Rimbaud, feliz modo de mendigar sobre la alquimia del verbo.

sábado, 12 de julio de 2014

Juventud


Las voces instructivas exiliadas...La ingenuidad física amargamente sosegada...Adagio !Ah!, el egoísmo infinito de la adolescencia, el optimismo estudioso! !Cómo estaba el mundo lleno de flores ese verano! Los aires y las formas agonizantes...!Un coro, para calmar la impotencia y la ausencia! Un coro de vidrios de melodías nocturnas...En efecto, los nervios pronto van a fallar.

Juventud (Parte III) de las Iluminaciones, Arthur Rimbaud

Elijo el texto al azar, algo que está por ocurrir, una vista leve al entorno invisible, el vidente atravesando un campo de flores, la calma que antecede lo inextricable, el coro que destroza lo aparente, menos una certeza que un deseo del poeta, la nada que finalmente ocurre, y todavía en la vida!

sábado, 14 de junio de 2014

Sobre la otredad


Leyendo “Los signos en rotación” del mexicano Octavio Paz, me llamó la atención el concepto de otredad, devanado críticamente en un ensayo que cultiva reflexiones en torno a la poesía, bajo un carácter filosófico. Sobre este concepto dice el autor de Libertad bajo palabra:

"Para Rimbaud el nuevo poeta crearía un lenguaje universal, del alma para el alma, que en lugar de ritmar la acción la anunciaría", y luego "La novedad de la poesía, dice Rimbaud, no está en las ideas ni en las formas, sino en su capacidad de definir la quantité d'inconnu s'eveillant en son temps dans l'ame universelle (El poeta definirá la cantidad de desconocido despertándose en su tiempo, en el alma universal). Para el escritor mexicano este concepto es "ante todo percepción simultánea de que somos otros sin dejar de ser lo que somos y que, sin cesar de estar donde estamos, nuestro verdadero ser está en otra parte. Somos otra parte" (es evidente advertir similitudes con el concepto rimbaudiano "yo es otro"), por otro lado para Octavio Paz la imagen poética es la otredad, para luego remarcar "La imaginación poética no es invención sino descubrimiento de la presencia

Descubrimiento de la presencia. Descorrer el velo de lo que acaso se circunscribe como una entidad invisible. El otro que apenas trasunta lo que ocurre, y de paso, un correlato: "El tiempo del poeta: vivir al día; y vivirlo, simultáneamente, de dos maneras contradictorias: como si fuese inacabable y como si fuese acabar ahora mismo".

Octavio Paz asevera que "la verdadera vida no se opone ni a la vida cotidiana ni a la heroica; es la percepción del relampagueo de la otredad en cualquiera de nuestros actos, sin excluir a los más nimios". Como registrar dicho relámpago en la bóveda de nuestras extensas circunvoluciones, en que momento el otro, el que es mientras ve, descubre a su vez la negación de lo negado.

La poesía se niega a sí misma y a la vez “es lo que queda y nos consuela, la conciencia de la ausencia". El acto duplicado ofrece su poema y la descripción de lo creado, se trata de enfoques críticos no muy frecuentes pero venturosos, ya decía Baudelaire que todo poeta esconde un crítico detrás, y que difícilmente ocurra al revés con los críticos literarios. Parecen los dichos de un profeta intentando descifrar el caos aparente, creo que en el fondo todos anhelamos eso: descubrir un orden en el cual depositar la simbólica e inexistente ecuación de la otredad.

