sábado, 16 de julio de 2011

Lo inaudito de lo creado


Tal vez no se pueda plantear la pregunta ¿Qué es la filosofía? hasta tarde, cuando llegan la vejez y la hora de hablar concretamente. De hecho, la bibliografía es muy escasa. Se trata de una pregunta que nos planteamos con moderada inquietud, a medianoche, cuando ya no queda nada por preguntar. Antes la planteábamos, no dejábamos de plantearla, pero de un modo demasiado indirecto u oblicuo, demasiado artificial, demasiado abstracto, y, más que absorbidos por ella, la exponíamos, la dominábamos sobrevolándola. No estábamos suficientemente sobrios. Teníamos demasiadas ganas de ponernos a filosofar y, salvo como ejercicio de estilo, no nos planteábamos qué era la filosofía; no habíamos alcanzado ese grado de no estilo en el que por fin se puede decir: ¿pero qué era eso, lo que he estado haciendo durante toda mi vida? A veces ocurre que la vejez otorga, no una juventud eterna, sino una libertad soberana, una necesidad pura en la que se goza de un momento de gracia entre la vida y la muerte, y en el que todas las piezas de la máquina encajan para enviar un mensaje hacia el futuro que atraviesa las épocas...

Gilles Deleuze y Felix Guattari. ¿Qué es la filosofía?

Cada tanto me recuerdo estas palabras, prólogo de un libro que motivó, más que ningún otro, un disparador constante hacia las articulaciones del pensamiento con respecto a los extraños procesos de creación literaria. Leer a Deleuze significó comprender, de modo arborescente, lo inaudito del poema, el misterio de lo creado. Esto viene a cuento por un intercambio de mensajes con un viejo amigo, arquitecto y filósofo, sobre lo que significa “crear” en la poesía. Me comenta que el concepto del verbo roza el misterio, crear no es fabricar. Se fabrica a partir de una materia prima, pero se crea a partir de la nada, y la nada es misterio. La nada NO ES. Pero desde allí el creador, sea cual sea su arte, genera algo que SI ES: un poema, una partitura, una pintura.

Retrotraerse al concepto desde el punto de vista histórico y/o teológico nos habilitaría para mencionar la Biblia, donde la “creación” no es ni más ni menos que la “obra de Dios”, todo cuanto nos rodea. Cuando se dice que el poeta crea, se está en cierto modo re-significando esa tarea primaria, tan antigua como indeleble, reducida tal vez a los parámetros artísticos, pero que encierran una complejidad tal, que las palabras son meros ornamentos para intentar desbrozar su misterioso significado. La nada NO ES, esto es muy cierto. Así que, cuando el poeta crea, la nada es como un velo que se descorre, y se "descubre", o se "ve", lo que antes era apariencia de no ser. Después, eso que ve, el poeta lo arroja, deja de pertenecerle, pero su quintaesencia la ha cifrado subjetivamente, luego la ha palpado, finalmente la construye. Como el pavo real segundos después de perderse en la espesura.

Entonces aquí aparecería Rimbaud repitiendo aquella famosa carta del vidente, recordándonos que más allá de lo que pase después, luego de haber alcanzado lo desconocido y, aunque enloquecido, acabara por perder la inteligencia de sus visiones, el poeta no dejaría de haber visto el relámpago, y lo demás que reviente en lo inaudito e innombrable, vendrán otros horribles trabajadores a posarse en el horizonte de lo creado.

Si todo era la NADA, y el poeta pudo ver lo imbricado en esa nada, tiestos o componente de un plano mayor ¿Qué puede significar a la luz de lo acontecido? Que tal vez haya que detenerse en lo aparente, detenerse en lo que ocurre, como un simple objeto que sin embargo tendrá un mundo detrás: grietas, silencios, ciclos de tiempo, oscuridad, raíz, murmullos…
El poeta intentará con la palabra habitar esa entidad, si tal cosa es posible.
Tan inexplicable como la metamorfosis de la oruga en mariposa, un tránsito desplegado desde lo inaudito, escondiendo un misterio que va más allá de toda lógica, y que sin embargo, como la poesía, también ocurre.

Encontrar consuelo en un abrevadero, asombro que ha de callarse, un silencio que por alguna razón, desde hace siglos, necesitamos profanar, irremediablemente, con la palabra escrita.

Así el poeta utiliza la palabra, luego de haber visto.
Entonces nace, lo que ocurre...

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