sábado, 4 de diciembre de 2010

Reflexiones sobre la poesía, de René Menard

La verdadera poesía no consuela de nada

Para René Menard la naturaleza (la que se encuentra dentro y fuera de nosotros) es la materia inicial de la poesía. El acercamiento del poeta se realiza desde la contemplación y el asombro, del que es parte.

Las personas resultan por sí mismas la medida del valor de la belleza.

El movimiento del espíritu determina la necesidad de la obra de arte, hay allí un deber que no es preciso contemplar, lo que otorga a la belleza un sentido variable, en donde el poeta resulta una medida de su valor.

Se trata de tornar explícito el movimiento del alma, transmitir esa acción a través del empleo de la palabra.

Luego habla de disposiciones intelectuales que parecerían facilitar una receta de cómo debe el cuerpo prepararse para la creación.

Pero en un recóndito de su libro aparece esta afirmación:

la moral gusta expresarse por la voz profética de la poesía

Pregunto: ¿hubo en los llamados poetas malditos un intento por apresar el entendimiento de la moralidad? ¿No se trata de un precepto ajeno a la poesía?

Creo que el poema, cuando es creado, no imbrica en su plano de inmanencia acercamientos hacia la moral, a lo sumo el poeta acepta la presencia tal vez visible de un ente que sobrevuela el plano creativo, pero no la comulga, no llena de componentes ese plano, se trata en todo caso de una relación no vinculante con el acto de escritura.

Los preceptos morales son inherentes a la condición del hombre, de allí se habilitan las nociones de “bueno” o “malo”, aquello que según los dictámenes de la conciencia recibe una calificación en un contexto determinado.

Un poeta cuya periferia ronda lo candente ¿Intentaría conscientemente apresar una noción de belleza mientras examina el territorio de lo moral? ¿Hay belleza en la moralidad? ¿No se trata de un rostro inexpresivo, aunque sereno, con tesitura de mármol? ¿Revelar la belleza supone una comprensión de los preceptos morales?

Tenemos, o solemos tener, un “mientras tanto” que se cae a pedazos, que nos contextualiza en celdas analíticas mientras las cosas pasan, acceder a una verdad revelada, así se encuentre encriptada bajo embelecos confusos ¿No genera en el alma la sensación de resguardo, de inusitada comprensión por algo que no se comprende?

Aunque también tiene sentido suponer que la lectura de un poema no consuela de nada si pretendemos, con el análisis nocturno, devanar lo que está detrás de la palabra, aquello descubierto por el poeta bajo otros tiempos y otras capas veteadas. Allí sí tiene sentido conceptualizar la idea de que, lo que apenas puede comprenderse, no implique un consuelo para quien busca desbrozar esa evidencia. Pero también puede ocurrir que dicho acto implique en su contexto el mínimo significado de un consuelo, por el mero hecho de haber abordado lo inusitado y lo candente, abrazados a teorías y eventuales marcos teóricos.

Pero lo que me inquieta es que, si como dice Menard, la verdadera poesía no consuela de nada ¿por qué suponer que la moral gusta expresarse por la voz profética de aquello que no consuela?

Moral, del latín “mores”, cuyo significado es “costumbre”…


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