El hilo del poema que llega hasta el estanque,
hasta perderse en su voz muda, luego quedan murmullos y alguna que otra
conjetura, alguna que otra inmovilidad.
Así pareciera quedar anclado el derrotero de los poetas que escriben en sus bitácoras, mientras un oleaje los socava, comulgando una empatía y una suerte de encuentro en el que hay por toda compañía un vaso a medio terminar, algunas hojas en blanco y un silencio nocturno en la ciudad aparentemente dormida.
Hay algunas construcciones que desmenuzan
evidencias, y desde allí irrumpe el pensamiento, en una periferia que sin
embargo habilita el discernimiento de estructuras, poblando de componentes los
desvaríos y las desarticulaciones.
Se avanza desde lo que se supone que es el entendimiento de una obra, nacen mesetas que sobrevuelan -en su comprensión- los confines de aquello devanado y comulgado.
Luego, un crítico analiza las diferentes interpretaciones e instaura con su estudio un plano de abstracción que pretenderá significar el contexto.
Así surgen estéticas a las cuales algunos lectores adscriben, probablemente sin haber conceptualizado la matriz original, la piedra angular de lo creado ¿cuántos de estos volcanes son desollados desde una imbricación somera de elucidaciones, sin cercanía con lo candente? ¿Cuántas de estas concepciones quedan en el lodo de lo que se pretende justificar?
Por tal motivo arrojaré mis presunciones sin
revisar los preconceptos, y que algún día alguien descubra estas escamas
superpuestas, que no ocultan otra cosa que mi propio desasosiego ante el eterno
clamor de la poesía.
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