sábado, 7 de junio de 2014

Nieve en el gotardo


Hay tormenta de nieve en el Gotardo. Los viajeros apenas pueden caminar, hace horas que no ven sus rodillas, se dan ánimo con gritos, no lo saben pero están yendo sobre una ruta, hay postes teléfonicos a los costados, pero no pueden advertir la orientación. Todo es ofuscamiento blanco. Se escuchan exclamaciones en varios idiomas; italiano, francés, alemán, por momentos la cuesta es escarpada, los errantes desharrapados parecen sombras llenas de estalactitas, tienen las orejas desgarradas, el aliento mudo. Se detienen para beber un cuenco de agua salada. Siguen la marcha, se hunden hasta las costillas, desfallecen y vuelven a brincar, una zambullida, los hombros tiesos, la garganta hinchada. Ven un caballo detenido casi cubierto de nieve, la ruta se pierde, los árboles ya no tienen sus troncos visibles, apenas ramas negras y hojas blancas. Finalmente aparece una sombra detrás de una excavación: es el hospicio del Gotardo, un establecimiento civil y hospitalario subvencionado por el gobierno, cuya función es asistir a todo aquel que no pueda continuar por el clima. Los viajeros se reúnen, van llegando en grupos, celebran seguir vivos, los espera una ración de pan, queso y un plato de sopa caliente, luego algún vino o aguardiente, a los costados hay perros amarillos que todos acarician, llegan otros medio invisibles a la casona de piedra y pinos, por la tarde duermen en camastros duros, mal abrigados, sin embargo se escuchan cánticos de alegría. Entre los muertos hay un joven con la mirada perdida, se cubre con una manta, toma su copa de aguardiente, con el alba piensa en bordear el valle en bajada desde la montaña, lo espera un tren, y después, algún destino. Dicen que lleva suelas de viento. Se llama Arthur Rimbaud.

sábado, 11 de mayo de 2013

El corazón robado de Rimbaud


...mi triste corazón babea por la popa.
Mi corazón lleno de tabaco caporal:
Le tiran dentro chorros de sopa.
Mi triste corazón babea por la popa:
Bajo las pullas de la tropa
Que lanza una risa general,
Mi triste corazón babea por la popa,
¡mi corazón lleno de tabaco caporal!...

Arthur Rimbaud escribió este poema a los 17 años, para Jaime James, autor del ensayo “Rimbaud en Java: el viaje perdido”, se trata de una obra maestra temprana, ciertamamente a muchos lectores se les puede obviar el trasfondo del poema de no ser por las investigaciones del ensayista, vayamos a una segunda lectura luego de entender esto: el original francés utiliza algunas palabras inusuales, por ejemplo en el segundo verso, Mon coeur couvert de caporal , se traduce caporal como tabaco caporal, pero si se busca en el diccionario se encontrará que la palabra significa cabo, Rimbaud la utiliza haciendo entender el tabaco que se les daba a los cabos en el ejército. En el contexto de chorros de sopa, también puede significar saliva llena de tabaco, escupida sobre el poeta por los marineros que lo mastican.
Para Jaime James la segunda estrofa puede dejarse directamente sin traducir:

Ithyphalliques et pioupiesques,
Leurs insultes l’iont dépravé!
Au gouvernail on voit des fresques
Ithyphalliques et pioupiesques.
O flots abracadabrantesques.
Prenez mon coeur, qui’il soit sauvé!
Ithyphalliques et pioupiesques,
Leurs insultes l’iont dépravé!

Según lo reseña el autor, Ithyphalliques figura en el diccionario; describe unas efigies de falos erectos que se usaban en las bacanales de la antigua Grecia, palabra que resulta apropiada para las crueles mofas de los marineros que atormentan al poeta, sin embargo no figura abracadabrantesques ni tampoco  pioupiesques. Un piopiou es un soldado muy joven, otra palabra militar. Así las mofas de los soldados, priápicas y marciales, han pervertido el corazón del poeta. Del mismo modo, el poeta se dirige a las olas del mar, como abracadabras, pidiéndoles que tomen su corazón y lo purifiquen, pero el último verso de la estrofa sugiere que el corazón del poeta nunca volverá a ser puro:

Cuando hayan terminado de mascar sus bolos
¿qué vamos a hacer, oh, corazón robado?
Habrá refranes báquicos.
Cuando hayan terminado de mascar sus bolos,
Tendré sobresaltos estomáquicos
Si se tragan mi triste corazón;
Cuando hayan terminado de mascar sus bolos,
¿qué vamos a hacer, oh, corazón robado?

