sábado, 25 de enero de 2014

Ir...

Ir hacia los páramos, donde las conjeturas pacen sus hilachas de juncos, en la orilla verde de la infancia. La luz del destello atravesando los naranjos, como un sueño líquido recogido en los bordes de las piletas. La huella en la que me detuve, entre madreselvas nunca profanadas, obliterando un jardín de hortensias y lilas, rodeado de piedras, subsumido en el poema sin concebir.

Cómo será arrojar la piedra, la única piedra de la hora quieta, cuando todo duerme, meros simulacros de una falsa calma. Me justifico vadeando el río, tomando mi camisa, mi sombrero, y mis zapatos negros, cuidando en la mañana un prado lleno de margaritas, un cielo celeste y la certidumbre de un pantano.

Me evado, este sortilegio nunca será horadado por antorchas deletéreas. Pintaré de blanco el muro de la conveniencia, se pudrirán todos los duraznos, y apenas alcanzará con regar las plantas, llegar al final del día, encender un fuego. El resplandor del cual no supe, el relato que no.

Y ahora que ha dejado de llover, puedo alumbrar lo que estoy escribiendo, porque la noche ha proferido sus aullidos, los áureos contornos de la poesía.

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