sábado, 15 de septiembre de 2012

Crear y conceptualizar


Según Deleuze, el arte tiene la propiedad de conservar. Tiene sentido. La extraña sonrisa de la Gioconda siempre estará allí cada vez que alguien necesite escrutarla a pocos metros de distancia, si queremos recrear el prolongado silencio de Virgilio en la Comedia bastará con que abramos el libro en las primeras páginas y allí aparecerá, detenido enfrente del Dante.

No sé si lo entendí. Si lo creado es solo un conjunto de afectos y de perceptos, pareciera que el creador no tuviera entendimiento sustancial de lo creado, como si la obra concebida fueran raptos propios de escrituras automáticas, imposibles de anudar desde la lógica, algo que invariablemente va ocurriendo, y cuyo sentido excede al poeta. Sin embargo quienes así construyen sus ecuaciones suelen ser considerados “atletas” con los pies descalzos, “genios híbridos” que nada saben del entramado, entonces cabría preguntar, si allí donde surge lo ígneo, el poeta puede ser consciente de la consecuencia de lo creado, el “hacia dónde” del poema, como un plano fluctuando en dos direcciones imposibles de revelar con la palabra. La escritura de lo creado, y el entendimiento de lo sucedido.

Hubo poetas que discernieron sobre el alcance de la poesía, sobre el sentido de sus propias construcciones, podemos citar a Baudelaire o Paul Valery, pero cada tanto suelo preguntarme si el poeta ejerce un control o dominio de los planos paralelos, discerniendo desde una meseta lo endógeno del acto creativo y las fluctuaciones del poema creado, disparado cual cometa al extraño mundo de la dilucidación.

Crear y conceptualizar.
Construir y discernir el horizonte de lo construido.
Como una evidencia de la que se tiene precario conocimiento, mientras lo extraño e ineludible acaba de ser perpetuado. La palabra ataviada a la palabra, el verso candente, el punto final del poema urdido.

El poeta está viendo el poema.
Esta parado en un promontorio, y no sabe y no le importa, si la hierba en la cual se posó la poesía es verde o amarilla, si desde allí recorrió algo que ya había visto, y si después de la distancia recorrida, no le preocupó saber porqué escribió el poema.

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