El poema termina en el medio de la escena. El corazón del poeta, cubierto de tabaco y montones de sopa, pervertido por insultos obscenos, aguarda los hipos báquicos que comenzarán cuando los marineros terminen de mascar su tabaco.

Lo que viene ahora endurece el sentido del poema. Rimbaud escribió el poema luego de ir a pie desde Charleville a París en 1871, para la época de la Comuna. Deambuló por las violentas calles sin un centavo. Según Izambard (amigo de Rimbaud), el poeta fue llevado por soldados a las barracas de la Rue de Babylone donde (se supone) fue violado. Esta leyenda explica no solo las alusiones militares y sexuales del poema, sino también la sensación de afrenta, de bofetada espiritual y humana.
Cuando le envió el poema a Izambard advirtió que el texto “no significa nada”.

Ante la posible realidad de los hechos, el poema queda al desnudo, sin resolución, dejándonos una sensación de orfandad, es el corazón robado del poeta, el que ya no es posible reparar. Debo decir que la lectura posterior no me fue indiferente, volví atrás en el poema y ya no fue lo mismo leer el comienzo:

...mi triste corazón babea por la popa.
Mi corazón lleno de tabaco caporal:
Le tiran dentro chorros de sopa.

Mi triste corazón babea por la popa...

Fuente: Rimbaud en Java: el viaje perdido / Jaime James. Buenos Aires: La Bestia Equilátera, 2013.

sábado, 16 de julio de 2011

Lo inaudito de lo creado


Tal vez no se pueda plantear la pregunta ¿Qué es la filosofía? hasta tarde, cuando llegan la vejez y la hora de hablar concretamente. De hecho, la bibliografía es muy escasa. Se trata de una pregunta que nos planteamos con moderada inquietud, a medianoche, cuando ya no queda nada por preguntar. Antes la planteábamos, no dejábamos de plantearla, pero de un modo demasiado indirecto u oblicuo, demasiado artificial, demasiado abstracto, y, más que absorbidos por ella, la exponíamos, la dominábamos sobrevolándola. No estábamos suficientemente sobrios. Teníamos demasiadas ganas de ponernos a filosofar y, salvo como ejercicio de estilo, no nos planteábamos qué era la filosofía; no habíamos alcanzado ese grado de no estilo en el que por fin se puede decir: ¿pero qué era eso, lo que he estado haciendo durante toda mi vida? A veces ocurre que la vejez otorga, no una juventud eterna, sino una libertad soberana, una necesidad pura en la que se goza de un momento de gracia entre la vida y la muerte, y en el que todas las piezas de la máquina encajan para enviar un mensaje hacia el futuro que atraviesa las épocas...

Gilles Deleuze y Felix Guattari. ¿Qué es la filosofía?

Cada tanto me recuerdo estas palabras, prólogo de un libro que motivó, más que ningún otro, un disparador constante hacia las articulaciones del pensamiento con respecto a los extraños procesos de creación literaria. Leer a Deleuze significó comprender, de modo arborescente, lo inaudito del poema, el misterio de lo creado. Esto viene a cuento por un intercambio de mensajes con un viejo amigo, arquitecto y filósofo, sobre lo que significa “crear” en la poesía. Me comenta que el concepto del verbo roza el misterio, crear no es fabricar. Se fabrica a partir de una materia prima, pero se crea a partir de la nada, y la nada es misterio. La nada NO ES. Pero desde allí el creador, sea cual sea su arte, genera algo que SI ES: un poema, una partitura, una pintura.

Retrotraerse al concepto desde el punto de vista histórico y/o teológico nos habilitaría para mencionar la Biblia, donde la “creación” no es ni más ni menos que la “obra de Dios”, todo cuanto nos rodea. Cuando se dice que el poeta crea, se está en cierto modo re-significando esa tarea primaria, tan antigua como indeleble, reducida tal vez a los parámetros artísticos, pero que encierran una complejidad tal, que las palabras son meros ornamentos para intentar desbrozar su misterioso significado. La nada NO ES, esto es muy cierto. Así que, cuando el poeta crea, la nada es como un velo que se descorre, y se "descubre", o se "ve", lo que antes era apariencia de no ser. Después, eso que ve, el poeta lo arroja, deja de pertenecerle, pero su quintaesencia la ha cifrado subjetivamente, luego la ha palpado, finalmente la construye. Como el pavo real segundos después de perderse en la espesura.

