
Al principio se es barroco, vanidosamente
barroco, luego se van tornando complejas las estructuras, lo “vanidosamente
barroco” corresponde a Borges, tal vez pueda intuir que quiso decir, pero creo
que, al menos desde el punto de vista de la poesía, el autor no pudo poner en
práctica ese axiomático deseo. Quizás pueda inferirse, trasladando el asunto
hacia su obra poética, un leve destello en “Los conjurados”, cuando articula melancólicamente,
tomando como eje la mitología y algunos retazos desvaídos de la historia, los
arquetipos estructurales del poema, una meseta desde la cual sea posible
vislumbrar teorías que subsumen lo caótico y lo candente, algo que ocupa el
espacio circular de un jardín poblado de plantas colgantes.
Las estructuras (absuelvan mi soberbia), se tornan complejas por un largo y desarreglado mecanismo que difuminan lo aparente. Si apartamos el núcleo del poema, las narrativas se corresponden, esgrimiendo sólidas razones de arquitecturas complejas, literatura cuyo laberíntico vuelo otorgará territorios inconmensurables a los pájaros proféticos de los videntes (he allí el conjuro de Tiresias, el que juzgó a Edipo con grave autoridad).
Demás está presentir el grave decurso, el mito indica que los poetas son perdedores de fuego que suelen portar antorchas [cinematográfica imagen], los laberintos y los espejos son dádivas escuetas para las razones de aquellos considerados videntes (profusos barcos ebrios). La teoría, como un texto plano, va más allá de lo que apenas puede comprenderse, su recorrido es en espiral y su comprensión, tácitamente horizontal. Para quienes defendemos (sin comprender del todo, abrumados e ingenuos) esas expresiones caóticas y subconscientes, propias del simbolismo francés del siglo XIX, solo tendremos famélicas razones, algunos aullidos y cientos de lobos en la conciencia.
Lo demás no importa nada.
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