Alguna vez supe -una tarde de verano a la hora de la siesta- de que las canciones de cuna eran verdaderos romanceros populares que se transmitían de voz en voz, esas rondas infantiles eran recitadas por los chicos en las plazas de barrio, sin advertir que lo que estaban cantando eran romances con más de 300 años de antigüedad: “estaba la paloma blanca sentada en un verde limón, con el pico cortaba la rama con la rama cortaba la flor”…
Hoy se tararean sonidos, no canciones.
Así como ya no
se escuchan chicharras en las tardes de verano, así también algunas canciones
de cuna se dejaron de murmurar. Me pregunto qué pasaría, si algo de todo eso
fuera hoy silbado por alguien mientras esperamos en la vereda de la verdulería,
probablemente se activaría algo en nuestra memoria que nos haría recordar la
canción entera.
Vaya a saberse entonces por qué perdura algo que muchas veces no
tiene origen, ni nombre, ni autoría, por qué algo así atraviesa el tiempo y el
espacio.
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