jueves, 28 de julio de 2011
Versos de un poema
Del monte en la ladera,
por mi mano plantado, tengo un huerto,
que con la primavera
de bella flor cubierto
ya muestra en esperanza el fruto cierto.
Del poema "Vida retirada", Fray Luis de León
Si el poeta hubiera escrito “en la ladera del monte” (que parecería lo más apropiado al simple entendimiento del verso), el resultado sería algo prosaico, sin sonido, lineal. Para la segunda estrofa cabe el mismo criterio, se puede invertir el orden, y sin dejar de decir lo mismo, el verso perdería fuerza.
En cambio escrito de aquel modo se percibe una musicalidad, la figura se realza sin cambiar el orden, la construcción es coloquial, se advierten resonancias y hasta silencios que no dejan de ser posibilidades que nacen del mismo texto.
A veces basta con separar las frases, para acentuar la intención, provocando la debida quietud.
Es probable que un buen ejercicio consista en leer en voz alta, una lectura que se detenga en cada palabra, derramando miel con cada verso, hasta entender de qué se trata.
sábado, 23 de julio de 2011
La luz de julio...
Creo poder afirmar que solamente un poeta puede darse cuenta de algo como esto.
Cuando lo que hay es un mundo detrás de las cosas.
jueves, 21 de julio de 2011
Calma perezosa
Ver caer las hojas del jardín, una a una, hasta tocar el suelo, sentir el sonido de lo que cae, mientras la tarde va declinando en tonos ocres y pasteles, una instancia que se advierte con el detenimiento, una captación de lo bucólico, la inaudible afonía de las cosas.
Darme cuenta, con el acto, del paso del tiempo, porque todo esto necesariamente se debe transformar en algo, para que los ciclos se cumplan en los tiempos debidos, para que lo que duerme vuelva a renacer.
Las hojas caen, es un hecho, lo nuevo empieza otra vez.
Vaya a saberse porque pensé en aquello plausible de ser creado, mientras esta nimiedad ocurre, sin que haya testimonio ni asombro, solo perplejidad y silencio.
Una a una, las hojas en blanco caen al suelo. Lo no escrito. Lo no auscultado.
Nunca me olvidaré de este atardecer.
sábado, 16 de julio de 2011
Lo inaudito de lo creado
Tal vez no se pueda plantear la pregunta ¿Qué es la filosofía? hasta tarde, cuando llegan la vejez y la hora de hablar concretamente. De hecho, la bibliografía es muy escasa. Se trata de una pregunta que nos planteamos con moderada inquietud, a medianoche, cuando ya no queda nada por preguntar. Antes la planteábamos, no dejábamos de plantearla, pero de un modo demasiado indirecto u oblicuo, demasiado artificial, demasiado abstracto, y, más que absorbidos por ella, la exponíamos, la dominábamos sobrevolándola. No estábamos suficientemente sobrios. Teníamos demasiadas ganas de ponernos a filosofar y, salvo como ejercicio de estilo, no nos planteábamos qué era la filosofía; no habíamos alcanzado ese grado de no estilo en el que por fin se puede decir: ¿pero qué era eso, lo que he estado haciendo durante toda mi vida? A veces ocurre que la vejez otorga, no una juventud eterna, sino una libertad soberana, una necesidad pura en la que se goza de un momento de gracia entre la vida y la muerte, y en el que todas las piezas de la máquina encajan para enviar un mensaje hacia el futuro que atraviesa las épocas...
Gilles Deleuze y Felix Guattari. ¿Qué es la filosofía?
Cada tanto me recuerdo estas palabras, prólogo de un libro que motivó, más que ningún otro, un disparador constante hacia las articulaciones del pensamiento con respecto a los extraños procesos de creación literaria. Leer a Deleuze significó comprender, de modo arborescente, lo inaudito del poema, el misterio de lo creado. Esto viene a cuento por un intercambio de mensajes con un viejo amigo, arquitecto y filósofo, sobre lo que significa “crear” en la poesía. Me comenta que el concepto del verbo roza el misterio, crear no es fabricar. Se fabrica a partir de una materia prima, pero se crea a partir de la nada, y la nada es misterio. La nada NO ES. Pero desde allí el creador, sea cual sea su arte, genera algo que SI ES: un poema, una partitura, una pintura.
Retrotraerse al concepto desde el punto de vista histórico y/o teológico nos habilitaría para mencionar la Biblia, donde la “creación” no es ni más ni menos que la “obra de Dios”, todo cuanto nos rodea. Cuando se dice que el poeta crea, se está en cierto modo re-significando esa tarea primaria, tan antigua como indeleble, reducida tal vez a los parámetros artísticos, pero que encierran una complejidad tal, que las palabras son meros ornamentos para intentar desbrozar su misterioso significado. La nada NO ES, esto es muy cierto. Así que, cuando el poeta crea, la nada es como un velo que se descorre, y se "descubre", o se "ve", lo que antes era apariencia de no ser. Después, eso que ve, el poeta lo arroja, deja de pertenecerle, pero su quintaesencia la ha cifrado subjetivamente, luego la ha palpado, finalmente la construye. Como el pavo real segundos después de perderse en la espesura.
