miércoles, 29 de septiembre de 2010

El plano candente


¿Cuál es nuestro tiempo?
No percibo un antes y un después, sino más bien la superposición de un devenir, donde habitan silencios observados desde un sobrevuelo. En filosofía se diría una coexistencia de planos. Pienso en la intemporalidad del relámpago fijado en un soporte. Algunas disquisiciones vanas, círculos dentro del círculo.

Las antiguas capas se abren paso entre la espesura de lo que irrumpe. Se establecen similitudes propias de quienes abordaron lo inasible. Los sistemas de pensamiento alcanzan cimas o mesetas donde soslayar la mácula áurea, fuente donde se abrevan algunos poetas, sin que el inconsciente acto suponga una sucesión en este entramado de la palabra, cuya idea se concatena.
La correspondencia que se establece entre lo inmolado y lo aparente es transversal a toda luminosa arquitectura que genera en su osamenta fulgores dispares. De estas aguas algunos beben y otros danzan.

Lejos, en el horizonte de lo que apenas se comprende, se diagraman los resplandecientes vórtices, en el plano candente.

domingo, 26 de septiembre de 2010

Detrás...

Se hace una representación, que guarda en un "detrás" el presentimiento desarticulado de una idea, con sus briznas o esquirlas o volutas, acaso una leve brisa o bosquejo conceptual, después se traslada el tiempo, y desde un plano impreciso se enhebran pequeños nubarrones de lo pensado, se busca emparentar la belleza bajo la abstracción de un diagrama mental, y entonces irrumpe lo creado, lo que todo justifica, lo que basta para significar la osamenta del jardín, árboles que arden en la espesura.

Después, el poema es viento que la posteridad transforma en horizonte, donde se posan los lectores intentando descifrar lo aparente. Me quedo pensando en ese entremedio, cuando algunos optan por arrojar flores muertas mientras que otros prefieren una fuga prosaica, enlazando el texto desde un adagio melancólico hasta culminar en un espiral en verso libre, impregnados de conceptos barrocos donde se bifurcan secretas y ubérrimas complejidades.

Resultan válidos los caminos que inconscientemente se invalidan, dependen del contexto subjetivo del poeta, de su mera percepción, y de los subterfugios eventuales donde se entrecruzan los diferentes planos que lo asolan, sacralizando o canonizando la idea, la piedra angular de toda poesía.

Y ahora es mejor callarse...


martes, 21 de septiembre de 2010

Las inefables palabras

Caigo en los recónditos desde donde intento hurgar lo inexpresable. Optar por la forma o el fondo representa transitar un puente enhebrado de revelaciones y fugas lumínicas y pétreas (desisto de utilizar “luminosidad” o “inspiración” como modos de representar lo que acontece). La palabra está detrás de la intención secreta, de los jardines donde lo ubérrimo habilita escenarios difusos dentro de la conciencia (o tal vez deba proclamar la alteración de los sentidos para evitar diagramas endebles). Donde los volcanes arrojan lo que apenas se comprende, intersticios o embelecos propios de un Heráclito, un plano abstracto de necesarias disparidades.

Así, vuelvo sobre las orillas musgosas a intentar meditar lo profanado, sintiendo la inutilidad del gesto, transitando la hora de los caminos llanos y la esperanza intacta.

Hasta que vuelva a ocurrir, y estemos juntos a la distancia, en este sitio.

sábado, 11 de septiembre de 2010

La reparación fundamental

Se ha dicho que el poeta es el gran terapeuta. En ese sentido, el quehacer poético implicaría exorcizar, conjurar y, además, reparar. Escribir un poema es reparar la herida fundamental, la desgarradura. Porque todos estamos heridos

Alejandra Pizarnik

Ocurre.

Simplemente ocurre.

En esta palabra se encierran los complejos mecanismos que trasuntan el poema en tanto creación, verdad revelada, convergencia de contrarios.

Es como un malestar, y a la vez no se trata de eso, está allí, incólume, enmudecido, tiene lobos adentro, arroja nubes, constelaciones, vanas ideas.

El poeta escribe con prisa, la palabra creada intenta apresar lo que ocurre (valerse de la palabra para representar una abstracción, vaya tarea), lo concatenado prefigura el cosmos, la inmanencia que es a la vez arquitectura de diagramas mentales, de pensamientos arrancados que no pueden tolerar lo creado, lo que se va creando, la cola verde y negra de la serpiente, el ojo severo, el cuenco de plata, aquello que se ve y que se transcribe, los sentidos que pueden ser palpados, a la vez que el corazón deja su atavío, la dulce frase que corona lo amalgamado del poema, lo que deja de ser para tornarse fulgor, llama eterna, soledad…

Es como despojarse de algo, y a la vez no se trata de eso, no causa dicha, la palabra se desprende haciendo un trato con la belleza, quedan detrás los rasgos de un esquema improbable, una configuración con sus ecuaciones intentando dilucidar lo aparente, algo que apenas cabe en el entendimiento, que apenas puede representarse mediante prosaicas lamentaciones, porque en el fondo se trata de una reparación, algo que duele por lo candente, por lo que conlleva significar lo profundo de un vórtice, y que necesita ser arrojado de la conciencia, que necesita ser salvaguardado en algún recóndito del subconsciente, para desde allí congraciar la palabra con su contexto áureo.

Es como un jardín descuidado, que guarda en sí mismo un extraño concepto de belleza, y a la vez no se trata de eso, porque debajo del jardín hay un alma, y detrás de esa idea estamos nosotros, desnudos, temblorosos, perturbados, intentando revelar el interior de la piedra, allí donde atisban clamores nuestra naturaleza de poetas, portando un fuego a lo profundo de la cueva.

Como cuando Rimbaud escribió, maldita y desconsoladamente: estoy desnudo y no lo estoy…


domingo, 5 de septiembre de 2010

La experiencia candente

Fogwill, en ocasiones desprolijo y urbano como Roberto Arlt, llegó a pensar sobre la problemática del escritor, preguntándose como fabricar nuevos mundos imaginarios y experimentar en ellos, cómo inventar emociones nuevas y dominar las viejas, cómo cambiar las emociones, las ideas y el lenguaje sin perder la necesaria legibilidad.

No se trataba solamente del devenir de la escritura, sino también del desbrozamiento de lo que se encuentra detrás, su sentido oculto y complejo. Agitar ideas que incluyan nombres propios, acercarse desde la periferia de la lectura, para ejercer un sistema de pensamiento crítico que fue ampliamente reconocido por sus contemporáneos.

Pocos escritores suelen hurgar en esos recovecos. Se trata de actos desinteresados, y por cierto necesarios, porque suelen allanar senderos que otros terminarán recorriendo desde la espesura de la palabra.

Igualmente, creo que la experiencia candente no clarifica el camino, pero uno a veces fija algún vértigo, arroja algo de viento y se calla. Con el tiempo algunas de esas ideas se trasforman en movimientos, y otras en bollitos de papel.

Por cierto, que mi mesa está llena de esos nubarrones.