
Leo un reportaje realizado a Juan Gelman y
entonces me pregunto:
¿Qué hace que en algún momento el trabajo del
poeta -ese sumergirse en sí mismo- encuentre en su propia maleza la expresión
necesaria para descifrar lo calcinado que en él habita?
Intentar una respuesta me dejó en la periferia
de una pesadumbre.
Ahora bien, lo que viene después, si es que
viene, es un completo silencio. Tratar de enhebrar una coexistencia (la persona
que se es y aquel que escribe), así como intentar sobrellevar una condición,
pueden acarrearnos infinitos desasosiegos que la mera poesía mitigaría con
dolor, al sabernos parte de un rebaño que marcha a ciegas buscando comprender…
A este angustiado discurrir Gelman lo llama
obsesión.
Otros prefieren hablar de inspiración, una
visita crepuscular o creer que se trata de un dolor agudo y zumbante.
En lo personal nunca pude calmar ese estado,
cada vez que ocurría lo que ocurría, parado como un insomne en el horizonte de
lo creado, acaso un letargo poblado de pájaros.
Digamos que solo me limito a exponer esta
incapacidad, siendo consciente de la inutilidad de mi gesto.
Y que las máculas estallen...
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