Hace unos años, Martín Kohan mencionaba en una discusión literaria algunas cuestiones que tenían que ver con la diferencia entre forma y contenido, hablaba de “un contenido que inhibiera la forma paródica, que inhibiera el registro irónico, lo que supuso una búsqueda nueva para mi escritura, yo había explorado muchas cosas sobre la base de la fragmentación y el corte, insistí sobre el efecto del cierre en el corte, no solo sobre la brevedad del fragmento sino poblar una novela de cierres, no solo el cierre de capítulos sino al fragmentar poder trabajar sobre el registro del cierre y el énfasis que el cierre tiene, que un texto estuviera casi saturado de cierres, así que en el momento de tener que resolver la forma, la resolución formal, me propuse ver qué pasaba en la escritura con un texto que no tuviese ni siquiera el corte de los capítulos, eso suponía una novedad por que no sabía pasar de un tema a otro”
Pensé el tema de la fragmentación en el poema, y recordé el libro de Oliverio Girondo, en la masmédula, por todo lo que significó la exploración de nuevas construcciones expresivas y la experimentación con el lenguaje, con rupturas semánticas que habilitaban nuevos sesgos, nuevas irrupciones.
El concepto me interesa para entender el cierre o abandono del poema, similar a los finales abiertos de algunos intentos cinematográficos, cuando ya no queda nada que agregar. Hay algo que en el poema queda afuera de esa lógica, y es el énfasis ubicado en una instancia que considere recurrentemente necesario instalar la noción del cierre, con escamas propias de un postulado, o como arrojan los últimos versos de un poema de Oliverio, en donde el cierre produce un quiebre que a la vez clama por un sentido:
entre epitelios de alba o resacas insomnes de soledad en creciente
antes que se dilate la pupila del cero
mientras lo endoinefable encandece los labios de subvoces que
brotan del intrafondo eufónico
con un pezgrifo arco iris en la mínima plaza de la frente
hay que buscarlo
al poema