sábado, 11 de septiembre de 2010

La reparación fundamental

Se ha dicho que el poeta es el gran terapeuta. En ese sentido, el quehacer poético implicaría exorcizar, conjurar y, además, reparar. Escribir un poema es reparar la herida fundamental, la desgarradura. Porque todos estamos heridos

Alejandra Pizarnik

Ocurre.

Simplemente ocurre.

En esta palabra se encierran los complejos mecanismos que trasuntan el poema en tanto creación, verdad revelada, convergencia de contrarios.

Es como un malestar, y a la vez no se trata de eso, está allí, incólume, enmudecido, tiene lobos adentro, arroja nubes, constelaciones, vanas ideas.

El poeta escribe con prisa, la palabra creada intenta apresar lo que ocurre (valerse de la palabra para representar una abstracción, vaya tarea), lo concatenado prefigura el cosmos, la inmanencia que es a la vez arquitectura de diagramas mentales, de pensamientos arrancados que no pueden tolerar lo creado, lo que se va creando, la cola verde y negra de la serpiente, el ojo severo, el cuenco de plata, aquello que se ve y que se transcribe, los sentidos que pueden ser palpados, a la vez que el corazón deja su atavío, la dulce frase que corona lo amalgamado del poema, lo que deja de ser para tornarse fulgor, llama eterna, soledad…

Es como despojarse de algo, y a la vez no se trata de eso, no causa dicha, la palabra se desprende haciendo un trato con la belleza, quedan detrás los rasgos de un esquema improbable, una configuración con sus ecuaciones intentando dilucidar lo aparente, algo que apenas cabe en el entendimiento, que apenas puede representarse mediante prosaicas lamentaciones, porque en el fondo se trata de una reparación, algo que duele por lo candente, por lo que conlleva significar lo profundo de un vórtice, y que necesita ser arrojado de la conciencia, que necesita ser salvaguardado en algún recóndito del subconsciente, para desde allí congraciar la palabra con su contexto áureo.

Es como un jardín descuidado, que guarda en sí mismo un extraño concepto de belleza, y a la vez no se trata de eso, porque debajo del jardín hay un alma, y detrás de esa idea estamos nosotros, desnudos, temblorosos, perturbados, intentando revelar el interior de la piedra, allí donde atisban clamores nuestra naturaleza de poetas, portando un fuego a lo profundo de la cueva.

Como cuando Rimbaud escribió, maldita y desconsoladamente: estoy desnudo y no lo estoy…


2 comentarios:

  1. Decíame de una suerte de desahucio, Áureo, que nos atraviesa mientras vamos ocurriendo en el poema. Y sé de lo que hablas; hubo un tiempo en que también experimenté un profundo agobio que derivaba en cierto malestar físico al escribir. Yo lo llamaba vaciamiento, porque sentía como si me hubieran arrancado pedazos hasta dejarme extenuada e inerme, y juraba entonces que escribir me hacía daño. Mi confrontación con el acto creador del verbo era sumamente contradictoria, porque rozaba un gozo de autoinmolación inevitable. Pero esto no se circunscribía solo al hecho de escribir, sino que la misma lectura de ciertos autores hendía un filo a ratos insoportable.
    En aquellos tiempos me aproximé a El Lobo Estepario y no logré pasar de la décima página, cuando apenas empezando el libro descubrí que Harry Haller no era un personaje tanto como un espejo más bien (habría de tardar dos años en retomar su lectura sin sentirme morir en ella)...

    Hoy en día, afortunadamente, concuerdo plenamente con la niña Pizarnik. He llegado a entender, o eso creo, que tras el embate del conjuro sigue esa reparación de la que hablan -aunque opera como un estallido que te sumerje en caos y tinieblas momentáneas, que al disiparse revelarán un nuevo orden interior más prístino-. A veces todavía lo padezco mucho (ya te comenté lo que me hizo el buen Roberto, jejeje), pero se pasa, ahora sé que luego se pasa y tal transición es alquímica.

    Me encantó este post mi amigo. Para mí eres un chamán al que acudo en busca de "consejo" para mis propios oficios hechiceros (un chamán que tiene una librería de viejo en un rincón oculto del hermoso Baires, jajajaja); y tu articulación de este proceso me ha resultado poderosa y exacta.
    Abrazo ritual Áureo y sigo regresando "a por" más hierbas... ;)

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  2. Estimada amiga
    que bueno encontrarse y no precisamente en el sitio, hay como un jardín en todas estas cosas, donde sabemos que algo va a ocurrir, y finalmente ocurre. Que se traslade a la lectura este acercamiento apenas soportable habla de un espíritu sensible, entiendo lo de Roberto Arlt, no se olvide que solía hablar de "un cross a la mandíbula", literatura feroz como pocas.

    Celebro la articulación de este comentario amiga, un abrazo y gracias como siempre.

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