“no hay espinas sin rosas” sostiene un dicho popular, yo me distraigo en el envoltorio de un florero con papel de diario, sobre una mesa de plástico pintada de amarillo.
Es
esta una tarde sin memoria, esperando que los loros pueblen las palmeras.
Las
bahías caben en un devenir, cuyo ancho plano tiene la edad de una sentencia,
hora tardía en que las casas resplandecen, lánguidas bajo las cúpulas
brillantes, abandonadas de hortensias.
Vuelvo
por una hilera de josefinas, recojo de la calle un banco de madera desvencijado, lo pongo en mi jardín para que sostenga una maceta, donde florecieron hace poco las orquídeas de los
pobres.
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