Entonces aquí aparecería Rimbaud repitiendo aquella famosa carta del vidente, recordándonos que más allá de lo que pase después, luego de haber alcanzado lo desconocido y, aunque enloquecido, acabara por perder la inteligencia de sus visiones, el poeta no dejaría de haber visto el relámpago, y lo demás que reviente en lo inaudito e innombrable, vendrán otros horribles trabajadores a posarse en el horizonte de lo creado.

Si todo era la NADA, y el poeta pudo ver lo imbricado en esa nada, tiestos o componente de un plano mayor ¿Qué puede significar a la luz de lo acontecido? Que tal vez haya que detenerse en lo aparente, detenerse en lo que ocurre, como un simple objeto que sin embargo tendrá un mundo detrás: grietas, silencios, ciclos de tiempo, oscuridad, raíz, murmullos…
El poeta intentará con la palabra habitar esa entidad, si tal cosa es posible.
Tan inexplicable como la metamorfosis de la oruga en mariposa, un tránsito desplegado desde lo inaudito, escondiendo un misterio que va más allá de toda lógica, y que sin embargo, como la poesía, también ocurre.

Encontrar consuelo en un abrevadero, asombro que ha de callarse, un silencio que por alguna razón, desde hace siglos, necesitamos profanar, irremediablemente, con la palabra escrita.

Así el poeta utiliza la palabra, luego de haber visto.
Entonces nace, lo que ocurre...

sábado, 4 de junio de 2011

Cartas de Rimbaud

La vida es así y la soledad es mala cosa aquí abajo. Lamento no estar casado y tener una familia. Pero en el presente, estoy condenado a vagar, aferrado a una lejana empresa, y todos los días pierdo el gusto por el clima y aún por la lengua de Europa.  Ay ¿De qué me servirán estas idas y venidas, estas fatigas y aventuras entre razas extrañas, y estas lenguas que no pueden ocupar un lugar en la memoria, y estas penas sin nombre, si no podré, algún día, reposar en un sitio que me guste y hallar una familia, y tener al menos un hijo al que pueda educar el resto de mi vida de acuerdo a mis ideas, para honrarlo y armarlo con la educación más completa que pueda alcanzarse en esta época, y que pueda verlo convertirse en un ingeniero renombrado, un hombre poderoso y enriquecido por la ciencia?".

Me hablan de novedades políticas ¡Si supieran que indiferente estoy a todo eso! Desde hace años que no toco un diario. Hoy todos esos debates me resultan incomprensibles. Como los musulmanes, sé que lo que tenga que pasar, pasará, y eso es todo.

                                                           Harar, 6 de mayo de 1883

Esto lo escribió Arthur Rimbaud, una carta dirigida a su madre y a su hermana, vaya a saberse si dentro de algún hoyo de cal, mientras esperaba culminar su faena diaria, embalando café en condiciones miserables. Si Rimbaud hubiera podido cumplir su deseo de vivir de rentas y disfrutar lo que quedase una vida tranquila ¿Qué cosas no hubiera aportado, probablemente con una mirada aguda e irónica de su propia existencia, tal vez desaprendida del irreverente adolescente que fue, con respecto a la noción de rebeldía, su inevitable adscripción?

Creo que nos hubiera hecho cambiar de parecer, tal era su poder, o hubiéramos tenido una mirada más escéptica de nuestras orgullosas posturas juveniles, con respecto a las representaciones políticas y religiosas, las ideologías y las reflexiones que haríamos, desde el contexto de la cultura, o pertenecientes a ella, para diferenciarnos de lo que no es admisible ser teorizado o formar parte.

