En ese declive de una sola línea -un trazo tembloroso- ubiqué la nube oscura de mi poema, donde aún sigo sin entender el por qué ni las consecuencias, donde no ubico el verbo tal como corresponde. Esa nube cubre el exacto momento de mi pequeña y breve tempestad, a la que llego luego de un día esquivo, juntando sombras, preguntándome si el tiempo me tendrá reservado algún cuestionamiento.
El dibujo que no es, alcanza para dirimir el interrogante que nunca llego a interpelar. Debería saberlo, que los años amontonan postergaciones, que ya no soy aquel adolescente, que las cuentas siguen sin saldar.
La nube de mi poema ahora tiene contornos de color anaranjado, y un brillo intenso blanquísimo detrás, como si supiera donde termina el atardecer, como si tuviera una respuesta al final del verso.
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