En algún momento, se perdió la necesidad de recordar números de teléfono, una dirección, incluso el nombre de una canción, el argumento es que todo eso lo está haciendo una inteligencia artificial, que comprime y almacena cualquier dato que merezca no ser recordado, y pareciera que en el exacto momento en que surge el cuestionamiento por la consecuencia del olvido, un algoritmo aparece para convencerte de que la memoria no tiene importancia.
La vida sigue, fuera de la pantalla, en el resplandor de cualquier crepúsculo, mientras abro una botella de vino.
Hay en ese pasillo largo de flores rojas y macetas amarillas, una palabra que me preocupa, porque la cubro de apatía y desinterés, esa palabra es la inercia. Ya empecé a darme cuenta que con ciertas decisiones, involuntariamente o no, termina siendo visible dentro de su invisibilidad, y lo que suelo hacer para minimizar el hecho, es creer que esa preocupación tiene un disfraz, y que al final del día, sale a representar un personaje en el medio del escenario de una tragedia griega.
Allí está el dilema sin resolver, mientras avanzo con perplejidad, debajo de un foco de luz, la mirada al frente, la noche por delante.