Es un hecho que en algún momento Rimbaud -el hombre de las suelas de viento según Verlaine- aspiró a vivir de la escritura mientras estuvo en África, procuró ser corresponsal del Temps pero fue rechazado, con lo cual no le quedó otra alternativa que seguir siendo mercader en tierras extrañas.

El vidente afirmaba en sus cartas que ya estaba demasiado acostumbrado a la vida errante y el aire gratuito, por lo que se puede intuir que su paso por la poesía fue simplemente una incursión entre tantas, que probablemente no le hubiera interesado revisar las alucinaciones del verbo y el horizonte de lo creado, analizado por el único vidente que supo darse cuenta lo que hay detrás de la frase “yo es otro".

Pienso en la tristeza de esta carta (y en la inutilidad de este escrito), la inevitable resignación a la que se embarcó siendo tan joven, nosotros que como lectores fuimos testigos de sus decisiones, de sus raptos reflexivos, de sus ásperas ensoñaciones. Que nos hubiera dicho desde ese no lugar donde transcurrieron sus años feroces. Que nos hubiera dicho después, en el polvoriento reposo de su vejez. Que hubiera pensado de los nuevos poetas que crecieron al amparo de sus fulgores, pateando las mesas de las tertulias incandescentes en su nombre, antorcha y estandarte de los nuevos ladrones de fuego, de los renovados videntes.

Hay que ser absolutamente modernos” ¡Cómo hubiera advertido los cambios y las formas de esta definición!, ilustrando nuevos modos de entender lo inaudito, aquello que ocurre mientras similares estructuras van poblando el espacio.

Creo que nos perdimos a un filósofo feroz, eso hubiera sido, alguien que de allí en más hubiera reflexionado sobre los alcances de su obra, haciendo nuevas lecturas, nuevos entrecruzamientos y encrucijadas, alguien quien, a decir de Deleuze, hubiera gritado con la filosofía.

Reitero, no tiene utilidad analizar algo que finalmente no ocurrió, porque los hechos nos han dejado testimonio que el genial poeta francés falleció en una cama de hospital, mientras escribía algo que era en sí mismo un delirio inconexo, soñando con partir en un barco ebrio hacia la nada.

Un lote: un solo diente

Un lote: dos dientes

Un lote: tres dientes

Un lote: cuatro dientes

Un lote: dos dientes

...envíeme el precio de los servicios que van de Aphinar a Suez. Estoy completamente paralizado: por lo tanto deseo hallarme cuanto antes a bordo. Dígame a qué hora debo ser transportado...

Un día después de dictar esta carta a su hermana Isabelle, destinada al director de las mensajerías marítimas, el 10 de noviembre de 1891, a las diez de la mañana, moría Rimbaud a los 37 años.

Tengo la idea que Rimbaud volvió al día en que su barco de papel estaba quieto en el estanque. Es una imagen del niño que ya estaba muerto, nada mas que eso.

Bibliografía consultada: El nómade: cartas de Jean Arthur Rimbaud en Abisinia / Jorge Monteleone. EN: Abyssinia: revista de poesía y poética / Eudeba, Universidad de Buenos Aires, noviembre de 1999. P.157-178

domingo, 29 de mayo de 2011

Los tambores del desierto

Me atrae el exotismo, utilizar este verbo es incongruente, hay algo que tiene que ver con un más allá que arroja su viento a los castillos de arena del entendimiento, algo que se hace carne y sombra, contemplándome en la escritura que intenta retener una brisa, donde cruzan las palabras en los vaivenes de la memoria.

Leí recientemente de un buscador de historias (no recuerdo ahora su nombre) que recorre con su cámara y su mochila los rincones más remotos del planeta, cuenta que estuvo en el tren de hierro, aquel que cruza buena parte del Sahara, en Mauritania, profanando el desierto como una daga, donde los viajeros deben convivir en penumbras, con velas pálidas y tambores gastados por el tiempo. De haber estado allí, hubiese querido guardar el sonido hipnótico de los saharauis que parecen imbricar las marcas de los médanos bajo la forma de plegarias. Creo escuchar esa música del desierto, creo ver lo amarillento oxidarse entre tempestades de arena, buscando un lugar para soportar un tiempo exiguo, de metales pesados que aplastan el largo camino sin sed.

