sábado, 14 de febrero de 2015

Acaso yo


ahora que vuelvo con la escritura automática y sin mayúsculas, reverbero anotaciones en un puente donde cuelgan las rosas pálidas del estío, esa hilera que es a la vez una celebración, y estoy algo titubeante como para justificar un rodeo en el pasillo del poema. Se abren puertas entibiadas por el sol, a causa del viento de verano, que irrumpe entre hojarascas arrastrando el polvo de los campos, así devano la ilusión de una sentencia literaria, me cubro con un paraguas a rayas blancas y negras en medio del inmutado día, y los que pasan a mi lado, bronceados por expresiones que los rayos percuten en los cristales, suponen que sé algo que ellos no, y no es la lluvia pronosticada sino los entuertos del poema, en esta ventana de enredaderas donde el pasado queda reducido a una estrofa, acaso condensar un plano con suposiciones, que las construcciones tengan una fuente mínima, donde pájaros breves puedan abrevar la sed y el temor de la sed (ese verso perdido en los anaqueles y que cada tanto robamos con devoción sin saber bien qué supone tal entelequia), que la hilación o vertebración de su consecuencia ¿hilación o vertebración? presuponga estructuras donde conjeturar nimias razones, debo tener cuidado, apenas pronuncio esto apartando una rama de palmera en la oscuridad de una tarde macilenta, porque soy yo el que aparta la rama y el que mira el fondo del jardín, soy yo me digo, y en el descubrimiento avanzo hacia mi propia desenvoltura.

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