Entonces aquí aparecería Rimbaud repitiendo aquella famosa carta del vidente, recordándonos que más allá de lo que pase después, luego de haber alcanzado lo desconocido y, aunque enloquecido, acabara por perder la inteligencia de sus visiones, el poeta no dejaría de haber visto el relámpago, y lo demás que reviente en lo inaudito e innombrable, vendrán otros horribles trabajadores a posarse en el horizonte de lo creado.
Si todo era la NADA, y el poeta pudo ver lo imbricado en esa nada, tiestos o componente de un plano mayor ¿Qué puede significar a la luz de lo acontecido? Que tal vez haya que detenerse en lo aparente, detenerse en lo que ocurre, como un simple objeto que sin embargo tendrá un mundo detrás: grietas, silencios, ciclos de tiempo, oscuridad, raíz, murmullos…
El poeta intentará con la palabra habitar esa entidad, si tal cosa es posible.
Tan inexplicable como la metamorfosis de la oruga en mariposa, un tránsito desplegado desde lo inaudito, escondiendo un misterio que va más allá de toda lógica, y que sin embargo, como la poesía, también ocurre.
Encontrar consuelo en un abrevadero, asombro que ha de callarse, un silencio que por alguna razón, desde hace siglos, necesitamos profanar, irremediablemente, con la palabra escrita.
Así el poeta utiliza la palabra, luego de haber visto.
Entonces nace, lo que ocurre...
Gilles Deleuze y Felix Guattari. ¿Qué es la filosofía?
Cada tanto me recuerdo estas palabras, prólogo de un libro que motivó, más que ningún otro, un disparador constante hacia las articulaciones del pensamiento con respecto a los extraños procesos de creación literaria. Leer a Deleuze significó comprender, de modo arborescente, lo inaudito del poema, el misterio de lo creado. Esto viene a cuento por un intercambio de mensajes con un viejo amigo, arquitecto y filósofo, sobre lo que significa “crear” en la poesía. Me comenta que el concepto del verbo roza el misterio, crear no es fabricar. Se fabrica a partir de una materia prima, pero se crea a partir de la nada, y la nada es misterio. La nada NO ES. Pero desde allí el creador, sea cual sea su arte, genera algo que SI ES: un poema, una partitura, una pintura.
Retrotraerse al concepto desde el punto de vista histórico y/o teológico nos habilitaría para mencionar la Biblia, donde la “creación” no es ni más ni menos que la “obra de Dios”, todo cuanto nos rodea. Cuando se dice que el poeta crea, se está en cierto modo re-significando esa tarea primaria, tan antigua como indeleble, reducida tal vez a los parámetros artísticos, pero que encierran una complejidad tal, que las palabras son meros ornamentos para intentar desbrozar su misterioso significado. La nada NO ES, esto es muy cierto. Así que, cuando el poeta crea, la nada es como un velo que se descorre, y se "descubre", o se "ve", lo que antes era apariencia de no ser. Después, eso que ve, el poeta lo arroja, deja de pertenecerle, pero su quintaesencia la ha cifrado subjetivamente, luego la ha palpado, finalmente la construye. Como el pavo real segundos después de perderse en la espesura.
Entonces aquí aparecería Rimbaud repitiendo aquella famosa carta del vidente, recordándonos que más allá de lo que pase después, luego de haber alcanzado lo desconocido y, aunque enloquecido, acabara por perder la inteligencia de sus visiones, el poeta no dejaría de haber visto el relámpago, y lo demás que reviente en lo inaudito e innombrable, vendrán otros horribles trabajadores a posarse en el horizonte de lo creado.
Si todo era la NADA, y el poeta pudo ver lo imbricado en esa nada, tiestos o componente de un plano mayor ¿Qué puede significar a la luz de lo acontecido? Que tal vez haya que detenerse en lo aparente, detenerse en lo que ocurre, como un simple objeto que sin embargo tendrá un mundo detrás: grietas, silencios, ciclos de tiempo, oscuridad, raíz, murmullos…
El poeta intentará con la palabra habitar esa entidad, si tal cosa es posible.
Tan inexplicable como la metamorfosis de la oruga en mariposa, un tránsito desplegado desde lo inaudito, escondiendo un misterio que va más allá de toda lógica, y que sin embargo, como la poesía, también ocurre.
Encontrar consuelo en un abrevadero, asombro que ha de callarse, un silencio que por alguna razón, desde hace siglos, necesitamos profanar, irremediablemente, con la palabra escrita.