Parece que todas las noches son largas, lo herrumbroso fatiga los rieles cansados, haciendo crujir soledades y silencios. Entonces siento que solo allí, en medio de la metafísica más absoluta e inconcebible que se pueda imaginar, tenga verdadero sentido ejecutar esos tambores, significando un estado de trance, de comunión, por formar parte de algo que va más allá de toda comprensión.

Esto me recuerda otras instancias, la de quienes, al son de las percusiones, recitan sus versos recurriendo a la memoria. De alguna manera ha sido testimoniado por Arthur Rimbaud en una de sus cartas, mientras se abría camino en el África profunda, mediante la redacción de un informe geográfico publicado en 1884 por la Sociedad de Geografía.

Se trata de la “Relación sobre el Ogaden” donde el poeta francés, que si bien abandona la literatura pero no así la escritura, refiere sobre algunos herreros ogadinos que “deambulan entre las tribus, fabricando hierros para lanzas y puñales. En su comarca, estos hombres no conocieron, al parecer, ningún mineral”.

Sobre estas tierras de hierbas altas, con zonas pedregosas recorridas por exploradores y aventureros, Rimbaud testimonió como pocos sobre aquellos hombres. Por lo general se trataba de “musulmanes fanáticos. Cada campamento tiene su Imán, que canta la oración en las horas debidas. En cada tribu se encuentran los wodads (letrados); conocen el Corán y la escritura árabe y son poetas improvisadores”.

No hay que olvidar que el escenario de las actividades de Rimbaud en Abisinia es el del colonialismo de las potencias europeas y el de los conflictos políticos internos entre las etnias. Tensiones que modifican y dirigen su actividad en aquellos años.

Estuve allí, desde aquí, donde intento arrojar estas naderías.

Bibliografía consultada: 

El nómade: cartas de Jean Arthur Rimbaud en Abisinia / Jorge Monteleone. Buenos Aires : Adriana Hidalgo Editora

Abyssinia: revista de poesía y poética / Eudeba, Universidad de Buenos Aires, noviembre de 1999.


sábado, 19 de diciembre de 2009

Conjeturas sobre videntes

Si lo que trae de allá tiene forma, él da la forma…”

Algo así escribió Arthur Rimbaud en su famosa carta del vidente.

¿Qué quiso decir?

¿Que si el vidente alumbra la forma, porque le ha sido dado ver, el poeta entonces recoge esa representación, porque le ha sido dado verbalizarla?

Si el poeta trae lo que ve, y no hay en ese trance una decodificación, una tarea de “traducir” lo que ve, el poeta estaría ofreciendo tinieblas de esos recónditos inhabitados por el hombre.

Estaría fijando ese vértigo haciendo un trato con la belleza, la misma que será convertida en fósil para la posteridad.

Esto no siempre es así.

A veces esos versos se cantan, y provocan con su evocación que legiones de poemas se disparen como flechas hacia pantanos desconocidos.

Versos que de algún modo conservan la mohosa hierba del fangal donde nadaron sus videntes.

Astillas de la madera hundidas en la uña del poema, algo que permanece, algo que es…

Algunos de esos poemas han sido conjeturas de penumbras, algunos de esos versos ardieron como braseros en los ebrios corazones.

Leerlo a Rimbaud conlleva esa evidente paradoja.


lunes, 19 de octubre de 2009

El tiempo

El tiempo que pasa, predestinado a cumplir rigurosas cronologías, a enmendar fragorosas profecías urdidas en dogmáticas sentencias, a cubrir con el manto del olvido los pies fríos de la nostalgia.

Alguna vez no fue así, el tiempo no importaba, “pero recuerdo cuando éramos jóvenes” cantó alguna vez Ian Curtis.

Entonces contemplaba un barquito de papel flotando en un estanque, el sordo silencio de la tarde y la brisa tenue, apenas perceptible...

