Alguna
vez, en la inmediación de una periferia, descubrí no entender el trazado de una
elipsis, me interesaba la figura para aplicar un entendimiento en otro plano
diferente. Era como ir hacia un concepto concebido desde la filosofía para
insertarlo (si cabe el término), a un poema vinculado con un problema, dirimido
bajo los parámetros de la crítica literaria. El problema, a su vez, tenía su
propia bibliografía no frecuentada en este experimento.
En esa
hora temprana, necesitaba prescindir del contexto.
El trazo
elíptico habilitaba comprender el bosquejo de ideas desde una imagen fija que
representaba un recorrido dinámico. El problema es admitir que uno se queda en
la superficie de esa idea, y se pierde la inocencia del entendimiento, propio
de toda lectura despojada de influencias. Fue allí donde comprendí la
deformación de la escritura, elegir el barro en vez de soslayar las teorías no concurridas,
acaso perderse…
Este
puente suele desbarrancarse, uno cree muchas cosas, por ejemplo, que algún día
habrá que cruzar hasta la otra parte del río, y traer una cuerda, lo
suficientemente larga para tensarla de orilla a orilla, y así poder comunicar
una idea.
Hacen
falta símbolos, un nuevo lenguaje social, en este pretexto que es toda
literatura
y aún
hoy no tengo el valor de usar una máscara.