miércoles, 26 de septiembre de 2012

Arrojas poesía al sur...



El sábado pasado anduve con un amigo por el barrio de la Boca, atraído por un encuentro de poesía, música y pintura en el Museo Quinquela Martín, una dulce canción folclórica francesa dio la bienvenida, acto seguido recitaron los poetas (hubo cierta variedad de estilos, me quedó en el recuerdo un poema de Silvia Castro sobre el quila, un arbusto frecuente en el interior de los valles cordilleranos, cuya flor tarda aproximadamente 60 años en aparecer, para luego morir en el día junto con la planta), aquella observación, propia de una escritora “patagónica” fue compartida con la poeta chilena Malú Urriola, quien cerró la jornada con una lectura rápida de sus poemas.

Minutos después apareció desde atrás Vanesa Maja, con un vestido blanco recitando “rosabrillando”, sobre textos de la poeta uruguaya Marosa Di Giorgio, tremenda memoria y enorme sutileza para resignificar un poema bellísimo.
Hubo un poco de todo esa noche, desde mimos hasta pequeñas asociaciones comunitarias exponiendo sus proyectos, pero cuando vino la música no pude evitar ir a la mesa donde estaban los libros de Eloísa Cartonera, en ocasiones no puedo estar mucho tiempo quieto en un mismo lugar, al rato lo vi pasar a Washington Cucurto, la última vez que lo había visto fue en los 90, en este mismo barrio, como pasa el tiempo...la oferta era buena y me llevé tres libros, hacía tiempo que buscaba tener algo de Eloísa , faltaba un vino y en eso mi gran amigo el filósofo me invitó con unas empanadas y un tinto, el marco perfecto para acompañar un instante de arte.

En un momento en que quedé solo saque del morral uno de los libros, los leí  como si estuviera degustando una humana fruta, en eso pasó la recitatriz, aquel vestido blanco lleno de Marosa, quien me ofreció un folleto con su próxima presentación, yo leía a Zelarayán en esas únicas ediciones de cartón reciclado, bebía mi vino y me dejaba vivir por el encantamiento del instante, al final me quedé mirando fijamente un cuadro de Quinquela, justamente el que ilustra esta entrada, me sorprendió lo sobrecargado de la pintura, como si el pintor hubiera desgarrando serenamente la tela, y es allí que me acordé de Deleuze-Guattari, aquello de que “el arte conserva, y es lo único en el mundo que se conserva”, y así fue, aquel barco herrumbrado parecía detenido en el tiempo, al fondo una mancha crepuscular vaticinaba la cercanía de la noche, pero esa noche nunca llegaría para nosotros, estábamos viendo el crepúsculo más hermoso, a pesar de las sillas levantadas y los ruidos de conversaciones en el fondo de la terraza.

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