Un sol blanquísimo en la infancia que aletarga la tibieza del atardecer, como quien traza un puente en el crepúsculo de una existencia.

Eso sería el tiempo.

Solemos agregarles años a esas lloviznas

y lo único que ciertamente anhelamos es estar en casa.

Traigo a la memoria aquel barco ebrio de Rimbaud...

Si yo deseo un agua de Europa, es la de la charca

negra y fría donde hacia el crepúsculo embalsamado

un niño en cuclillas lleno de tristezas, suelta

un barco frágil como una mariposa de mayo.

Yo ya no puedo, bañado por vuestras languideces,

oh olas, seguir la estela de los cargueros de algodones,

ni atravesar el orgullo de las banderas y los gallardetes,

ni nadar bajo los horribles ojos de los pontones.


jueves, 3 de septiembre de 2009

La carta del vidente


¿Por qué no admitir que una gallina ponga un trasatlántico, si creemos en la existencia de Rimbaud, sabio, vidente y poeta a los 12 años?
Oliverio Girondo

he resuelto darle una hora de nueva literatura…”
Así comenzaba Arthur Rimbaud su célebre carta del vidente, dirigida ha Paul Demeney el 15 de mayo de 1871 en Charleville, Francia.
Aún me sigue asombrando que esta carta –terrible por lo inaudita, proverbialmente soberbia– arrojó al vacío un pensamiento en estado de verdadera eclosión.
La carta comienza por un análisis severo injuriando aquellas acciones que enmohecieron la poesía, legitimando en el porvenir de la literatura la antigua poesía griega. Luego defenestra, ahorrándonos con su escupida perder el tiempo en saborear eventuales fósiles, un listado de autores correspondientes al movimiento romántico. Creo que es preciso detenerse en este apartado, Rimbaud asevera que no se ha juzgado nunca de modo correcto al romanticismo, la vara analítica que utilizó se encontró imbuida de un carácter dogmático simbolizado en la frase “yo es otro” (interesante el ardiente contexto subjetivo, desestimando con soberbia el paradigma del hombre no cultivado que intenta vanamente utilizar un discernimiento académico en torno a una estética literaria). Posteriormente mencionará en el texto una de las célebres frases que reforzará lo anteriormente planteado:
digo que es preciso ser vidente, hacerse vidente…”
En todo este asunto es inevitable el propio conocimiento interior ¿cuántas veces, al leer la inmortal frase heredada por Sócrates “conócete a ti mismo” nos hemos detenido a medir conscientemente el alcance de nuestra alma? “palpar el alma, comprenderla, cultivarla” es evidente que el poeta lo ha logrado, su obra hubiera sido imposible de no haber descendido hasta lo profundo de su propio infierno, en ese sentido, la traducción francesa fortalece la penumbra de este pensamiento: Une Saison en enfer significa “una temporada en infierno” que es algo así como decir una temporada “en estado de infierno”, el artículo agregado en traducciones posteriores fortaleció la idea de lugar pero probablemente le quitó significado.
Sigo. Luego de un intervalo un segundo salmo intercalado en el texto y allí otra idea candente “el poeta es realmente un ladrón de fuego”. Si involucráramos en el análisis las ideas de Heráclito podríamos vincular una mutación entre lo creado y lo “robado”, del fuego se crea lo uniforme si lo que el poeta trae desde algún tránsito es uniforme, estas lucubraciones son relevantes en el proceso de creación, originan un vórtice calcinado desde donde surge lo que no se comprende.
Pero veamos lo que sigue: “esperando esto solicitaremos a los poetas lo nuevo, ideas y formas”.
Aquí me detengo.
No puedo ni pretendo abarcar otros subterfugios de la literatura, me basta este, escrito por un adolescente francés en pleno siglo XIX. Feroz y amargo trago que le corresponde beber a la poesía:
!ser videntes! y que reviente en su salto lo que no se nombra.
A veces hemos profanado sin culpa los arrebatos del horizonte poético, y al encontrar incomprensión sepultamos con tristeza nuestras herméticas ilusiones ¿lo hemos desbrozado? ¿lo hemos razonado entre los miles de blogs que arden apagados y dispersos por el mundo?
Sabemos quienes de nosotros ha hecho un Rolla, quien ha escrito un Rolla, esto es perceptible de comprobar en el mundo académico, vale decir que algunos probablemente hayan muerto al hacerlo, solo que no se han dado cuenta: "escribiendo visiones detrás de la gasa de las cortinas", esto sigue sucediendo: generaciones idiotas alimentando el fuego de una creación que no se comprende más allá de afirmar cuán "profunda" y "oscura" resulta la obra, haciendo relecturas de viejos esqueletos acumulados en los rincones de las antologías literarias...
La lectura consciente de esta carta de Rimbaud provoca esta eclosión en la mirada, me evade de una realidad calcinada arrastrándome donde no sé qué hallar. Sobre el final de la carta declama nuevamente: "las invenciones de lo desconocido reclaman formas nuevas".
¿Qué ha sido de los poetas simbolistas? algunos han llegado hasta lo inaudito, observaron con desprecio las corrientes literarias y los análisis académicos, se dejaron caer donde moraba lo inabarcado y lo caótico pero pocos como Rimbaud inventaron lo desconocido. He ahí un postulado: conocer el alma y cultivarla, irrumpir desde lo despedazado, hallar lo que no se comprende (no por nada lo reitero, siempre volveré a este recóndito abandonado a comer de los mendrugos, y sin embargo me extasiaré).
¿Hemos visto desde entonces formas nuevas? ¿las hemos hilvanado?.
Hacia allí quiero llevar mis pies descalzos, y hago mías sus palabras finales:
"Así, yo trabajo para volverme un vidente, y terminemos todos por un canto piadoso".