Así el poeta utiliza la palabra, luego de haber visto.
Entonces nace, lo que ocurre...
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Arthur Rimbaud,
Creación literaria,
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sábado, 9 de julio de 2011
Aquello no leído, aquello abandonado
A lo largo de la historia existieron autores cuyos libros han provocado inevitables renuncias por parte de abrumados lectores. En ocasiones sus textos han sido sobrevolados con intermitencias por parte de generaciones amedrentadas por la crítica escrita. Probablemente ciertos mitos de la literatura se correspondan con aquello que no ha sido leído con detenimiento.
Libros como el Mahabharata, epopeya mitológica de la India, considerada la obra más grande escrita en sánscrito (contiene buena parte del saber religioso de la India distribuido en 18 libros, llamados "parvan", escritos probablemente desde el siglo IV a.C. Al siglo IV d.C.), o el Ramayana (Gesta de Rama, obra de 24.000 versos en siete cantos), célebre epopeya que figura como la composición literaria más espléndida de la literatura hindú, atribuida al poeta Valmiki Prachetasa (de quien se conjetura un argumento similar al de Homero, que muy probablemente varias personas intervinieron en su redacción), libro que refiere la encarnizada lucha de Ramachandra (encarnación de Vishnu) contra los Asuras (símbolo equivalente al titán o demonio en la literatura hindú) y su soberano Ravana. De modo que la epopeya recrea el mito de la guerra entre dioses y demonios.
Es interesante advertir, en la lectura babilónica de Gilgamesh (poema épico salvaguardado en tablillas de arcilla con escritura cuneiforme), cómo ciertos pasajes fueron tomados como registros históricos que representaron curiosas coincidencias con otras obras, acaso la más significativa sea el diluvio que aparece en la Biblia, recreando con otras circunstancias un hecho que ya aparecía registrado en el poema de Gilgamesh.
De Homero se sostiene que tuvo la virtud de darle un tono a los innumerables relatos que la abrumadora memoria de los rapsodas conservó, a través de la oralidad, en el antiguo mundo griego. Tanto la Ilíada (15.000 versos distribuidos en 24 cantos), como la Odisea (aproximadamente 10.000 versos en igual cantidad de cantos), recrean el pretérito mundo de Occidente, desde la cólera de Aquiles hasta el regreso de Odiseo. Pero el que se considera como el poema épico más extenso del mundo es el que corresponde a los llamados Cuentos tibetanos de Gesar (120 tomos que contienen más de un millón de versos y más de 20 millones de caracteres), estos cuentos, mitos y leyendas, luego de mil años de ser difundido oralmente por juglares del Tibet, alcanzaron su punto de fijeza a principios del siglo XII, logrando perpetuar en el tiempo la vida del Rey Gesar, un semidiós que simbolizó, con sus enseñanzas y virtudes, los temores y esperanzas de su época.
De la Biblia ya se sabe, "libro de los libros" o "libro sagrado", resulta una obra significativa para los creyentes judíos y católicos. Según el cánon, el Antiguo Testamento se compone de 39 libros para los protestantes, entre 46 y 49 libros para la iglesia católica (según se interprete la inclusión de algunos capítulos), y hasta 53 para las diferentes iglesias cristianas ortodoxas.
En cambio el Nuevo Testamento habilita la piedra fundacional del Cristianismo (habría que considerar los numerosos evangelios apócrifos que dan buena cuenta de versiones distintas de las publicadas, como los atribuidos a Judas, probables textos de Daniel no incluidos en el Antiguo Testamento, o evangelios como el de María Magdalena, no considerados en el Concilio de Trento).
Para Borges, se trata simplemente de la mayor obra de la Literatura fantástica en la historia de la humanidad.
Otra obra extensa ha sido el Ulises de Joyce, sin embargo existe en Argentina un libro que supera en 30.000 palabras a esta obra, se llama "Los Sorias", y la escribió un tal Alfredo Laiseca. Cuenta la leyenda que esta novela, que se mantuvo inédita durante veinte años, fue leída con devoción por Ricardo Piglia, César Aira y Rodolfo Fogwill, quienes se encargaron de sembrar el mito, con el boca a boca entre sus amigos y colegas, logrando que la primera edición de 350 ejemplares quedara prácticamente agotada en pocos días. Se trata de una novela desopilante, que según el autor se puede conceptuar como "un realismo delirante", la edición 2004 tiene 1323 páginas, Piglia llegó a considerarla como la "mejor novela que se ha escrito en la Argentina desde Los siete locos". Destinada a convertirse en un clásico y a merecer el título de "civilización Laiseca".
