sábado, 29 de septiembre de 2012

Los imprecisos sueños


Intento dormir pero no puedo, no pasa ningún auto por la calle, seguramente los árboles están quietos, es la no-vigilia de un sueño impreciso, del que no logro recordar sus símbolos, ni su precaria estructura onírica.

Pienso en lo que no hice, como si encontrara razones en el techo invisible del dormitorio, los mecánicos actos del día se atraviesan con rostros cubiertos de sombras, por momentos ese letargo parece romperse, luego vuelvo atrás, a la antesala de lo soñado, intentando entender la puerta del pasado que crucé en silencio.
Hace noches que no recuerdo lo soñado, me gustaría poder controlar los sueños, poder pensar mientras estoy soñando, poder mirar mi mano por ejemplo, ser consciente que estoy en otro mundo, en otra atmósfera, fumando o tomando algo.

¿Será aquello de “yo es otro” con el que Rimbaud, el relampagueante Rimbaud, significó sus noches infernales?

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Arrojas poesía al sur...



El sábado pasado anduve con un amigo por el barrio de la Boca, atraído por un encuentro de poesía, música y pintura en el Museo Quinquela Martín, una dulce canción folclórica francesa dio la bienvenida, acto seguido recitaron los poetas (hubo cierta variedad de estilos, me quedó en el recuerdo un poema de Silvia Castro sobre el quila, un arbusto frecuente en el interior de los valles cordilleranos, cuya flor tarda aproximadamente 60 años en aparecer, para luego morir en el día junto con la planta), aquella observación, propia de una escritora “patagónica” fue compartida con la poeta chilena Malú Urriola, quien cerró la jornada con una lectura rápida de sus poemas.

Minutos después apareció desde atrás Vanesa Maja, con un vestido blanco recitando “rosabrillando”, sobre textos de la poeta uruguaya Marosa Di Giorgio, tremenda memoria y enorme sutileza para resignificar un poema bellísimo.
Hubo un poco de todo esa noche, desde mimos hasta pequeñas asociaciones comunitarias exponiendo sus proyectos, pero cuando vino la música no pude evitar ir a la mesa donde estaban los libros de Eloísa Cartonera, en ocasiones no puedo estar mucho tiempo quieto en un mismo lugar, al rato lo vi pasar a Washington Cucurto, la última vez que lo había visto fue en los 90, en este mismo barrio, como pasa el tiempo...la oferta era buena y me llevé tres libros, hacía tiempo que buscaba tener algo de Eloísa , faltaba un vino y en eso mi gran amigo el filósofo me invitó con unas empanadas y un tinto, el marco perfecto para acompañar un instante de arte.

En un momento en que quedé solo saque del morral uno de los libros, los leí  como si estuviera degustando una humana fruta, en eso pasó la recitatriz, aquel vestido blanco lleno de Marosa, quien me ofreció un folleto con su próxima presentación, yo leía a Zelarayán en esas únicas ediciones de cartón reciclado, bebía mi vino y me dejaba vivir por el encantamiento del instante, al final me quedé mirando fijamente un cuadro de Quinquela, justamente el que ilustra esta entrada, me sorprendió lo sobrecargado de la pintura, como si el pintor hubiera desgarrando serenamente la tela, y es allí que me acordé de Deleuze-Guattari, aquello de que “el arte conserva, y es lo único en el mundo que se conserva”, y así fue, aquel barco herrumbrado parecía detenido en el tiempo, al fondo una mancha crepuscular vaticinaba la cercanía de la noche, pero esa noche nunca llegaría para nosotros, estábamos viendo el crepúsculo más hermoso, a pesar de las sillas levantadas y los ruidos de conversaciones en el fondo de la terraza.

sábado, 22 de septiembre de 2012

Las elementales razones


El otro día caí en la cuenta de que hace tiempo no leo lo suficiente, me detuve con la mirada en las baldosas del suelo mientras asumía no haber leído a los rusos, tampoco los fragmentos de aquella generación "beatnik" cuyas marginales voces solo entrecrucé en ocasiones imprecisas, mismo Virgilio ya se ha transformado en una resignada cuenta pendiente, es entonces cuando pienso que para frecuentar esas lecturas debería alterar mis rutinas laborales y académicas, porque hay un núcleo fuera de todo eso que quiero conservar, y es aquel que comparto con mi familia, como cuando llego a casa y me detengo, dejando con desdén el cotidiano vértigo, ansiando ser lo que no fui, y es entonces que deja de importarme la computadora del trabajo, los autos lisérgicos que parecen bufar sobre el asfalto caliente, las personas que esperan la impavidez del semáforo, el sol iluminando con mansedumbre la sombra de una espalda cansada...

Hundirse dócilmente en unos brazos que esperan, debería ser esa la verdadera vida, ver como cae la tarde, el crepúsculo que cubre los malvones y la hiedra, las alegrías del hogar, los crisantemos, las plantas que cuelgan con su oro, sentir que el silencio me pertenece…

Porque la vida se me va pasando, atravesando planos que no habito.
Porque después de todo me doy cuenta que soy uno más en esta historia.

sábado, 15 de septiembre de 2012

Crear y conceptualizar


Según Deleuze, el arte tiene la propiedad de conservar. Tiene sentido. La extraña sonrisa de la Gioconda siempre estará allí cada vez que alguien necesite escrutarla a pocos metros de distancia, si queremos recrear el prolongado silencio de Virgilio en la Comedia bastará con que abramos el libro en las primeras páginas y allí aparecerá, detenido enfrente del Dante.