jueves, 4 de junio de 2009

Rimbaud

“No he hecho el mal, los días me serán ligeros, el arrepentimiento me será ahorrado”

 Hago una deconstrucción de lo aparente, edito sobre lo editado y todo por suponer que puedo opinar en torno a Arthur Rimbaud. Ahora es de noche, y lo único con lo que cuento es con el mero artificio de la palabra, discernir sobre su obra, lo que intentó decir, aquello que hizo en África…

Eliseo Subiela dijo alguna vez que filmaba preguntas, es acertado concebir de este modo todo intento artístico que consiste en desmenuzar un tránsito, allí donde la subjetividad de un vidente trasunta lo arrancado de todo hecho estético, para tornar literatura el trasfondo del alma humana.

Solo tengo interrogantes, desvaríos e inevitables puntos suspensivos para intentar siquiera conjeturar lo inaudito de este poeta, su poderosa videncia profética: “volveré con los miembros de hierro, la piel sombría, el ojo furioso: se me juzgará, por mi máscara, de raza fuerte. Tendré oro: seré ocioso y brutal. Las mujeres cuidan esos atroces inválidos a la vuelta de los países cálidos”…

Nunca podré alcanzar el atardecer en el cual se posó, lejos en su infancia, la vez que contempló hasta el éxtasis un barquito de papel en un estanque, aquel barco ebrio que deslumbraría a Verlaine. Me detengo en este hecho, ya que algunos han proferido que en aquel estanque se originó el vórtice de su infierno, el que lo llevó a lo hondo y a lo oculto. Estoy hablando de un hecho circunstancial, y formulando un desvarío, pero creo, mientras el delirio ganaba terreno y su voluntad lentamente declinaba en un hospital de Marsella, que probablemente aquel barco en aquella agua quieta lo haya visitado, y juntos emprendieron el último viaje, como el titiritero con su oscuro títere, quien sabe.

Este poeta, a fines del siglo XIX, en algún rincón de Francia, ha visto lo que nosotros creímos ver. Aquel que profería aullidos seguirá partiendo en dos a la poesía, cada vez que alguien se tome el absurdo trabajo de analizar lo que hizo, de intentar vanamente comprenderlo, aquel que le ha sido lícito poseer la verdad en un alma y un cuerpo.