El otro día caí en
la cuenta de que hace tiempo no leo lo suficiente, me detuve con la mirada en
las baldosas del suelo mientras asumía no haber leído a los rusos, tampoco los
fragmentos de aquella generación "beatnik" cuyas
marginales voces solo entrecrucé en ocasiones imprecisas, mismo Virgilio ya se
ha transformado en una resignada cuenta pendiente, es entonces cuando pienso
que para frecuentar esas lecturas debería alterar mis rutinas laborales y
académicas, porque hay un núcleo fuera de todo eso que quiero conservar, y es
aquel que comparto con mi familia, como cuando llego a casa y me detengo,
dejando con desdén el cotidiano vértigo, ansiando ser lo que no fui, y es
entonces que deja de importarme la computadora del trabajo, los autos
lisérgicos que parecen bufar sobre el asfalto caliente, las personas que
esperan la impavidez del semáforo, el sol iluminando con mansedumbre la sombra
de una espalda cansada...
Hundirse dócilmente
en unos brazos que esperan, debería ser esa la verdadera vida, ver como cae la
tarde, el crepúsculo que cubre los malvones y la hiedra, las alegrías del
hogar, los crisantemos, las plantas que cuelgan con su oro, sentir que el
silencio me pertenece…
Porque la vida se me
va pasando, atravesando planos que no habito.
Porque después de todo me doy
cuenta que soy uno más en esta historia.
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