No sé si lo entendí. Si lo creado es solo un conjunto de afectos y de perceptos, pareciera que el creador no tuviera entendimiento sustancial de lo creado, como si la obra concebida fueran raptos propios de escrituras automáticas, imposibles de anudar desde la lógica, algo que invariablemente va ocurriendo, y cuyo sentido excede al poeta. Sin embargo quienes así construyen sus ecuaciones suelen ser considerados “atletas” con los pies descalzos, “genios híbridos” que nada saben del entramado, entonces cabría preguntar, si allí donde surge lo ígneo, el poeta puede ser consciente de la consecuencia de lo creado, el “hacia dónde” del poema, como un plano fluctuando en dos direcciones imposibles de revelar con la palabra. La escritura de lo creado, y el entendimiento de lo sucedido.

Hubo poetas que discernieron sobre el alcance de la poesía, sobre el sentido de sus propias construcciones, podemos citar a Baudelaire o Paul Valery, pero cada tanto suelo preguntarme si el poeta ejerce un control o dominio de los planos paralelos, discerniendo desde una meseta lo endógeno del acto creativo y las fluctuaciones del poema creado, disparado cual cometa al extraño mundo de la dilucidación.

Crear y conceptualizar.
Construir y discernir el horizonte de lo construido.
Como una evidencia de la que se tiene precario conocimiento, mientras lo extraño e ineludible acaba de ser perpetuado. La palabra ataviada a la palabra, el verso candente, el punto final del poema urdido.

El poeta está viendo el poema.
Esta parado en un promontorio, y no sabe y no le importa, si la hierba en la cual se posó la poesía es verde o amarilla, si desde allí recorrió algo que ya había visto, y si después de la distancia recorrida, no le preocupó saber porqué escribió el poema.

sábado, 8 de septiembre de 2012

La primera infancia


Porqué será que algunos hechos perduran en la memoria. Una vez, estando en el patio trasero de la casa materna, jugábamos con mi hermano arrojando piedras entre los yuyos y las macetas, había un tanque de agua que en cierto modo obstaculizaba nuestro pequeño universo, el calor era insoportable, hacía días que no llovía y fue entonces que mi hermano me preguntó algo que el tiempo no pudo hacer olvidar ¿por qué no haces que llueva?, le pedí quedarme solo, tendría 7 años, me arrodillé en el tanque de agua y rogué al cielo que lloviera.
Vaya a saberse porqué ciertas variables se manifiestan en una etapa de tanta pureza, porque a las pocas horas el milagro sucedió, estaba lloviendo, todo se llenó de agua...

Desde entonces me creí alguien especial.
Aún sigo viendo a ese niño, a través de los invencibles sueños infantiles, en el sol de aquella tarde, que entibiaba la parte alta de los muebles, mientras las nubes parecían barquitos de papel, de esos que andan en los estanques, empujados como en un susurro por la brisa del verano.

sábado, 1 de septiembre de 2012

Aquellos tempranos días...


Era el final de los 80’, vivía en el sur y los viernes o sábados me gustaba ir a Cemento, bajaba del 17 sobre la calle Piedras, la noche me pertenecía, en los adoquines las temblorosas luces amarillas reflejaban fulgores de neón, parecía un mundo aparte, caminaba con mi saco largo sin apuro, de pronto se abría la 9 de julio que cruzaba como en un oleaje de bocinas y luces, después era cuestión de estar un rato en la vereda, esperando entrar, mirando gente que difícilmente podría imaginarme en la semana trabajando de oficinistas o paseando perros en la calle. En la entrada de este mítico galpón siempre había alguna pequeña muestra de arte, algo que se entendía por abstracto y que daba la no-bienvenida hacia un mundo oculto, cubierto de sesgos y de lienzos sobre un suelo que parecía pavimento y una barra con olor a cemento fresco donde se juntaban botellas y sonidos blancos, yo iba como un sonámbulo hasta el fondo.

Una noche tocó Homenaje a Joy División, llevaba puesta una remera blanca pintada con letras negras, el título de la canción “love will tear us apart”, Ernesto “Ian Curtis” la vio desde el escenario y me la hizo sacar para mostrarla al público, se escuchó una ovación de fondo, aquella noche mi felicidad era como un vino fuerte, las más extrañas tribus salieron de ese templo, las bandas sonaban crudas y el calor era insoportable, los baños siempre rebalsaban, me acuerdo del pasillo lateral que desembocaba en la parte trasera del escenario, el olor a oscuridad húmeda, y de pronto estar ahí, mirando el público al lado de la batería, para darme cuenta que después de eso no iba a haber nada, que eso era todo y que a las pocas horas iba a estar haciendo otra cosa, sin poder guardarlo ni retenerlo.

No se porqué rememoro, no tiene mucho sentido, será que el otro día vi una vieja noticia de la demolición y tal vez supe que el tiempo todo lo engulle, pasa una topadora y detrás no queda nada, ahora ahí se pueden estacionar autos, lo que pasó quedó detenido en una postal ennegrecida, se pintan las paredes, se abren otras puertas y el sol vuelve a entrar por la ventana. El mismo sol que nunca vimos, cuando vivíamos rápido llenos de ruidos, bohemia y alcohol.

Ahora aparece una canción, no sé a que grupo pertenece, estoy en el almacén comprando harina y escucho una canción, son muchas canciones que están dentro de esa canción, son muchos rostros atravesados por sombras que se cruzan con la canción, será porque me di cuenta que algún día pasaré por aquella esquina, y al cruzar la calle estaré pensando en otra cosa.

Será porque no es justo que el tiempo a veces sea sordo, o porque ciertas cosas deben cumplir su tiempo, y no lo sabemos, ahora que parece que estamos despiertos.