Fogwill, en ocasiones desprolijo y urbano como
Roberto Arlt, llegó a pensar sobre la problemática del escritor, preguntándose
como fabricar nuevos mundos imaginarios y experimentar en ellos, cómo inventar
emociones nuevas y dominar las viejas, cómo cambiar las emociones, las ideas y
el lenguaje sin perder la necesaria legibilidad.
No se trataba solamente del devenir de la escritura, sino también del desbrozamiento de lo que se encuentra detrás, su sentido oculto y complejo. Agitar ideas que incluyan nombres propios, acercarse desde la periferia de la lectura, para ejercer un sistema de pensamiento crítico que fue ampliamente reconocido por sus contemporáneos.
Pocos escritores suelen hurgar en esos recovecos. Se trata de actos desinteresados, y por cierto necesarios, porque suelen allanar senderos que otros terminarán recorriendo desde la espesura de la palabra.
Igualmente, creo que la experiencia candente no clarifica el camino, pero uno a veces fija algún vértigo, arroja algo de viento y se calla. Con el tiempo algunas de esas ideas se trasforman en movimientos, y otras en bollitos de papel.
Por cierto, que mi mesa está llena de esos nubarrones.
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