viernes, 5 de abril de 2024

El dragón que alguna vez vi

Natalicio Barragán apuró su copita de caña quemada y salió tambaleante. Ya en la calle, repitió el cotidiano milagro de atravesar con distraída placidez la avenida recorrida a esa hora de la noche por autos y colectivos enloquecidos. Y luego, como si caminara sobre la insegura cubierta de un barco en mar gruesa, bajó hacia la Dársena Sur por la calle Brandsen. Al llegar a Pedro de Mendoza, las aguas del Riachuelo, en los lugares en que reflejaba la luz de los barcos, le parecieron teñidas de sangre. Algo le impulsó a levantar los ojos, hasta que vio por encima de los mástiles un monstruo rojizo que abarcaba el cielo hasta la desembocadura del Riachuelo, donde perdía su enorme cola escamada. Se apoyó en la pared de zinc, cerró los párpados y descansó, agitado. Después de unos momentos de turbia reflexión, en que sus ideas trataban de abrirse paso en un cerebro lleno de desperdicios y yuyos, volvió a abrirlos. Y de nuevo, ahora más nítidamente, vio el dragón cubriendo el firmamento de la madrugada como una furiosa serpiente que llameaba en un abismo de tinta china…

de Abaddón, el exterminador

Alguna vez, me detuve en el comienzo de este libro de Ernesto Sábato, porque me había parecido un sugestivo recurso cinematográfico, la imagen de un borracho que se espantaba al ver un dragón arrojando fuego por las fauces de sus siete cabezas, en las nocturnas calles del Riachuelo de Buenos Aires.

Después de muchos años, al cruzarme con esta fotografía vinculada con el año nuevo chino, volví a releer estos párrafos, y la imagen ya no estaba, ahora era solo un relato, pero yo había visto el dragón…

Me pregunto si tendrá que ver, acaso por lo anacrónico del recurso narrativo, el plano que luego agregué con interrogantes propios, o si pinté en un lienzo gastado, con menos énfasis, un amanecer fulgurante, el que Sábato no tuvo necesidad de ilustrar.

Tal vez no estuve lo suficientemente sobrio.

Anteriormente me había pasado algo similar con una película, la primera impresión agregó destellos y fuegos artificiales que la obra no tenía, los héroes se transformaron en caricaturas, al paso de los años solo quedaron las canciones.

al lugar donde has sido feliz, no deberías volver nunca, dijo Joaquín Sabina.

Me pregunto si algún día volveré a leer Corazón, de Edmundo de Amicis, o Ivanhoe, del escritor escocés Walter Scott -los dos primeros libros de la infancia- porque tuvieron lugar  en un tiempo donde las calles estaban cubiertas de mariposas, en donde había noches que las ranas parecían salpicar tañidos de luz entre los charcos de agua.

esos días acaso perfectos, envueltos en una niebla amarilla, el pasto sin cortar.

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