No he leído estos libros (exceptuando la Ilíada), sobrevolé algunos, probablemente porque los tiempos internos nunca fueron correlativos con semejante demanda, situación que requiere compenetrarnos con sus signos, con su arbitraria arquitectura, cuando todo lo que hay por delante son palabras, y un misterio por desandar.
sábado, 2 de julio de 2011
Sobre la poesía oral y la escritura
El arte oral ha significado, a lo largo de la historia, un modo de perpetuar narraciones épicas que incluían manifestaciones artísticas, antiguas cosmovisiones, hazañas militares de los antepasados, valores de los propios pueblos y leyendas de héroes míticos muertos en históricos combates. Son innumerables las tradiciones populares que han vivido oralmente en la memoria de sus pobladores, en especial los recogidos en la Edad Media a través de la poesía heroica. En distintas latitudes, el uso de la memoria constituía el único modo de fortalecer la identidad de un pueblo, se registran ejemplos de poemas tradicionales en Rusia, sobre todo los localizados en las remotas regiones del lago Anega y del mar Blanco, de Ucrania, de Bulgaria, de Yugoslavia (tanto de cristianos como de mahometanos), de Albania, de Grecia, de Estonia, por lo que se refiere a Europa. En Asia, los poemas de los caucasianos, armenios y osetas; los de los calmucos, uzbekos y kara-kirguis; los de los yacutos y los ribereños del Liena, en Liberia; los de los pobladores del oeste de Sumatra y de la isla japonesa de Hokkaido; los de algunas tribus de Arabia, mientras que en África se han hallado muestras de poesía bélica en Sudán. Para los griot de Mali (oradores que recrean la tradición oral africana) la palabra, Kuma, es una fuerza fundamental que emana del mismo ser supremo, Maa Ngala, creador de todas las cosas. La sustancia misma de la historia africana descansa en las llamadas "escuelas de iniciación" u "órdenes", herederas de aquel legado ancestral, y continuadores del patrimonio cultural de sus pueblos. En ellos han sobrevivido las historias de sus ancestros, la riqueza de sus lenguas y dialectos, y la conciencia de su identidad.
Mismo Arthur Rimbaud, entre los árabes, frecuentó “poetas alucinados” que recitaban el Corán en las horas debidas.
Las diferentes creaciones orales, en la mayoría de los casos sin necesaria trascripción a la escritura, han alimentado en diversos países la existencia de canciones populares o cantares de gesta. Si en algunos casos se conocen estas expresiones se ha debido al silencioso trabajo de amanuenses que los copiaron en manuscritos, y de juglares que a través de la memoria recitaban ante un auditorio antiguas historias épicas, muchas de las cuales han llegado hasta nuestros días.
En América han pervivido narraciones míticas, crónicas nativas, conquistas militares y tradiciones históricas de numerosas culturas, entre ellas sobresalieron las de los Incas, Mayas y Aztecas. Los pueblos precolombinos poseyeron diversos sistemas de escritura (ideográfica, pictográfica, calendárica, numeral, fonética) que manejaron utilizando pieles de venado, superficies de piedras y tiras de papel de amatl.
En algunos casos se registraron códices con escritura jeroglífica, que constituían un verdadero sistema de transmisión de la cultura y un modo de fortalecer la continuidad de su universo. De este modo se conocieron obras impresionantes como el Popol Vuh o Libro del Conejo (escrito en lengua quiché) y la Tragedia Achi entre otros.
Existen escritores indígenas en la actualidad, quienes han logrado publicar en pequeñas editoriales sus poemas. Algunos de ellos lograron traspasar fronteras, como el mapuche Elicura Chihuailaf, quien, con gesto grave, se paró en Viena ante un auditorio desconocido, y recitó sus versos cantando, como si estuviera en una ceremonia, como si por un momento, pudiera recrear lo que sus abuelos contaron y re-elaboraron junto al fuego.
En general, de los innumerables relatos tradicionales de los pueblos originarios, solo una pequeña parte ha sido recogida y posteriormente publicada, mucha de la mitología oral se ha perdido o ha sido sustancialmente modificada a lo largo del tiempo.
Poemas nacidos de la memoria y el lenguaje, y un largo silencio detrás.
Bibliografía consultada:
Martín de Riquer y José María Valverde. Literaturas medievales de transmisión oral: con una exposición previa de la literatura en griego y en latín en la Edad Media - Barcelona : Planeta, 1984. [Historia de la Literatura Universal; 2]
Rodríguez, Jesús. Raíces de la memoria. En: Ñ: revista de cultura : Buenos Aires año 5 n° 241 mayo 2008: p.18
Amadou Hampaté Ba. Los archivos orales de la historia. En: El Correo de la UNESCO, Mayo-Junio 1986. p. 52-53.
Miguel Ángel Asturias. Función sagrada de los códices precolombinos En: El Correo de la UNESCO,
Mayo-Junio 1986. p. 55-56.
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