Una brisa con escarabajos de papel, los ruidos se van alejando, parecen tener a la distancia un sombrero de humo, algo o alguien -tal vez el pasado- hace una reverencia con el sombrero, que ahora ya no es un sombrero, es otra cosa, tal vez una escoba de cerdas brillantes, de esas que no sirven para barrer.
Es
el prolegómeno de una inferencia acaso innecesaria.
Es
el mundo que pusimos ante nuestros ojos, con teorías que no concluyen.
Es
el verbo indefinido que miró hacia el día después con disimulada perplejidad.
En
el medio de ese tránsito, donde soy invisible, el poema olvida su origen, se
vuelve fértil tallo de una calabaza.
Nunca
podré explicar aquel atardecer.
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